La primera edición de La metamorfosis de Franz Kafka se publicó en 1915, por lo tanto este año se cumplen cien años de su publicación en la revista Die Weißen Blätter (Los papeles blancos), una publicación mensual de literatura expresionista, editada por el escritor alsaciano René Schickele. Existen libros tristes que nos hacen felices a los demás. La metamorfosis (traducida en algunas ocasiones en España como La transformación, ya que la palabra alemana verwandlung del original corresponde en realidad a cambio, transformación, mutación) es, sin duda, uno de ellos, porque desde su aparición no ha dejado de recibir la admiración y el interés de los lectores, y la aceptación y el aplauso de los críticos. Y eso, a pesar de que el autor checo no estaba seguro de si debía publicarla.

Dos años antes de la publicación de La metamorfosis, el 20 de octubre de 1913, Kafka escribió en su diario: «En casa, me puse a leer La metamorfosis; me parece mala». Kafka tuvo siempre una actitud pesimista y escéptica respecto a su obra, que sin duda se reflejó en la petición a su amigo Max Brod de que quemara todos sus escritos después de su muerte, un deseo que no fue respetado por Brod, consciente de la importancia de su obra y sensibilizado con el tormento que suponía para él escribir, similar a un alumbramiento. Así lo expresa el propio escritor en su diario el 11 de febrero de 1913: «La narración [La metamorfosis] salió de mí como un verdadero parto, cubierta de suciedad y mucosidades».

A Borges le gustaba decir, en El arte de contar historias, que el tormento de Kafka consistía en su imposibilidad de escribir un libro feliz: «No podemos creer de verdad en la felicidad y el triunfo. Y quizá ésta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público habría notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños».

En La metamorfosis, Gregor Samsa, un viajante de comercio, pasa a convertirse, tras la bancarrota de su padre, en el único sostén de la familia. Pero una mañana, al despertar después de una noche llena de pesadillas, se encuentra transformado en un monstruoso insecto. Consciente de la repugnancia que provoca en sus padres y su hermana, Gregor se adecua a dormir bajo la cama y a no dejarse ver en público. Se alimenta solamente de sobras, asistido por una vieja criada, la única que no le tiene miedo. Pero un día, atraído por el sonido del violín de su hermana pequeña, Grete, aparece en la sala ante su familia y tres huéspedes que, debido a la necesidad de dinero tras su metamorfosis, han admitido en casa. El padre le arroja una manzana, que lo hiere. Gregor muere poco después. Pero aún tendrá que bajar un peldaño más en la escala de esa degeneración humana que no parecer tener límite: la criada tira su caparazón completamente plano y seco a la basura.

La metamorfosis sintetiza un proceso de observación de la humanidad a través de un hombre atrapado entre la tiranía burocrática, la deshumanización y la vida familiar, a la que repudia por falsa. Esa falsedad que Gregor aborrece no dista mucho de la realidad familiar de Kafka, quien mantuvo con su padre una relación de tirantez permanente, de la que dejó constancia en su célebre Carta al padre: «Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo».

Si Carta al padre es la llave de todas las interpretaciones de lo que Kafka denominaba «el revolverse de la mosca en la hoja de papel engomado», es decir, él mismo en su casa paterna, La metamorfosis es, como escribe Jordi Jovet en el prólogo de la edición Debolsillo, la «alegoría de las condiciones de su equívoca (quizás equivocada) existencia en la ciudad de Praga. [...] En esta narración se habla de la zozobra y el desasosiego de alguien que, llevando en apariencia una existencia ordenada y cabal, vive -prácticamente en secreto- en el ámbito mucho más extravagante de quien ha decidido entregar su vida a la escritura. [...] Detrás de la historia trivial, sencillamente familiar, de un empleado a quien el destino ha golpeado, se levanta la historia extraordinaria de un escritor luchando, bajo el caparazón endeble y las menguadas alas de su profesión, por afirmar la génesis de un sentido en el seno de un Estado y una sociedad presidida por la extenuación, por el agotamiento moral y el empobrecimiento».

De esa la lucha denodada de Kafka por convertirse en escritor, a menudo a espaldas de los deseos de su padre, dan cuenta numerosas entradas de su diario: «17 de diciembre de 1910. Cuando a la izquierda finalizan los ruidos del desayuno, comienzan a la derecha los ruidos del almuerzo, por doquier abren puertas como si quisieran abrir boquetes en las paredes. Pero ante todo permanece el centro de la desgracia. No puedo escribir; no he producido ni una sola línea que reconozca como mía, pero por el contrario he borrado todo cuanto he escrito. [...] 9 de julio de 1912. Tanto tiempo sin escribir nada. Mañana, empezar. De lo contrario volveré a caer en una insatisfacción insostenible y progresiva; en realidad ya estoy en ella. [...] 1 de noviembre de 1912. En el fondo, mi vida consiste y ha consistido desde siempre en intentos de escribir, por lo general malogrados».

Así las cosas, no es extraño que Kafka se viera a sí mismo como un «bicho raro». Para Albert Camus, el secreto de Kafka reside precisamente en esa oscilación entre lo humano y lo monstruoso, «entre lo natural y lo extraordinario, el individuo y lo universal, lo trágico y lo cotidiano, lo absurdo y lo lógico. [...] Lo que se debe retener es esta complicidad secreta que a lo trágico une lo lógico y lo cotidiano. Por eso Samsa es un viajante de comercio. Por eso lo único que le preocupa en la singular aventura que lo convierte en araña es que a su patrón le causará desconcierto su ausencia. Le crecen patas y antenas, su espinazo se arquea, su vientre se llena de puntos blancos, y no diré que eso no le asombre, pues fallaría el efecto, pero sólo le causa un ligero fastidio. Todo el arte de Kafka está en ese matiz».

De no ser por esa oscilación entre lo humano y lo monstruoso que parece anunciarnos nuestra propia época, los sueños y las pesadillas de las narraciones de Kafka no hubieran atraído a millones de lectores en todo el mundo. Si bien no hay acuerdo sobre cuál es su mejor libro (hay quienes se inclinan por El proceso y El castillo), el que ha tenido más ediciones es La metamorfosis. Sólo en España se pueden encontrar hasta veinte ediciones diferentes. Incluso el simple hecho de buscar la mejor es ya una singular aventura. Buena suerte.