El veneno del teatro

Teatro Cervantes

Director: Mario Gas.

Autor: Rodolf Sirera, versión de José María Rodríguez Méndez.

Actores: Miguel Ángel Solá y Daniel Freire.

Miguel Ángel Solá y Daniel Freire son dos actores argentinos de reconocido prestigio, que llevan muchos años residiendo y trabajando en España. Aunando sus talentos interpretativos en un proyecto propio, llevan a escena la obra El veneno del teatro bajo la dirección de Mario Gas. Un actor soberbio y exitoso es el personaje protagonizado por Freire, quien impone su condición de divo ante la figura de un mayordomo desgarbado, en la piel de Solá, a quien le exige la presencia de su señor en un salón de palacio. Pero esta situación de poder rápidamente cambia de sentido cuando se descubre que el mayordomo es el señor disfrazado poniendo a prueba a su invitado, quien poco a poco se ve envuelto en una telaraña de dudas, miedo, angustia y violencia. El gran señor pretende que su invitado represente la muerte de Sócrates con la mayor veracidad posible. Con la típica dicción argentina los diálogos son intensos, exhaustivos, profundos. Un gran juego dialéctico sobre el valor de las apariencias, la realidad y la ficción tanto en la escena teatral como en la vida misma, para encontrar donde está la verdad y hasta dónde nos alcanza. Los sentimientos, el instinto, la moral, la posición psicológica y hasta la fisiología son materia para modelar y crear esa suprema verdad, la verosimilitud de la escena, la misteriosa maquinaria interna del actor para componer su personaje. Las actitudes físicas, las diferencias de tono, los gestos y hasta los mínimos cambios en timbres de voz son elementos para mostrarnos esta composición de teatro dentro del teatro, para arrastrarnos en una espiral de tensión. Hay muchos momentos de intriga y suspense, con inquietantes pausas en silencio, o con una sonorización perturbadora que acentúa el efecto claustrofóbico de trampa y encierro. Y si aparecen algunos breves momentos de humor, estos son irónicos, cínicos, y hasta algo perversos. La puesta en escena nos ubica en un espacio de la alta burguesía de los años 30 ó 40, una atmósfera oscura y siniestra con referencias a los poderes fascistas de esa época, a esa autoridad suprema ilimitada con toda su manipulación y crueldad. Tanto el vestuario como la escenografía con unos pocos elementos mantienen ese carácter historicista, acompañado por una buena puesta de luces que marca transiciones o secuencias rítmicas. Inevitablemente el poder ganará el juego imponiendo la verdad con plena brutalidad, vehiculizándola con licores y venenos, aunque intrínsecamente eso implique la destrucción del otro.