­Llevaba años enfermo, tanto que había dejado de pintar. Ayer el artista nacido en Tetuán pero malagueño de adopción y devoción Dámaso Ruano falleció a los 76 años. Que no asistiera a la concesión de la Medalla de la Ciudad y el título de Hijo Adoptivo de Málaga el pasado mes de mayo no era un buen presagio. Ayer, ya, luto en El Palo, su barrio, cuyo azul tanto influyó en su vida y en su obra.

Siempre sostenía Dámaso Ruano cuando se le preguntaba por la función del artista que ésta era la de proporcionar belleza, algo absolutamente necesario para los que nos movemos en este mundo agitado. Él lo hizo desde principios de los 60, desde su Tetuán natal. Luego recaló en Málaga, ciudad que ya no abandonó. Ahí, en la calle Carlomagno, en el 7C del número 1, donde creaba, su taller, y que había transformado en un art-room para todo aquel que quisiera ver su obra y también la de su hoy heredero artístico, su hijo Pablo, que se ha decantado por aplicar su amor por la pintura en el tuneo creativo de zapatillas deportivas. Por cierto, la familia siempre ha manifestado su deseo de que Ruano tuviera un museo en Málaga: su «espectacular obra» y su amor por la tierra que lo acogió justificarían la operación, han argumentado en diversas ocasiones. Tiempo ahora para que los gestores hagan números.

Movimientos

La pintura de Dámaso Ruano está ligada en principio a los movimientos rupturistas de fines de los años 50, utilizando después la geometría para ordenar el espacio y el paisaje. En sus primeras experimentaciones con materiales utiliza el collage con trozos de papel rasgados, explora la abstracción del paisaje mediante el estudio del espacio y la geometría, sintetizando el paisaje de su juventud en Marruecos, utilizando las gamas terrosas dominantes en los paisajes de su niñez. Fue, junto con Eugenio Chicano, Enrique Brinkmann, Jorgé Rando y Pepe Bornoy, entre tantos otros, uno de los nombres clave que hicieron que Málaga se zafara de ese costumbrismo y paisajismo que había atenazado su arte durante décadas y se abriera a la modernidad. Mucho le debe la ciudad a Ruano y otros miembros del inolvidable Colectivo Palmo; sin ellos y tantos otros, nuestra ciudad habría tenido mucho más complicado dar el salto a la contemporaneidad artística.

El arquitecto Carlos Hernández Pezzi resumió certeramente la carrera de Ruano en la concesión de la Medalla de la Ciudad: «Dámaso es un artista universal que nos ha hecho vivir la alegría de la geometría y la abstracción y un hombre que ha logrado que los malagueños nos sintamos más fuertes en el convencimiento de ciudad cultural». Cualidades de un artista y amigo para muchos que fue, además, un hombre absolutamente sencillo, siempre modesto, humilde y, como aseguran quienes lo conocían, ante todo «un militante del progreso». Y de ésos no andamos sobrados en esta ciudad, ni siquiera en pleno siglo XXI.

Dámaso Ruano deja viuda, Pilar Cervera -algo más que una compañera vital para el artista: cuentan sus allegados que para él su mujer era sus ojos y sus manos-, amén de cinco hijos. Descanse en paz.