Alberto San Juan recorre los escenarios de nuestro país estos días con «Autorretrato de un joven capitalista español», un monólogo surgido de su propia entraña autocrítica en una etapa de dificultades laborales y económicas. El que fuera uno de los artífices de Animalario, una de las compañías teatrales más contestatarias -y ahora parece que en hiato indefinido-, siempre ha sido un megáfono de otras formas de concebir la política y la sociedad, maneras alternativas que expone a las claras en esta entrevista en la que aborda desde el conflicto vasco, el anarquismo, el 15M, la PAH y muchos más asuntos de actualidad

Puestos a hablar de historia reciente, de política, de la transición..., empecemos por lo penúltimo: Operación Palace, el falso y polémico documental del Jordi Évole. ¿Lo vio?

Sí, y en principio estaba alucinando: estaba tan bien hecho... En parte me lo creía, pero, por otro lado, era tan grotesco... Fue una decepción, pero luego pensé que estaba más cerca de la verdad lo que contaba que la historia oficial. Yo creo también que había un golpe duro, destinado a fracasar, el de Tejero, y otro blando, en el que estaban Armada, los principales líderes políticos, el rey y el Cesid, por supuesto.

¿Qué opinión le merece desde el punto de vista de lo que debe ser la relación de los profesionales de la información con los ciudadanos?

En ese sentido, no me gustó mucho. Estoy de acuerdo con que hay que tener sentido del humor siempre, pero me creo que lo importante era cuestionar la verdad oficial.

Autorretrato de un joven capitalista español. Su monólogo nace simultáneamente de una necesidad ineludible, pero más pedestre, la alimentaria, y de otra de más altura, el compromiso...

Más que del compromiso, de la necesidad de entender cuál es la realidad que estoy viviendo y el proceso que la hace posible. Algo así como preguntarse, como se pregunta en la novela Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, en qué momento se jodió el Perú. Todo miembro de una comunidad humana debe hacerse esta pregunta en un momento dado, es decir, pararse a mirar su situación, mirar hacia atrás, a ver si entiende. Porque tenemos un sistema de organizar las cosas que incluye el ir borrando las huellas, con lo cual hay que hacer un verdadero esfuerzo personal para entender el camino que vamos recorriendo.

¿Quiere profundizar un poco en ese «borrar las huellas»?

El presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica [http://xurl.es/itrtb], Emilio Silva, afirma que la producción de ignorancia sobre nuestro pasado ha sido política de estado en este país, y yo estoy de acuerdo. Hay una concepción elitista de la democracia, es decir, se considera que la democracia está muy bien, siempre y cuando esté controlada por una élite que decide por todos y que, además, digamos que no reparte el beneficio de sus decisiones equitativamente. Por lo tanto, para el sistema es necesario borrar la parte de la realidad que revela esa contradicción. Por ejemplo, y volviendo a lo del 23F, el que no podamos conocer el contenido de las grabaciones que se hicieron al y desde el Congreso aquel día me parece una auténtica vergüenza y deja claro que hay mucho que ocultar.

Cuando mencionó Conversación en La Catedral, me vino a la mente Potosí, El Dorado... ¿Siempre tiene que joderse el Perú para detenernos y tomar conciencia? ¿Y la responsabilidad individual?

Sí, los humanos somos acomodaticios. Franco tenía claro que su gran logro de la paz social fue la construcción de la clase media. Y es cierto que, si tienes más o menos lo que necesitas, puedes no plantearte qué querrías en realidad. El aburguesamiento es muy real, vas tirando aunque no seas feliz. Esto me lo explicó bien una activista de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) cuando me dijo que hace sólo cinco años no tenía ningún tipo de información, y mucho menos política. Tenía su trabajo, su casa... De pronto, lo perdió todo. Entró en depresión. Fue a una asamblea de la PAH, empezó a conocer la realidad, a luchar para transformarla, y ahora dice que sigue sin tener nada, pero es mucho más feliz porque es más ella, más consciente de quién es y de dónde vive. Siempre hemos sabido que en España había una bolsa de marginación y de pobreza, pero no la mirábamos. Hay que aprender la lección y comprender que la exclusión, aunque sea de un solo individuo, es inaceptable.

Luchar, muy bien. ¿Para...? ¿Qué cree que hay detrás del muro?

Creo que el gran cambio es que la gente asuma colectivamente la gestión de sus cuestiones comunes, que gobierne sus propios asuntos, algo, que yo sepa, que no se ha dado hasta ahora en la historia de la humanidad. ¿Por qué? Porque se han neutralizado las movilizaciones populares mediante fórmulas más o menos violentas. En el caso de la transición española, por ejemplo, mediante la violencia o la amenaza de la violencia, como el 23F, o por la intervención de líderes supuestamente de izquierdas, como Felipe González o Santiago Carrillo, que mandaron a la gente a su casa, la apartaron de la política.

Ya que ha vuelto sobre sus huellas, ¿cómo se ven las cosas desde allá atrás, ve usted el camino con optimismo?

Sí, sí, yo creo en una historia del progreso y tengo absoluta fe en el ser humano y en su capacidad para el bien. El 15M habría sido difícil sin todas las experiencias previas. España tiene una larga tradición de movimientos emancipatorios, lo que pasa que han sido la primera víctima de ese borrado de huellas del que hablábamos antes.

