Está visto, vuelven los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. La editorial Anagrama pone de nuevo a rodar los libros más exitosos de su fondo, a través de una nueva colección, Compendium, cuyo título es un homenaje personal del editor Jorge Herralde a la librería Compendium Books, de Candem Town, en Londres, ya desaparecida. Jack Kerouac, William S. Burroughs y Charles Bukowski son los tres escritores elegidos para abrir la colección que reúne en un volumen varios títulos de cada autor. De Kerouac se recopilan sus novelas autobiográficas de la carretera: En el camino, Los subterráneos y Los vagabundos del Dharma; de Burroughs sus novelas sobre la adicción: Yonqui, El almuerzo desnudo y Queer; y de Bukoswki los tres libros de relatos que consolidaron su fama de outsider: Escritos de un viejo indecente, La máquina de follar y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones.

La influencia de Jack Kerouac, figura destacada de la generación beat al igual que Burroughs (que aparece en su novela En el camino bajo el nombre de Old Bull Lee), lleva décadas haciéndose notar en la literatura americana. Estaba presente en las Crónicas de motel de Sam Shepard, publicada en 1983, y también lo está en Otra noche de mierda en esta puta ciudad de Nick Flynn, aparecida en 2004 (ambas publicadas por Anagrama). Este asomar entre líneas de Kerouac, me apresuro a señalar, en absoluto desmerece el interés de las novelas autobiográficas de Shepard y Flynn, sino que pone en evidencia lo mucho que le deben a su prosa espontánea que a menudo ha sido comparada con la música bop, una suerte de improvisación y anarquía que alcanzó su cotas más altas en Visiones de Cody, de la hay edición española en el sello independiente Escalera.

La mitología del yo de Kerouac ha sido también fuente de inspiración para muchos músicos, como el cantante y activista político americano Steve Earle: «Antes de que puedas decir Jack Kerouac, te darás la vuelta y me habré ido» (The Other Kind); el cantante norirlandés Van Morrison: «La curiosidad mató al gato / Los vagabundos del Dharma y En el camino de Kerouac» (Cleaning Windows); el grupo neoyorquino Beastie Boys: «Mientras leo En el camino de mi colega Jack Kerouac» (3-Minute Rule); o la banda de rock formada en Brooklyn en 2004 The Hold Steady: «Algunas noches pienso que Sal Paradise [protagonista de En el camino] tenía razón» (Boys and Girls of America).

Los primeros intentos literarios de William S. Burroughs se remontan a 1938, cuando escribió con un amigo una novela policíaca con una influencia muy acusada de Dashiell Hammett, uno de sus escritores favoritos. En 1944 entró en contacto con Kerouac, Allen Ginsberg y Neal Cassady, con quienes formó el legendario cuarteto que fue la punta de lanza de la generación beat, cuya principal misión fue decirle a los jóvenes americanos que se dieran de baja de la aborrecida middle class para llevar una vida bohemia apartada de las convenciones sociales. Fue Kerouac quien convenció a Burroughs para que volviera a escribir. Juntos firmaron una novela negra basada en hechos reales, Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, que no vio la luz hasta 2008 (en España la publicó Anagrama en 2010).

Ya en solitario, Burroughs escribió las dos obras que le dieron fama mundial, Yonqui (1953) y El almuerzo desnudo (1959), aunque haya aún escritores a quienes el escritor americano no les interese nada. «Sus historias experimentales, psicodélicas», escribe el premio Nobel Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, «siempre me han aburrido sobremanera, al extremo de que no creo haber sido capaz de terminar una sola de ellas». Tal vez el rechazo de Burroughs todavía hoy pueda deberse a dos motivos: primero, a su malditismo (los términos drogadicto, homosexual y asesino [mató a su mujer accidentalmente] le han acompañado siempre como un sambenito en las solapas de sus libros), y segundo, a su renuncia a compartir los presupuestos de no violencia de la generación beat.

Cuando el escritor suizo Daniel Odier, autor de Tantra, la iniciación de un occidental al amor absoluto, le preguntó a Burroughs en 1969 si participaba del empeño del poeta Allen Ginsberg de transformar el mundo mediante el amor, éste le contestó: «Categóricamente, no; la gente que controla el poder no desaparecerá por su propia voluntad». Todo lo que cuenta Burroughs en Yonqui y El almuerzo desnudo se ciñe irrestrictamente a su adicción a las drogas: «Todo hombre alberga en su interior un ser parásito que en absoluto actúa en su beneficio». Sus repetidos encontronazos con la ley le obligaron a establecerse por un tiempo en Tánger, donde era más fácil procurarse la morfina y los chicos de catorce años que tanto le gustaban: «La sexualidad en Tánger es terriblemente simple. Los chicos son pobres».

Y si creen haberlo visto todo, esperen a leer los Escritos de un viejo indecente, La máquina de follar y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, de Charles Bukowski, bautizado como Heinrich Karl Bukowski. Su obra continúa siendo una referencia constante en la literatura, el cine (el director noruego Bent Hamer llevó a la pantalla en 2005 su novela Factotum, con Matt Dillon) y el cómic contemporáneos. Aunque nació en Alemania en 1920, fruto de la unión entre una mujer alemana y un soldado americano, Bukowski vivió toda su vida en Estados Unidos, donde trabajó como cartero durante las décadas de 1950 y 1960. Bukowski fue el primero, y si no el primero el mejor, en hablar de la gente de los márgenes, de cualquiera que no perteneciese a nada, como las prostitutas, los borrachos y los locos.

En el libro de poemas Betting on the Muse, Bukowski escribió: «Algunas personas nunca enloquecen. Deben tener unas vidas horribles». Es casi lo mismo que dijo Kerouac en su novela inaugural del movimiento contracultural de los años sesenta del siglo pasado, En el camino: «La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas».

A Bukowski, por sus novelas y relatos, se le ha dado el importante título de fundador del realismo sucio. Sus personajes son hombres y mujeres unidos en la desesperación, inadaptados y desalentados no sólo por la miseria que sufren, sino también por la falta de ilusiones. Son hombres y mujeres sumidos en el alcohol y en la pobreza, que rechazan la vida en las grandes ciudades modernas, y que, a su vez, son rechazados. El argumento de sus libros, que contienen descripciones muy gráficas de actos sexuales, se basa en gran medida en hechos reales vividos por Bukowski, para quien «la vida es todo lo agradable que se lo permitas». Y sí, también: «Siempre habrá dinero y putas y borrachos, hasta que caiga la última bomba». Buena pesca.