El Museo Carmen Thyssen de Málaga se prepara ya para recibir las obras que formarán parte de la exposición temporal dedicada al pintor impresionista Darío de Regoyos (1857-1913). Una muestra realizada en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, que será inaugurada el próximo 13 de junio. Los malagueños y visitantes pueden contemplar en las calles de la ciudad a través de banderolas y soportes urbanos varias imágenes que corresponden a algunas de las piezas que se expondrán en la muestra. Se trata de Las redes (1893), La playa de Ondarreta (1896), El Tajo de Ronda (1905) y Los almendros en flor (1905).

Un caso muy particular el del pintor de Ribadesella pero vasco por devoción, un amable outsider de las corrientes y gustos de su época, especialmente en su país, donde jamás fue bien tratado ni apreciado. Y es que De Regoyos se formó artísticamente fuera de España, en Bruselas, donde trazó también contactos con los renovadores del arte europeos. De hecho, según Javier Barón Thaidigsmann, director del departamento de pintura del siglo XIX del Museo del Prado y uno de los máximos expertos en el autor, fue «el pintor más integrado en la renovación europea de todos los artistas españoles de su tiempo».

El español asumió y aprehendió lo mejor de los diferentes movimientos creativos del momento, firmando una especie de sincretismo pictórico de lo más estimulante: tomó lo más intersante de los simbolistas, lo que él mismo llamó la «época neurasténica», vinculada a la España negra, y posteriormente conectó con la deriva al expresionismo; por no hablar del impresionismo, básico en su obra -bastantes expertos le consideran el primer impresionante español-, y el puntillismo, que empezó a cultivar gracias a su amistad con el grandes del ismo, Seurat, Signat y Pissarro. Y habría también que mencionar su labor como gestor cultural: organizó exposiciones de artistas, coordinó asimismo programas de conciertos, fundó liceos artísticos e impulsó todo tipo de actividades culturales relacionadas con el arte moderno en diversas ciudades para difundir la renovación de las artes.

Darío de Regoyos fue, desde luego, un catalizador, un investigador incansable, un hombre que tradujo sus numerosos viajes físicos, geográficos -a lo largo de su vida estuvo en Bélgica, Holanda, Francia, Italia y se movió por toda España en busca de paisajes, en busca de nuevas formas de luz- al lienzo. Quizás por ese carácter de eterno movimiento y su decidido cosmopolitismo -lo que hoy llamaríamos europeísmo-, Darío de Regoyos no prendió lo suficientemente su mecha en los círculos artísticos españoles. Y es que según el comisario de la exposición del Thyssen, Juan San Nicolás, De Regoyos no era un amante del pasilleo, de cultivar los contactos entre las institucionales y los órganos decisorios del arte: «Al contrario que Sorolla, que sabía venderse muy bien, el aspecto comercial le importaba a él un bledo». Si Sorolla fue el Mozart; De Regoyos, Salieri. Pagó caro esta despreocupación por el aspecto comercial de su tarea: nacido en una familia adinerada, terminó malviviendo, pintando obras alimenticias, puros encargos.