Un pequeño velero navegando en una tormenta de color. Arremolinadas las nubes y el agua, toda la naturaleza parece vibrar al unísono. Entre tonos independientes de la realidad, sólo el barco permanece inalterable en su ruta.

Esta obra, Canal du Midi, presente en la exposición Courbet, Van Gogh, Monet, Léger. Del paisaje naturalista a las vanguardias en la Colección Carmen Thyssen, fue realizada en fecha muy temprana y se la considera por ello protofauvista. Pero el pintor Albert Marquet, quien mantuvo correspondencia y amistad con Henri Matisse durante mucho tiempo, comentó que el origen del movimiento se remontaba al mismo año de realización de la misma, a fecha tan temprana como 1898. Después, siempre mantendría en sus argumentos este adelanto de cronología: Matisse y yo estuvimos trabajando en lo que más tarde se denominaría manera fauve. La primera exposición de los Indépendants, en la que, creo, fuimos los únicos pintores que nos expresamos en colores puros, tuvo lugar en 1901.

Sin embargo, no fue hasta 1905, cuando expusieron Matisse, Derain y Vlaminck en el Salon d´Automne, y fueron calificados de fauves. La denominación se debió a un artículo escrito por Louis Vauxcelles, el crítico que entró de lleno en los libros de arte por bautizar las dos primeras corrientes de vanguardia del siglo. El camino del fauvismo fue breve, y el grupo comenzó a desintegrarse en apenas dos años. A partir de 1907 sus componentes se incorporaron a otros movimientos o se disgregaron.

Sin embargo, la importancia concedida al color en la obra de arte se remonta en el tiempo muchos años atrás. Primero, el color fue el soporte de la luz, y a través de él se alumbraron los objetos. Avanzado el siglo XIX, con la utilización de los colores puros se buscó una mayor luminosidad. Después, cuando la emoción y la expresión fueron protagonistas absolutas del cuadro, el color se apoderó de la obra de arte.

Armand Guillaumin y Camille Pissarro visitaron la muestra retrospectiva de Eugène Delacroix celebrada en París en 1885. La influencia del pintor romántico pronto quedó reflejada en sus obras. La gama cromática de los impresionistas, cuya paleta había estado protagonizada por colores fríos, se contagió de un tono más encendido, tal y como puede apreciarse en los cielos arrebolados de Camino a Damiette, de Guillaumin, pintada ese mismo año, y también presente en la exposición.

Matisse y Derain visitaron a Signac, que vivía en Saint-Tropez desde 1892, allí el pintor neoimpresionista había recibido a Henri-Edmond Cross, Maximilien Luce o Van Rysselberghe. Más tarde, en 1905, Derain se reencontró con Matisse en Colliure. Allí ambos trabajaron intensamente en una nueva concepción de la luz y del color.

Aunque la última exposición impresionista se celebró en 1886, hasta principios del siglo XX el movimiento continuó vigente. Situándonos en el momento en el que fueron conocidas las obras fauvistas, podemos comprender hasta qué punto supusieron una agresión visual para el público, comparadas con la disolución de las formas bajo la niebla y la bruma del impresionismo. La naturaleza impresionista no tenía perfiles ni aristas, era suave y fluida, las formas se sugerían bajo el prisma de la sensación. El cuadro era poética del tiempo. Esa impresión fue sustituida por un arte directo, impetuoso y conmovedor. Mientras las obras impresionistas representaban plácidas ventanas abiertas al mundo, las obras fauvistas se convirtieron en resplandores de atención sobre él.

El público se acostumbró a contemplar cómo la luz diluía los objetos; en el fauvismo éstos quedaban potenciados mediante esa explosión de color, amenazante y directo. Era una visión no sólo novedosa sino, sobre todo, desafiante para el espectador.

El movimiento no tuvo manifiesto, no fue premeditado, ni siquiera sus integrantes le pusieron nombre y cada pintor realizó su interpretación de forma independiente. De tal manera fue así que el patriarca del grupo no tenía consciencia del mismo: «Me dice Matisse que aún no tiene ni idea de lo que significa la palabra fauvismo», comentaría más tarde el crítico Georges Duthuit. En realidad, Matisse entendía que el arte, sin etiquetas, era el resultado del fuego y el oficio.

*Lourdes Moreno, es directora artística del Museo Carmen Thyssen