Nacido en Barcelona en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía catalana, fue sin duda uno de los poetas más importantes de la generación del 50. Fiel exponente de lo que se suele denominar una doble vida, Biedma desarrolla tanto actividades empresariales junto a su padre en el negocio tabaquero familiar como coquetea con el marxismo, aunque su vida interior quedará por completo marcada por su condición homosexual, circunstancia que, en el seno de su profundo pesimismo, le llevará a vivir al límite de toda una serie de experiencias autodestructivas.

En Nava de la Asunción, un pueblo de la provincia de Segovia, pasaron la guerra. «Fue una época feliz, a los niños no parece importarles las guerras, o hacen de la guerra un divertimento, un juego que los mayores no entienden en medio del terror de la vida diaria...». El poeta recuerda con nostalgia esa solariega Casa del caño de sus sueños infantiles, con la que mantuvo una sólida historia de amor durante toda su vida. La magia de aquel recinto fue escenario durante décadas y refugio preferido del poeta.

Cursó estudios de Bachillerato en el Instituto Luis Vives, colegio de tradición francesa, en el elegante barrio de Sarriá de Barcelona. Su juventud estará presidida por las veladas en el Liceo, la natación, el tenis y la equitación en el Club que alternó con la fascinación que sentía por los bajos fondos de Barcelona.

Llegó a la Universidad en 1946 para estudiar Derecho. Allí, coincide con Alberto Oliart, Jaime Ferrán, Carlos Barral, poetas que más tarde integrarían el grupo conocido como la Escuela de Barcelona. Con sus compañeros comparte inquietudes literarias, ideas políticas, tertulias, juergas y viajes. Es el inicio del poeta, intelectual y hombre de izquierdas.

En 1953 marcha a Oxford para iniciar su carrera de diplomático, adquiriendo gran conocimiento de la poesía anglosajona del momento. Además de su fervor por Baudelaire, su pasión por la literatura medieval, su rechazo al surrealismo y su defensa de la racionalidad, destaca la influencia de Rilke, Eliot, Kavafis, Rimbaud, Pablo Neruda o César Vallejo. La poesía de Antonio Machado es determinante en su obra así como la de Guillén, a quien dedicó un brillante estudio; también admiró a Salinas y a Aleixandre, destacando su especial fervor hacia Luis Cernuda.

En su obra hay una profunda preocupación por el hombre que enlaza con el «humanismo existencial», aunque se produce un distanciamiento estético, es decir, una huida de todo patetismo agónico. Un profundo escepticismo ante el mundo que le ha tocado vivir, lo aleja de la poesía desarraigada y de la poesía social y de compromiso. El uso frecuente de la ironía, una ironía del desencanto, reveladora de su escepticismo, viene a ser el medio subjetivo de mostrar su disconformidad con lo que le rodea: es un reflejo de su renuncia al compromiso y a la crítica directa, pero no por ello deja de expresar, por medios más sutiles, su abatimiento y rechazo de la realidad circundante.

Lo íntimo

En cuanto a la temática hay un retorno a lo íntimo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia, el recuerdo de la guerra vivida en sus primeros años, el amor y el erotismo, la amistad y la atención a lo cotidiano. Paradójicamente critica a la burguesía, clase social a la que pertenece, pues ideológicamente se identifica con las clases proletarias de los desheredados. Es esa conocida «mala conciencia de clase». Su privilegiada situación, que le venía de herencia, le sumió en un estado de remordimiento innecesario: «...me avergüenzo/de los palos que no me han dado, /señoritos de nacimiento/para mala conciencia escritores/de poesía social...». «Y a la nostalgia de una edad feliz/y de dinero fácil, tal como la contaban, /se mezcla un sentimiento bien distinto/que aprendí de mayor, /este resentimiento/contra la que nací».

En 1959 publica su primer libro importante Compañeros de viaje, que junto con Moralidades(1966) integra la parte más social de su poesía, con piezas llenas de denuncia política en las que evoca la hipocresía burguesa, la miseria que presidía el sistema capitalista, la opresión del pueblo y la discriminación de la mujer. En 1968 publica, a mi juicio, su mejor obra Poemas póstumos, tras sufrir una profunda crisis interior que le recluye en un férreo nihilismo acorde con su propia desesperación.

