Igual que es bien sabido que la arena jamás renegará de la arena, la verticalidad nunca renegará de la altura. La poesía tiene voluntad vertical, crece en la verticalidad, tiene que aspirar a ella, pues es ahí, en ese ascenso donde habitan las cosas finitas que van más allá de su finitud. María Victoria Atencia es una poeta de profunda verticalidad que se deja arrastrar por el lenguaje para erigirse en una metamorfosis que no precisa tanto de transformación como de ascenso y plenitud, como las metamorfosis más memorables, así «clavo al suelo / profunda la raíz, y tiendo en vuelo / la rama». Porque la finitud, lo estrictamente terrenal -lo previsible- endominga, abarata y ahí se descifra el pozo del poeta, el final de aquellos que dejaron de lado la emoción y el conocimiento y prefirieron hacer malabarismos dentro del gremio y ornamentación dentro del poema. Sesenta años lleva ya Atencia desgranando la belleza y sus formas, que pueden partir desde un lugar sereno y azul («Al sur de algún país está mi casa / con discos de Bob Dylan y Purcell, y facturas, / y pudín de Yorkshire») hacia el conflicto cada vez menos azaroso del verso inmortal que sólo dispara al futuro, sin necesidad de ser un arma cargada ni nada que se le parezca, y que impone lo edénico a lo terrenal. Con unos versos concisos, nobles y sencillos, pero también alambicados a un clasicismo contenido y, por supuesto, convulso, ha librado ese pulso constante con el lenguaje para «seguir creyendo la hermosura del mundo». El que ama se engendra a sí mismo a cada instante, dijo antes María Zambrano, en lo que podría servir como definición del mundo de M. V. Para Juan Antonio González Iglesias, quien se ha encargado de la edición y selección de la antología publicada con motivo del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que estos días venimos celebrando a todo trapo, «en un época tan depauperada, debemos agradecer que alguien nos haga llegar un mensaje hecho sólo de calidad individual».

Sólo son imprescindibles los poetas que ya están creando a ese poeta futuro, que ponen de moda la poesía desde su higiénica minoría, los poetas que sólo acuden al folio o la pantalla cuando quieren pasárselo bien, independientemente del grado de necesidad, normalmente bajo si se disfrutan los verdaderos dones de la existencia. Son imprescindibles los poetas que escriben libros que acaban siendo fábricas de poetas. Ella tiene algunas que han sido levantadas cerca del Alborán, yo sólo soy un sucedáneo más de aquel Marta & María, remedio eficaz a eso que Seamus Heany llamó «reparación de la poesía», es decir, adelantarnos a las circunstancias sin dejar de observarlas.

María Victoria Atencia inventa ese futuro desde una Málaga celebrada sin apología, igual que su feminismo, su modernidad o su fe. Pero como ya apuntó Vicente Aleixandre, sólo ellos conocen cómo desde esa fiesta serenísima se «alegran del bien que tú eres». Y brindar por ti, por la gran dama de la poesía española, por la prolífica Calle del Ángel, 1. «Yo es otro», dijo Rimbaud. «El ámbito soy yo», escribió Atencia. Y eso es más, mucho más.