­Llevan juntos desde 1967, nada menos que 47 años; hace cuatro décadas, en el 74, debutaron en España, donde ya llevan más de 1.400 funciones a sus espaladas y 2 millones de espectadores. Cada una de sus actuaciones se cuenta como lleno y éxito absoluto. Las cifras de Les Luthiers son de vértigo -más de 9 millones personas en todo el mundo han reído con sus actuaciones-, y ellos confiesan mantener viva la llama de la creatividad para poder así continuar al menos «unos cincuenta años más». El conjunto argentino está de regreso en Málaga, donde no acudían desde hace seis años, para presentar su nuevo espectáculo, Lutherapia, montaje que ponen en escena hoy y mañana (21.00 horas) en el Palacio de los Deportes Martín Carpena.

«Para soportarnos unos a otros hicimos terapia grupal unos veinte años. Algo que nos fue muy útil para permanecer unidos. Al cabo de esos años estamos mejor que antes», aseguró Carlos López Puccio. Daniel Rabinovich declaró que ser un miembro de Les Luthiers es algo «muy divertido» y «una bendición». «Nos pagan por jugar, divertirnos y estar entre la familia y los amigos, pero hay un límite, sobre todo para algunos de mis compañeros, que son muy mayorcitos ya», destacó con sorna y clavando la mirada en el resto de los componentes.

El hilo argumental de Lutherapia, cuyas dos funciones ya ha alcanzando el 80% del aforo vendido, son las conversaciones de un individuo con su psicólogo. «Todo el espectáculo es nuevo y flamante, excepto el número Pasión bucólica, que es una versión mejorada del que hacíamos en 1986», confesó Jorge Maronna, que remarcó que también hay algunos nuevos instrumentos informales , como la exorcítara o el bolarmonio, junto a otros ya clásicos.

A la hora de recordar tanto sus comienzos como sus primeras visitas a Málaga en el Teatro Cervantes, López Puccio admitió «echar de menos» los teatros y las salas e íntimas». «Creo que nos daba la posibilidad de hacer una cosa gestual más pequeña e íntima, directa y en contacto con el espectador, pero fue una evolución necesaria. Cuando empezamos en un café-teatro con cuarenta personas, era como un prestidigitador con las cartas».