XXVI Temporada líricaL´elisir d´amore

Ópera bufa en dos actos de G. Donizetti sobre libreto de F. Roman. Producción: Teatro Cervantes de Málaga y Producciones Telón. Solistas: Mercedes Arcuri, soprano, Miguel Borrallo, tenor, Javier Galán, barítono, Luis Cansino, bajo y Eva Tenorio, soprano. Orquesta Filarmónica de Málaga. Coro de Ópera de Málaga. Director de coro: Salvador Vázquez Dirección musical: Arturo Díez Boscovich. Lugar y fecha: Teatro Cervantes, sábado 25 de febrero de 2015

Las verdades a medias en la misma medida que las frases hechas tienden a ser asumidas. El hecho en sí, acaba restando valor y cubriendo de herrumbre: valores, logros y talentos. Valores relacionados con el empeño que dos décadas atrás recuperaba los orígenes del propio teatro; logros de quien soñó con una ciudad que quería relacionarse con el mundo a través de la lírica; y talentos que esta empresa, como el fruto maduro por el tiempo, tantas satisfacciones sigue ofreciendo a pesar de los palos entre las ruedas. A estas alturas nos conformamos con responsabilidad, el sentido común apetece no queda muy lejano.

Última puesta en escena, obviamente para los aficionados, y en vista del vergonzoso y vergonzante cartel de la temporada que concluye. Donizetti no sólo ha dibujado sonrisas sino también nos ha ofrecido un horizonte posible. Ese que incomprensiblemente y a pesar de las insistencias del público con sus abonos y de la crítica como catalizadores apenas han conseguido su objetivo: una lírica aprovechando los efectivos que poseemos, producciones que el tiempo dotará con más medios, y alejar la mediocridad insultante defendida con mucho descaro y predecible desafuero. La temporada ha sido un título, como lo fue la anterior y la otra€ debidamente enmascarada con vejaciones como La antología lírica napolitana o mostrarnos a un Carlos Álvarez haciendo un Falstaff en versión concierto en su propia casa.

L´elisir d´amore es el éxito de la temporada, pero lo es gracias al propio conocimiento del auditorio -al que se engaña una vez y no más- contando además el factor humano implicado en esta puesta en escena. Su más claro reflejo se descubre en las dos batutas que han hecho posible este logradísimo trabajo: Salvador Vázquez al frente del Coro de Ópera de Málaga y Arturo Díez desde el foso del Cervantes con la OFM.

Donizetti, en apenas dos semanas, con su cómica L´elisir no sólo encumbra el bel canto sino que también humaniza los personajes que anuncian el realismo desarrollado posteriormente por Verdi. La dirección de escena de Ignacio García puso de relieve este hecho apoyado en guiños hacia el auditorio dando así cierto sentido atemporal que bien podría desarrollarse en tiempo real. La escenografía fija, apenas sufre variaciones tan sólo matizada por algún efecto de luz elemento diferenciador de un acto a otro que se compensó con los hallazgos como la entrada en escena de Dulcamara o la ambientación para la romanza Una furtiva lágrima.

Díez Boscovich no era la primera vez que ocupa el foso del teatro, ya lo hizo cuando asumió la dirección de esa aberración que fue Zamarrilla. En aquella ocasión, salvó con su batuta tamaño despropósito. Con Donizetti no sólo ha contado con una Filarmónica plegada a su gobierno en la que demuestra algo más que talento: madurez. Madurez gracias al esfuerzo constante y, en el caso que nos ocupa, una lectura propia de referencia. Su labor junto al maestro Vázquez con el Coro de Ópera de Málaga, sueña con otro cartel posible.

Del capítulo vocal, el elenco español estuvo protagonizado Mercedes Arcuri que defendió una Adina con un registro en la que no faltaron agudos finales por encima de la orquesta con resolución y gusto. Arcuri no sólo defiende el rol de forma convincente, sino que además maneja la escena con soltura, algo menos logrado que el Nemorino de Miguel Borrallo. Su actuación resultó más convincente en el segundo acto, justa en los momentos de atención. A pesar de la capacidad de su registro, el hieratismo dominó todo su trabajo, no obstante es de reseñar los esfuerzos por ganarse al público. Javier Galán asumiría un Belcore con momentos llenos de gracia como Come Paride Vezzoso, aunque también observamos ciertas dificultades de proyección. Cerraba el apartado solista el bajo Luis Cansino, Dulcamara fue ejemplo del papel de un solista: equilibrio entre el movimiento en escena y un instrumento vocal que justifica su presencia en las tablas. Sin duda, Cansino fue junto a Arcuri los grandes aclamados de la puesta en escena.

Acaba la temporada con ese regusto amargo de quien deja el mejor bocado para el final, aunque todo lo anterior no sea merecedor ni siquiera del vago recuerdo. Pocos olvidaremos esto, y quizás sea bueno si finalmente vuelve el sentido común, antes apelado, que destierre tan dañina mediocridad.