Un buen día apareció en pantalla un chico joven, guapo, vestido de negro. Era el Un, dos, tres de la TVE única, un programa con audiencias millonarias. Dijo llamarse Pepe Itárburi y anunció un chiste que jamás llegaría a concluir. Era Ángel Garó. Se había subido a las tablas a los 10 años, había cambiado Cádiz por Madrid pasando por Málaga, pasado hambre y actuado en garitos donde le abucheaban. Hasta que llegó Chicho y tocó el cielo. Luego se apartó del foco. 25 años después, sigue subido a las tablas.

Muchas personas corrían a sentarse frente a la televisión en el momento en que usted salía en Un, dos, tres.

Una cosa que me llevo de mi trayectoria es lo feliz que he hecho a tantas personas. Eso es lo más gratificante de todo. ¡He hecho feliz a la gente! Me veían 17 millones de espectadores. Yo soy muy creyente, creo en Dios, y creo que la energía viene del bien. Y saber que he compartido el bien con los demás, aunque me cueste porque estamos todos muy quemados por las circunstancias que estamos viviendo, y ver que la gente tiene tanta amabilidad hacia mí... pues me emociona. Digo yo que algo habré hecho bien.

Eso era a través de la pantalla. Notará más conexión con el público en el teatro ¿no?

Yo lo noto en el día a día en los medios de comunicación. La gente quiere saber de ti de una manera... digamos productiva, productiva para las productoras, y quieren saber con quién me acuesto.

La televisión que se hace hoy en día. ¿Desapareció usted del medio por eso?

Sí, pero he tenido la suerte por ejemplo de debutar en el Teatro Arriaga de Bilbao en una zarzuela o en la Maestranza de Sevilla. Me doy cuenta de que el público, o los empresarios, cuentan conmigo como algo aparte.

Nunca fue un humorista al uso...

Al uso no. Gracias a Josep Lozano [valenciano experto en comunicación] que supo entender perfectamente mi trabajo y lo tradujo de una manera estética. Yo no lo sé hacer todo, yo soy un intérprete, me tengo que rodear de personas con talento: Josep, Zaibi [fotógrafo], Lluís [Nadal, socio de Josep Lozano], todos, me conocieron en un barco. No tenía ni para comer. Ellos me descubrieron en un barco y no sabían que al año siguiente iba a ser una persona tan popular.

Chicho Ibáñez Serrador también le descubrió de modo parecido en un local. ¿Estas cosas ocurren de verdad?

¡Ocurren! Ocurren cuando hay un trabajo anterior. Hay que ser consecuente con el trabajo. Chicho se presentó allí a verme en el Berlín Cabaret. Y me dijo: «Tengo que trabajar contigo, tengo que contratarte porque tienes algo muy especial». Lo vio.

¿Fueron duros sus inicios?

Muy duros, de no tener para comer. Chicho me llevó a la calle Apolonio Morales, donde tenía su oficina, y consiguió engatusarme. Yo le dije que creía que no iba a ser un éxito. Me equivoqué.

¿Y trasladó lo mismo que hacía en el café teatro a la pequeña pantalla?

Exacto. Ya estaba Personas humanas. Él (Ibáñez Serrador) saca a los personajes de Personas humanas: Juan de la Cosa, Pepe Itárburi, Maruja Jarrón... Hay algo que he descubierto hace poco. Me rompí el brazo este verano. Iba en moto y me rompo el brazo. Y entonces me llama la Sociedad General de Autores de España y me dice «¿Sabe usted que es socio premium?» ¿Y eso qué es? «Todo lo que ha escrito lo ha generado usted, ha generado muchísimo y como se ha roto el brazo le pagamos una cantidad por día». No lo sabía. Yo he tenido la suerte de que luchando mucho, viéndome en situaciones muy desesperadas, de tener gente que me ha apoyado, que me ha dado energía para seguir.

¿Ángel Paredes se distancia totalmente de sus personajes o se los lleva a casa?

Totalmente. Yo hice a los personajes que criticaba. Yo he conocido en mi pueblo a un Juan de la Cosa, a Pepe Itárburi, a un Chikito Nakatone -un torero japonés, pobrecito mío, que lo cogió un toro-, yo he vivido Maruja Jarrón. Creo que el éxito es que todos los que me han visto han conocido a alguien parecido. La distancia mía con respecto a los personajes es una distancia abismal.

Pero siguen con usted.

