Enero es un mes que no suele conceder esperanzas. Incluso, en su empeño por desprestigiar el hecho luminoso, es capaz de llevarse por delante la Poesía. Y esto así escrito puede parecer improbable, inhumano, pero no, ocurrió anteayer mismo, con el fallecimiento de Félix Grande. Un ayer ahora eterno e impreciso que también perpetuó la huella de Gelman, de Pacheco. Menos mal que el mes de febrero saluda apretando los dientes, trazando atajos y sembrando ideas en el vientre de quien ha de cambiar el horizonte. Vientre y horizonte. Miedo y huida. Tren de la libertad. «La huida y el miedo marcan el inicio de la vida humana». Ni más ni menos, de hecho, hay quien se tira una vida entera siendo nada más que miedo y huida.

Esas palabras de la gran Camille Paglia ilustran el aliento del Tren de la libertad, marcha que hoy, 1 de febrero, pondrá rumbo a Madrid para exigir la retirada de la reforma de la Ley del Aborto que ha presentado el PP y a la que se han sumado todas las organizaciones y colectivos feministas con el apoyo de organizaciones internacionales. Movimiento y libertad, palabras hechas a imagen y semejanza. Porque cuando alguien busca limitar, controlar, la vida ajena desde cuestiones que sólo responden al ámbito privado, a lo propio, hay que moverse y hay que buscar libertad. Reivindicarla cueste lo que cueste. Pelearla. Lucharla.

Es inaceptable que la institución eclesiástica siga opinando sobre cómo debe ser vivida la vida de las mujeres, es insultante soportar la palabra de quien precisamente está contra la vida al elegir un rumbo tan estéril como el eclesiástico. Es intolerable que la boca de quien tiene tanto que callar, donde anida tanto silencio y vergüenza, pronuncie la palabra feminismo, un movimiento que no ha causado ninguna muerte, asunto ante el que la religión católica no puede hacer nada más que callar. Como siempre. Callarse ante la evidencia de la verdad.

Tren de la libertad. Ahora o nunca.

@CrisConsuegra