O sea, que cree que somos parte de un proceso. Pero esos procesos son peligrosos por definición, y suelen salir carísimos.

Me parece que el peligro es el de siempre, sustituir unas élites por otras. Como dice Teresa Forcades, tenemos que hacernos cargo, en primera persona del plural y del singular; tenemos que hacernos cargo de nuestras vidas colectivas e individuales. ¿El precio? Aquí, claramente, está habiendo y habrá una confrontación, porque el poder establecido no se disolverá sin utilizar antes su principal argumento, que es la violencia. Pero no creo que haya nada que perder, todo está por ganar. Lo que sí hace falta es un enorme cambio cultural.

¿Un cambio generalizado, transversal, interclasista...?

Yo aspiro a un cambio que incluya a todo el mundo. No querría un cambio que excluyera a nadie, ni siquiera banqueros.

¿Cómo se plasma todo esto en su monólogo?

Digamos que yo siempre he tenido una cierta sensibilidad, un cierto interés por el cómo vivimos; creo que hago teatro por eso. Pero era una persona bastante ignorante. Entonces, ante la experiencia de mi propia exclusión (falta de trabajo, deudas...), ¿qué hice?, pues ponerme a leer, ponerme a hablar... Digamos que hice una investigación apresurada, fruto de la cual es esta obra, en la cual relaciono mi propia experiencia personal, es decir, mi ignorancia y mi miedo (los dos obstáculos fundamentales para mi crecimiento como ser humano), con la ignorancia y el miedo de la comunidad en la que vivo.

Y colabora con el proyecto Podemos.

Bueno, lo que de verdad me ocupa todo el tiempo es una cooperativa que hemos formado. Llevamos el Teatro del Barrio, que es la antigua Sala Triángulo. Sobre todo, es un centro para hacer política, tanto a través de la fiesta de la cultura como a través del debate político directo. Es una cooperativa de consumo cultural, abierta a los trabajadores y a los usuarios. Está gobernada, en cuanto a las grandes líneas y decisiones se refiere, por la asamblea de socios. En cuanto a Podemos, lo único que he hecho es apoyar la iniciativa. Me han llamado para algunas cosas, pero la verdad es que no puedo dedicarles más tiempo. No sé si será Podemos u otra cosa, pero ese me parece el camino: una organización política diferente a lo que hemos conocido hasta ahora, donde gobiernen las bases y no las cúpulas, donde ni siquiera existan las cúpulas. Porque creo que esa ha sido otra de las mentiras de la transición, el crear partidos políticos que no son democráticos, sino absolutamente piramidales.

Autogestión. ¿Anarquismo?

Desde mi punto de vista, lo más práctico y democrático es el anarquismo, por supuesto. Si se ve lo que se propone hoy desde los movimientos que están por el cambio, todo tiene mucho que ver con el anarquismo: cultura asamblearia, horizontal, sin líderes, y donde se habla de la propiedad y gestión colectiva de las cosas. Y colectivo no quiere decir estatal, ojo: si hay un hospital en el barrio de Russafa, las decisiones deberán tomarlas los vecinos de Russafa y los trabajadores del hospital, aunque dentro, sí, de una coordinación que vaya más allá... Bueno, creo que por ahí tienen que ir las cosas. No es casual que el anarquismo haya sido un movimiento que primero se ha intentado extinguir físicamente y que después se ha borrado del relato. Incluso la palabra ´anarquía´ ha quedado en el uso común como ausencia de organización, como desorden, cuando es justamente una forma de organización.

Tres cosas, rápidamente. La primera: ETA.

Para acabar con la violencia, hay que acabar con todas las formas de violencia, por eso también hay que dar pasos adelante en cuestiones como el acercamiento de presos a Euskadi, la liberación de enfermos terminales... Estoy seguro de que el gobierno lo tiene en su agenda, pero juegan con ello electoralmente, y creo yo que eso es jugar con fuego. Pero eso llegará, inevitablemente.

Cataluña.

Estoy absolutamente a favor del derecho de autodeterminación de los pueblos y de que cada comunidad pueda expresar su opinión sobre cómo quiere vivir. Ahora bien, yo no le veo ningún sentido a un independentismo liderado por Mas, aparte de que no me lo creo. Si yo fuera catalán, me daría igual que me explotara un madrileño o un catalán. Lo importante es responderse a la pregunta ¿independentismo, para qué?

Medios de comunicación.

El periodismo es imprescindible y debe ser ejercido por profesionales independientes, pero creo que ahora mismo eso es muy difícil. Los grandes medios son una parte fundamental del sistema vigente, sin ellos no sería posible la estafa en la que estamos metidos. Son los que le han hecho creer a la gente que el capitalismo va acompañado de libertad y democracia y por eso ahora surgen decenas de ventanas informativas. Hablo de las grandes empresas de la comunicación, no de los periodistas. Al igual que, cuando hablo de los partidos políticos, no hablo de los militantes, sino de las cúpulas, o cuando me refiero a la banca, hablo de los consejos de administración, no de los empleados.