Academia Estudios Orquestales Barenboim-Said

Director: Domingo Hindoyán. Programa: Asturias y Granada, de la Suite Española I op.47 de Albéniz-Guinovart; Mi madre la oca: 5 piezas infantiles, de Maurice Ravel y Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92, de L. v. Beethoven

La música como valor universal ejerce un sabio magisterio, y no solo estético, dentro del abrigo de esa inagotable herencia de autores que a lo largo de la historia han venido, aún hoy, acrecentándola. Una de estas realidades concretas tiene su foco en la Fundación Barenboim-Said y la Academia de Estudios Orquestales, protagonistas del concierto del Edgar Neville del pasado domingo.

Albéniz, Ravel y Beethoven, músicos separados en el tiempo, distintos en sus planteamientos y a la vez íntimamente relacionados, fueron los protagonistas del más que sobresaliente programa leído por los profesores de la Academia. En el podio, cediendo buena parte del mérito, el director venezolano Domingo Hindoyam, sin duda, una de las batutas más apreciadas del panorama internacional. No es casualidad, por tanto, su trabajo en la Ópera Estatal de Berlín, o los programas con el Mozarteum, la Suisse Romande o la Orquesta de Radio France.

Un siglo separa la Séptima de Beethoven de la raveliana Mi madre la oca, distanciadas por el peso de dos escuelas europeas imprescindibles -alemana y francesa- entre las que se inserta el renacimiento de la propia música española. Sin embargo, la depuración del lenguaje o la simplificación del discurso explican los vasos comunicantes que recorren el pasado programa, por lo que finalmente son más las ideas que las unen, que las formas que las separan. Obras únicas, atesoradas para la genialidad del conjunto sinfónico, donde la interpretación traspasa los elementos anotados en la mecánica del pentagrama. Si a ello se une el cuidado de la batuta y la entrega de los músicos se revela la diferencia entre interpretación y ejecución, reproducir y sentir. Cada elemento en el engranaje del concierto cobra así sentido: por un lado la técnica, como vehículo artístico y el auditorio, como traductor del discurso.

Albéniz utiliza el folklore no como un elemento costumbrista sino que es el lienzo sobre el que escribe un estilo madurado llamado a ser el referente para una escuela que reaparece desnuda del salón y de los gustos importados. En Granada y Asturias Albert Guinovart, en la orquestación propuesta, muestra el equilibrio entre el respeto a la escritura del autor y el conocimiento del piano transfigurado en orquesta. El caraqueño da sentido a los distintos planos sobre los que trabaja Guinovart, la continua sucesión de dinámicas cambiantes (quietud, serenidad o el instante) y el peso encomendado a distintos solistas de las secciones. Gran oportunidad también para conocer más de cerca las posibilidades de distintos componentes de la Barenboim-Said.

La redacción de Mi madre la oca se remonta a 1908; nuevamente el piano aparece como protagonista y el mundo infantil la excusa del compositor para ahondar en su propio discurso musical, simplificar ideas y mostrar finalmente una partitura libre de convenciones, ausente del tiempo y los moldes de la tradición. La Academia mostró una precisión rigurosa en las entradas, fluyendo sobre la página para finalmente desembocar con exquisita naturalidad en la arquitectura imaginaria que dibuja Ravel en El jardín encantado.

Poco más de treinta minutos consumió el maestro Hindoyán para resolver una Séptima de Beethoven con la monumentalidad e inagotable originalidad que caracterizan la integral sinfónica beethoveniana. Hermana de la Octava -fueron redactadas en el mismo año- y sin la trascendencia vital que atrapan estos trabajos, nos encontramos a un Beethoven ilusionado pero también preocupado por la forma de ahí el interesante estudio rítmico que atraviesan sus cuatro movimientos. Versión llena de contrastes en los que aflora el conocimiento de la batuta de las cuerdas, a las que dotó de especial atención en cuanto a matices y dinámicas, las maderas, muy precisas y redondas completado por unos bronces chispeantes sin olvidar el difícil papel del timbal.

Conciertos como éste no sólo trasmiten talento y entrega, también dan sentido al esfuerzo creador a través de estos jóvenes atriles que lo siguen mostrando vigente.