Dicen que Ernest Hemingway le dijo en una ocasión a Marlene Dietrich: «La muerte es algo que a ti no te concierne, Marlene. Tú eres inmortal». Cierto o no, Marlene Dietrich es hoy un mito venido a menos. Es el mito de una civilización ya superada que tenía otro concepto de la estrella de cine más cerca de la diosa que del tipo humano. Mito para espectadores antiguos que las nuevas generaciones desdeñan porque no han visto sus películas. Por eso un libro como Marlene Dietrich (Errata naturae), de Franz Hessel, se vuelve indispensable para conocer a la protagonista de El ángel azul. De todas las actrices de la época dorada de Hollywood, Dietrich es la que mejor encarna la sofisticación. Es la actriz sofisticada por excelencia; pero la palabra sofisticada no contiene, aquí, el menor sentido peyorativo, sino que alude a una mezcla de embrujo y fantasía.

Como dice Hessel en su libro, escrito por encargo para la editorial berlinesa Kindt & Bucher y publicado en 1931 (con anterioridad había publicado dos deliciosas novelas, Romance en París y Berlín secreto, recuperadas también por Errata naturae): «Ya sea en el papel de dama o en el de prostituta, en el de conquistadora o en el de víctima, Marlene Dietrich siempre da vida a un sueño universal, como la heroína de una de sus películas; es la mujer que todos desean -Hessel se refiere a la película Flor de pasión, cuyo título original es Die Frau, nach der man sich sehnt, La mujer que uno desea, dirigida por Kurt Bernhardt, en 1929-; todos, no éste o aquél, sino cada uno, el pueblo, el mundo, el tiempo».

Mito

El mito de Marlene Dietrich comienza en El ángel azul, de Josef von Sternberg. Ningún debut desde el de James Dean en Rebelde sin causa ha sido tan influyente. El ángel azul no fue la primera película de Dietrich, pero sí fue su primera gran creación: la alegre Lola-Lola. Cantante en un local de mala fama, Lola-Lola es una cabaretera para quien el amor es una simple circunstancia. Como escribe Hessel: «Puede ser banal, grandiosamente banal, como la letra de las canciones que canta [...] pero lo hace con serenidad, con una natural desnudez que resulta mucho más sencilla, clara e intensa que cualquier sex-appeal intencionado. Aquí, el sexo no pretende seducir, se presenta con inocencia, simplemente está ahí».

La llegada de Marlene Dietrich a Hollywood desde Berlín supuso el declive de Louise Brooks, un milagro de fotogenia que no necesitaba interpretar en el sentido estricto de la palabra. En sus memorias, Brooks recuerda el primer encuentro con Dietrich así: «Llevaba un vestido de gasa azul, con pesados volantes alemanes de seda. Para mi asombro, me saludó con voz cálida y amistosa. Todavía era la Lola-Lola de El ángel azul».

Pero, a partir del momento en que empezó a distribuirse Marruecos, cualquier parecido con aquel personaje magnífico se desvaneció para siempre. En la nueva Dietrich, tan sofisticada, ya no quedaban trazas de una feliz vulgaridad o de una generosidad impulsiva. Sus movimientos brutales y dinámicos desaparecieron bajo aquellas actitudes majestuosas que ella adoptaba. No volvió a intentar ninguna interpretación por miedo a abrir los ojos, que a partir de ese momento quedaban siempre medio cerrados, pesadamente sombreados bajo unas cejas falsas».

Personaje

Brooks, a decir verdad, llevaba razón. La Dietrich que conocemos dista mucho del personaje de El ángel azul, pero eso no quiere decir nada. Para el escritor y mitómano Terenci Moix, el mito de Dietrich estaba compuesto de trescientos cincuenta ingredientes, de los que dos eran los fundamentales. El primero, su propia inteligencia; el segundo, la misoginia de Josef von Sternberg: «Nunca un acto misógino, de necesidad de destrucción perpetrado contra la mujer, fue tan claro como en la edificación progresiva del mito Marlene. En cada una de las seis películas que Joseph von Sternberg creó para Marlene, fue matando todos los residuos de aquella Lola-Lola, para erigir en su lugar un símbolo erótico cuyo proceso de destrucción era cruel y refinado como algunos de los mejores momentos de Sade».

Volviendo al libro de Hessel, hay que recordar que está escrito en 1931 (Dietrich aún no había rodado Fatalidad, El expreso de Shanghái, La Venus rubia y Capricho imperial), cuando el mito de Dietrich no sólo está reciente, sino también está inserto en la realidad socio-cultural: «En Estados Unidos, aviones que llevan su nombre en letras gigantescas sobrevuelan la cabezas de la gente. [...] En Alemania, incluso en la más pequeña ciudad de provincias, los gramófonos no se cansan de hacer sonar la canción de aquella que está hecha para el amor de la cabeza a los pies [Hessel se refiere a la canción que canta Dietrich en El ángel azul: De la cabeza a los pies estoy hecha para el amor, / éste es mi mundo, ¡y nada más! Es mi naturaleza. / Pues sólo se amar / y nada más], y tanto las mujeres decentes como las frívolas se reencuentran con lo más profundo de su ser en la letra y en la música de esta canción». En una de sus películas, escuchamos a Dietrich decir «si pudieras marcharte ahora y volver hace diez años». Eso es lo que consigue Hessel en Marlene Dietrich, conducirnos hasta el inicio del mito. Si alguien tuvo alguna vez motivos de eterno agradecimiento a alguien, es la actriz alemana para con Hessel, a quien conoció una mañana de febrero en Berlín ochenta años atrás.