La víspera de la inauguración de la XXXV edición de la Feria Internacional de Turismo, Fitur,que anualmente se celebra en el Instituto Ferial de Madrid, Ifema, el Ayuntamiento de Málaga ofreció su ya tradicional recepción a las autoridades, tour operadores, agentes de viajes,directores de las oficinas españolas de turismo (OET) en los principales mercados del mundo y empresarios turísticos. Durante el evento, el alcalde declaró que Málaga «es el destino más dinámico de España, con una oferta cultural única y en continuo crecimiento».

Las referencias al dinamismo, a la singularidad y al crecimiento continuo forman parte de la retórica básica de autocelebración del sistema capitalista desde sus orígenes; su extensión al mundo de la cultura es más reciente: pertenece a la panoplia conceptual de su variante neoliberal, y ha gozado de una enorme aceptación por parte de los gestores de lo público. De ello da fe el lema con que el Ayuntamiento de Málaga acudía a Fitur 2015 y que amalgama, con el recurso a la polisemia propio de la publicidad comercial, los términos capital y cultura: «Málaga, donde la cultura es capital».

En España se da la paradoja de que la incipiente instauración de algo mínimamente parecido a una precaria sociedad del bienestar prácticamente coincide con la crisis del capitalismo industrial y la exigencia de su progresivo desmantelamiento mediante políticas de privatización de bienes y servicios públicos, entre ellos, la cultura que queda subordinada a su rentabilidad económica: lo que conlleva a su vez el desarrollo de una cultura macdonalizada, es decir, caracterizada a grandes rasgos por la previsibilidad, la uniformidad y la automatización. La aspiración es una ideal eficacia, que todo esté bajo control: que en los museos, por ejemplo, el sentido de la visita esté claramente señalizado y rigurosamente calculada su duración, para que no se pueda sobrepasar un determinado tiempo en cada sala ni se pueda volver atrás, ya que el siguiente grupo viene empujando y no puedes ir a contracorriente? como en la cadena de montaje de una factoría fordista, como en Tiempos Modernos, como Charlot.

Esa mecanización, naturalmente, no es un fenómeno que quede restringido a los museos ni al mundo de la cultura. El modelo es, evidentemente, el del turismo masivo, que no es tampoco sino una variante aplicada a un segmento específico del consumo. El consumo, y no la producción, es el eje y el núcleo del capitalismo contemporáneo. Y el consumo se motiva mediante la continua excitación del deseo, un deseo que ha de ser, a su vez, sistemáticamente frustrado, situando constantemente un poco más allá la prometida satisfacción: exigiendo de nuevo un esfuerzo más para alcanzarla siempre postergada felicidad. Acumular objetos y experiencias, con preferencia por la cantidad en lugar de una cada vez menos discernible calidad -por más que otro tópico recurrente sea el de la aspiración a un pretendido «turismo de calidad», tropo eufemístico para definir al «de mayor poder adquisitivo»,o sea, una cuestión de cantidad-.

Cuando la gestión de la cosa pública no tiene otro modelo que el mercado mismo, cuando no se mueve por otra finalidad que la de recuperar lo invertido e incrementar el margen de beneficios, no hay más que hablar sino de cantidades. Cantidades contantes y sonantes: desde el número de turistas al número de museos, o al número de visitas de turistas a cada uno de los museos, o al número de cruceros atracados, o al número del número del número. La ciudad, el entorno urbano -que a día de hoy representa para la humanidad «la tentativa más coherente y, por lo general,más satisfactoria de habitar el mundo»-, se ve empujada por el desarrollo del capitalismo globalizado a una situación de competencia y enfrentamiento interurbano por convertirse en foco de atracción de capital, de inversiones, de nuevos habitantes, de valores añadidos, fondos públicos, infraestructuras de transporte y conexión, tanto física como simbólica, y eventos que singularicen y focalicen la atención del mundo,por lo menos durante un periodo concreto.Uno de los elementos fijos en la agenda por devenir global de las ciudades es la construcción de proyectos emblemáticos como parte de la regeneración de su imagen.Por norma, estos proyectos aparecen vinculados a lo que actualmente se conoce como cultura: desarrollo del sector de las industrias culturales y estrategias de consumo a través de la promoción y creación de la imagen de la ciudad: el city marketing. La propia recurrencia del término marca para referirse a la ciudad (la marca Málaga) denota ya la imposición de una idea propia de la gestión de lo público considerado como mercancía, y la aceptación y naturalización de la omnipresencia del mercado como principio rector de la gestión del territorio, o mejor, de su marca, que se maneja mediante folletos y vídeos publicitarios. Marca también alude directamente a la competencia por situarse en el mercado: en esas lucha entre ciudades por atraer al turismo -se dice, abreviando-, pero en esa búsqueda de capitales los gastos propios del turista son lo de menos: la parte del león son las inversiones en construcción de infraestructuras y en transporte. Así, el actual boom museístico de la ciudad no difiere en esencia de la burbuja inmobiliaria. En un vídeo promocional destinado a la ya mencionada feria de turismo, Fitur, en enero de 2015, se recogía una cronología de los museo locales malagueños: 1998, Casa Natal de Picasso; 2003, Museo Picasso Málaga; 2007, Museo del Patrimonio Municipal; 2008, Museo del Vino; 2009, Museo del Vidrio; 2010, Museo Automovilístico; 2010, Museo Revello de Toro 2011; Museo Carmen Thyssen 2013; Museo Interactivo de la Música 2014; Museum Jorge Rando y Casa Gerald Brenan 2015; Centro Pompidou, Museo Ruso y Museo de Bellas Artes.