Porque al ver que la gente los ama pienso que algo bueno tendrán, pero no porque tenga vinculación ninguna. La vinculación es del público, no mía.

La RAE define Uh! (título de su espectáculo) como interjección que se usa para denotar desilusión o desdén.

Bien reflejado. Es una desilusión absoluta sobre el ser humano. Cuando Chicho me preguntó qué te ponemos de fondo (entonces tenía 26 años) como soy gran amante de la cultura le dije «pon Dadá». El dadaísmo es la desilusión, la extrañeza ante el ser humano, la decepción. No hay nada más tonto que Dadá. Ese fue mi fondo. Chicho tuvo el talento enorme de enseñarme la ventana donde expresarme. Un año antes la gente me abucheaba: fuera, cámbiate de ropa. Eso fue en Cleofás, que era la catedral del humor: Martes y Trece, Tip y Coll...

Yo llegué y dije Uh! y la gente me abucheaba y me gritaba.

25 años después ahí está Uh!...

Sí, es un poco la decepción que todos tenemos. El resumen es la decepción.

En sus espectáculos se aprecia siempre vulnerabilidad, ¿no le asusta exponerse así?

No, soy vulnerable. Siempre lo he sido. Pero de esa manera te das cuenta, como traductor de lo que sentimos todos, de qué puede sentir alguien que está sentado en una butaca. Me gustaría pensar que se sienten tan vulnerables como yo. Es muy de verdad. El final del espectáculo siempre es trágico: me doy la vuelta y anuncio: «Para que vean ustedes qué ha ocurrido con estos personajes, que parecían tan divertidos, pero son humanos, con su parte negativa también, tienen sus tragedias...» Es una seña de identidad en mi trabajo.

Poca gente sabrá que, además de la zarzuela, es usted actor de doblaje y tiene un récord Guinness por dar voz...¡a 32 personajes en una sola película! Es un chollo para los productores.

El doblaje es una maravilla, no tiene reconocimiento ni retribución en España pero es una maravilla. Yo estoy muy vinculado al mundo de los niños, que sepan los niños que soy Cuzco, el emperador Cuzco (de El emperador y sus locuras, de Walt Disney). Lo de Ferngully,Las aventuras de Zack y Crysta de la 20th Century Fox fue increíble. Me dijeron que hiciera el personaje de Robin Williams, que hacía de un murciélago. La película estaba destinada a una ONG para la naturaleza. Y yo dije, con chulería, «no, quiero hacer toda la película». Me pidieron desde Los Ángeles seis voces... y con seis voces me dieron 32 personajes. Pues se consiguió. El director era Tíbor, el director de doblaje de Casablanca, y me decía «Nunca había vivido esto»... Se grabó en cuatro días en sets de ocho horas. También tres canciones. De eso se hace mención en el espectáculo y hago un revival.

Otra de sus pasiones es el arte. Pinta cuadros, también los colecciona...

Mis cuadros los regalo. Tengo la colección Garó en Estepona. (con obra del siglo XV a Picasso).

O la cocina...

He dado clases magistrales de cocina.

Se define monárquico, ¿cómo ha vivido la crisis y relevo en la corona?

Para saber de monarquía hay que tener cultura. Por eso tenemos la reina que tenemos. Falta cultura. Hay muchas princesas enterradas en monasterios como si no fueran nadie porque se casaron de manera morganática. Desde Carlos III hay una ley que dice que está prohibido que el rey case con personas que no sean de su mismo nivel, archiduquesas, princesas... Me encanta la reina actual porque es lo que se merece el pueblo. Fíjese lo tiesa que va. A mí me gusta más la reina de Holanda. Soy monárquico porque me gusta que haya una autoridad que esté aparte de todos los apartes. Todos podemos votar. Yo quiero un padre para mi país.

ImagenHa cambiado su imagen, ahora más madura. ¿Ángel Garó se reinventa?

Yo me dedico a escribir y los demás, a verme. A mí no me preocupa la imagen, me preocupa mi mensaje. Pero no puedo estar solo, tengo gente con mucho talento alrededor que me cuida.

Familia¿Por eso trabaja siempre con su hermana, actriz como usted?

Siempre. Olga es mi mano derecha, ha sido mi aval en mi trayectoria. Somos cuatro hermanos. Ella es la pequeña, yo el mayor. Tengo una sobrina que se llama Ángel. Mi primer sobrino o sobrina, cuando no sabíamos qué iba a ser, estaba decidido que se tenía que llamar Ángel.