En Compañeros de viaje, su primer libro importante y cuyo título alude a los camaradas de aventura política y compañeros de aquellos años de ilusiones juveniles, incluye su conmovedor poema Noches del mes de junio. Esas noches de zozobra y angustia ante el implacable examen, las convirtió en mito: «Alguna vez recuerdo/ciertas noches de junio de aquel año, /casi borrascosas de mi adolescencia/ (€) porque en ese mes/sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña/lo mismo que el calor que empezaba, /nada más/que la especial sonoridad del aire/y una disposición vagamente afectiva. // (€) Las altas horas de estudiante solo/ y el libro intempestivo/ junto al balcón abierto de par en par (€) /sin un alma que llevar a la boca//€».

Conflictivo

Siempre ejercieron sobre mí especial fascinación sus Poemas póstumos, donde nos ofrece un personaje conflictivo sicológicamente, que sabe de la pérdida de la juventud y el acercamiento de la muerte. La ironía del título remite a alguien que no es él mismo. Se ha producido una transición, el tiempo ha hecho desaparecer al Otro, al que en su libro anterior Moralidades estaba en conflicto con su clase, con el tiempo, con la historia. La muerte del alter ego joven del poeta demuestra una desaparición simbólica del personaje juvenil y la fundamental victoria de la realidad de las circunstancias sobre lo ilusorio de la vida.

El protagonista de estos poemas es un adulto que padece los sentires del poeta joven, con un regusto de poesía maldita, y termina por certificar la desaparición de ese «embarazoso huésped» juvenil. En su poema Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma, el poeta aniquila a este personaje poético del pasado por un profundo rechazo de su doble ser: « (€) Agosto en el jardín, a pleno día. //Cerca de la piscina/vasos de vino blanco dejados en la hierba, calor bajo los árboles (€) : /(€), /la apagada explosión de tu cuerpo en el agua. /Y las noches también de libertad completa (€) //Fue un verano feliz€/El último verano/de nuestra juventud dijiste a Juan/en Barcelona al regresar/nostálgicos (€) Luego vino el invierno, / el infierno de meses/ y meses de agonía/ y la noche final de pastillas y alcohol/y vómito en la alfombra./ Yo me salvé escribiendo/después de la muerte de Jaime Gil de Biedma...».

Paradójicamente, cuando el otro Jaime Gil de Biedma hace que Jaime Gil de Biedma se suicide después del último verano de su juventud, lo que está haciendo es salvarse a sí mismo y ello en la medida en que no concibe seguir viviendo una vez ida la juventud y, por lo tanto, tiene que morir, siquiera en el poema. Lo escribió en su casa de Nava de Asunción en 1966, donde evoca los sucesos del verano de 1965.

No volveré a ser joven, auténtica joya de la poesía actual, es en sí mismo una afirmación de la conclusión de Jaime Gil de Biedma al llegar a la edad de 35 años: «Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde/como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante.// Dejar huella quería/y marcharme entre aplausos/-envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. //Pero ha pasado el tiempo/y la verdad desagradable asoma: /envejecer, morir, /es el único argumento de la obra». En la juventud siempre se espera la gloria de los años adultos y la expectación de «marcharme entre aplausos», pero con la madurez viene una realización de la seriedad de la vida. Con el tiempo, lo ilusorio se convierte en «la verdad». El «envejecer, morir» que solamente aparecía como «dimensiones de teatro» o realidades ficticias vienen a ser «el único argumento de la obra», la única verdad irrefutable, definitiva.

En 1974, el determinismo de una sociedad incapaz de cambiar su historia y el conformismo y desencanto que impregna el mundo intelectual de izquierdas después de la transición a la democracia, le conducen a abandonar prácticamente su producción literaria hasta su muerte.

En 1985 se le diagnostica el sida, aunque hasta 1988 se mantiene activo: lecturas, conferencias y continúa al frente de la empresa familiar Tabacos de Filipinas. En 1989 sufre un empeoramiento de su enfermedad. Muere en enero de 1990, al lado de su último compañero, el actor Josep Madern.

A Jaime se le canta, se le lee, se le enseña, se le interpreta, se le publica. Y estaría contento porque como él dijo escribía poesía para no morir del todo. Entre Machado y los poetas de la generación de los 70 y 80, un puente, sin duda, inevitable es Jaime Gil de Biedma.

*María Jesús Pérez Ortiz es filóloga, catedrática y escritora