Pero en anteriores ediciones, sin tantos melindres, se llegó a publicitar una lista de varias decenas,dando por buena la autoproclamación unilateral como museo que cada cofradía de Semana Santa había hecho del display de su colección. Lástima que otro singular museo no aparezca tampoco registrado: el llamado de las Gemas o Art Natura, Museo mundial de las gemas. Art Collection, con breve sede en el edifico de la antigua Tabacalera-donde ahora se prepara la apertura del Museo Ruso-,cuyas obras comenzaron en 2008 y, aunque su apertura estaba programada para 2009, no se abriría al público sino hasta 2012, y solo durante unas horas, ya que a falta de permisos y por deficiencias de seguridad,se decretó su cierre. Y hasta hoy. Coste de la operación: 5,1 millones de euros.

Hubo otro museo, que nunca llegó a ser, que se anunció como Museo del Turismo, en la antigua posada de San Rafael, en Puerta Nueva, y que se quedó en sede de la empresa pública Turismo Andaluz S.A. (TURASA), adscrita a la Consejería de Turismo de la Junta de Andalucía.

Y también reaparece, nasciturus, de temps en temps, la propuesta de un Museo del Relax,que estaría dedicado al turismo y la industria del ocio,especialmente en torno a la que se considera su edad de oro en la Costa del Sol, en el empalme entre los años 50 y 60. Relacionada con la España de charanga y pandereta, y más concretamente con aquella devota de Frascuelo, existe en el interior de la plaza de toros de la Malagueta el Museo Taurino Antonio Ordóñez, que incluye obras de autores como Goya, Picasso, Benlliure o Barjola. Y precisamente en el edificio donde tuvo su sede brevemente el Patronato Provincial de Turismo, en Plaza del Siglo, abre desde febrero de 2015 sus puertas el Centro de Arte de la Tauromaquia-Colección Juan Barco, también con obras de Goya, Picasso, Benlliure o Dalí.

Y hay otro museo nonato, que se iba a llamar Museo del Transporte, y que se anunció en 2006, e iba a construirse en los terrenos (250.000 metros cuadrados) que ocupaba el Campamento Benítez e iba a costar en torno a 300 millones de euros, según adelantó la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, quien, para referirse al futuro museo y a su importancia y trascendencia, no dudó en acuñar un epíteto digno de la posteridad: «El Picasso del transporte».

La compulsiva creación de museos, la obsesiva musealización característica de nuestro tiempo -pues nunca antes se había conocido- se ha querido relacionar con el miedo a la vertiginosa velocidad con que las cosas que nos rodean devienen obsoletas o desaparecen: no estamos preparados por la naturaleza para enfrentarnos sin descanso a nuevas oleadas de cosas no familiares e intentamos mitigar esa inseguridad aferrándonos a las certezas de algo permanente, que persista. Pero más allá de esa explicación (el anclaje simbólico que proporcionarían a la comunidad el hecho de contar con estas boyas de durabilidad) estos museos no tienen como objetivo satisfacer necesidad alguna de la ciudadanía sino generar beneficio económico extrayéndolo del flujo turístico. Su atención se dirige a este tipo específico de transeúnte-ajeno en principio a la ciudad, aunque la expansión de la mancha urbana y su división en áreas destinadas a usos específicos (residenciales, industriales, de ocio) ha dado lugar a que la mayoría de los habitantes de la ciudad vivan en esas zonas residenciales periféricas, por lo que visitan el antiguo centro con la misma actitud y expectativas que el turista foráneo, como turistas en su propia casa.

Para el proyecto Felicidad Museística se ha hecho una selección de museos -qué remedio: el recuento exhaustivo se revela imposible- pertenecientes casi todos a la variedad más clásica, los de arte. Los comentamos.

El más antiguo y, paradoja, a la vez, todavía por ver la luz, tras 17 años cerrado, es el Museo de Bellas Artes, que va a integrar el Museo Arqueológico. Este está constituido a partir de la colección particular de los marqueses de Casa-Loring, iniciada por hallazgos arqueológicos realizados en fincas de su propiedad, fue aumentada de golpe con la compra de colecciones completas de familias aristocráticas en decadencia, caso de la del museo cordobés de Villaceballos. Las motivaciones coleccionistas del marqués de Casa-Loring no son ajenas a los beneficios económicos de la compra-venta de esos objetos (ventas al Museo Arqueológico Nacional, por ejemplo). El marqués acumulaba su colección en su finca de recreo de La Concepción, donde se había hecho construir el llamado Museo Loringiano.

El museo Arqueológico de Málaga se inauguró en 1947 y se encontraba en el interior de la Alcazaba -genial remake moderno del que quizá no se ha escrito lo bastante- y permanece embalado desde 1996. El de Bellas Artes se fundó en 1915 y, tras sufrir varias mudanzas, fue a parar en 1961 al Palacio de Buenavista,de donde fue desalojado en 1997 (desde cuando también duerme embalada su colección) para dejar sitio a las obras del futuro Museo Picasso. Está previsto que ambos abran sus puertas en 2015, en el antiguo palacio de la Aduana, donde, además de los museos citados, en las dos primeras plantas -más la tercera para biblioteca,talleres y aulas-, y como corresponde a un museo postmoderno, el ático y las terrazas, se dedicarán a «restaurante y sala para espectáculos».