­La poeta, profesora de Griego, editora y traductora Aurora Luque acepta con cariño la etiqueta de amante de lo grecolatino debido a sus constantes diálogos con el pasado, con paralelismos capitales en relación con el presente, pero ahora, precisamente, le interesa reflexionar sobre lo inmediato, sobre lo que nos rodea, porque la poeta debe ser capaz de mirar, interrelacionar e interpretar con su visión lúcida los problemas de nuestro tiempo.

«Me pusieron la etiqueta del mundo grecolatino, pero las etiquetas hacen daño; lo que me interesa ahora es el presente, pero recurro al diálogo con el pasado», dijo.

En cuanto al tono social que adquiere aquí su obra, la poeta recordó a preguntas de los periodistas que hasta el gran Juan Ramón Jiménez es un poeta político. «La ciudad se filtra en la escritura; hoy, la experiencia de ciudad es mutante y nómada y atraviesa continentes y siglos. En esta ciudad-no-quieta, en este nuevo mundo, lo personal y lo político se superponen. No quedan resquicios para refugio del romanticismo», indicó.

«Todo lo personal es político, incluso en la poesía, y por eso en este libro hay diálogo, reconocimiento y pago de deudas contraídas con otras voces; por ejemplo, con las mujeres almerienses retratadas por Pérez Siquier,con Hipatia como inductora del amor a la astronomía, con Virginia Woolf y sus enseñanzas sobre las sensaciones físicas a través de las olas», apunta, al tiempo que recuerda también a Ana María Matute, en una reflexión que señala abiertamente a su infancia y a la forma de mirar que en ella desarrolló.

Luque ha dirigido la colección de poesía Cuadernos de Trinacria y, entre sus títulos, destacan Hiperiónida, Problemas de doblaje, Carpe Noctem, Transitoria, Haikus de Narila y la siesta de Epicuro, que obtuvo el Premio Generación del 27 en 2008. Además, ha traducido a Meleagro, María Lainá, Safo, Catulo, Louise Labé y Renée Vivien, además de editar a la dramaturga María Rosa de Gálvez.