­Carne o pescado. Salsa o especias. Chocolate o vainilla. Cada uno tiene su truco, cada uno su especialidad, cada uno su secreto. Pero todos tienen algo en común: alegría, ganas de vivir y una pasión inconmensurable por la cocina, pues, como dijo el célebre escritor George Bernard Shaw, «No hay amor más sincero que el amor a la comida».

El exitoso programa MasterChef Junior afronta su tercera edición, dispuesto a conquistar todas las cuotas de la gran pantalla. Pero para ello necesita encontrar a los concursantes, los niños que van a cautivar al público con su cáracter y al jurado con sus platos.

En su periplo, Andalucía podría verse representada por un nutrido grupo de soldados de pequeña estatura y corta edad. Entre sus poderosas armas encontramos un cuchillo, un tenedor, una cuchara y algún que otro instrumento de cocina. Así, con el hotel NH como sede, más de 60 niños de la comunidad, con sus respectivas familias, se reunieron por la mañana para pasar un casting que determinará a los afortunados provisionales, los que librarán la última batalla en Madrid. La que decidirá a los integrantes definitivos del programa.

Este año se han presentado más pequeños que nunca. La popularidad y seguimiento de MasterChef, se ha visto reflejada en los miles de niños que afrontaron la primera criba: «Se hizo una selección telefónica para ver si los niños tenían nivel. A los que creíamos que sí lo tenían, les hemos hecho cuestionarios y les hemos pedido que nos manden vídeos cocinando. Con todo esto hemos tenido material para elegir a los 60 ó 70 mejores de cada área», explica Esther González, directora del casting.

Para la prueba de Málaga, los niños debían traer su especialidad culinaria, que emplataban delante de unos jueces expertos en cocina, sirviéndose de criterios estéticos o sensoriales a la hora de evaluar. Según González, tienen una hoja de valoraciones donde ponen nota a la textura, sabor, aroma, presentación y luego nota global».

Cuando llegó la hora de la verdad, los nervios se hacían patentes, por parte de una familias, a las que, en multitud de ocasiones, y por paradójico que resulte, los pequeños participantes tenían que aportar el temple, y no al contrario: «Por lo que he visto fuera los padres en general están más nerviosos que los hijos», cuenta otro de los responsables de la producción de MasterChef Junior.

Se reunió a padres e hijos en una gran sala. Todo estaba listo. Semanas de preparación se iban a resumir necesariamente en 20 minutos, en los que había que mostrar toda la valía y la carisma.

A grito de «3, 2, 1 ¡ A emplatar!, los minichefs sacaron todo su arsenal, compuesto por una multitud de alimentos de lo más variopinto y que dejaría en ridículo a más de un artista experto en la dieta del precocinado.

El equipo de cocineros de renombre supervisaba cada detalle y realizaba preguntas para cerciorarse de que los platos estaban confeccionados por ellos y no por sus progenitores: «Los padres hacen trampas, pero eso se ve enseguida. En un rato, los padres se van y se quedan los niños. Porque no es lo mismo un niño con el padre presente que un niño sin el padre delante. Y ahí nosotros vemos si el niño sabe o no sabe y si quiere o no quiere», nos explica Rafael Santarena, uno de los jueces encargados.

Una vez concluido el examen se procede a una reunión para evaluar las diversas impresiones que los participantes han suscitado. Posteriormente, se escoge a un grupo correspondido entre 10 y 20 integrantes, que dispondrán del lujo de cocinar por la tarde: «A los mejores se les da una cuchara de reconocimiento y por la tarde son los que cocinan con un ingrediente secreto que está en una caja misteriosa» resume González. Y de ahí, a Madrid.

El ambiente, en general, se presentaba jovial y festivo, gracias a unos críos que no tenían problemas para entablar amistades y que son carne de anécdota: «Empiezan a divertirse desde la mañana, prueban los platos de sus compañeros, aprenden de ellos, se intercambian recetas... Es una fiesta de televisión y cocina» resume Esther González. Una fiesta en la que «pasan muchas cosas», como nos comenta Rafael Santarena: «El otro día, un niño tiró con un mantel varios vasos de chupitos y el otro tuvo que volver a empezar». No obstante, el trabajo con gente tan joven puede resultar harto complicado en multitud de ocasiones; si no, que se lo pregunten a Santarena: «Es divertido, pero muy estresante a la vez. No paran, no se están quietos... Entonces intentamos que siempre estén ocupados. Algunos desconectan muy rápido, porque son muy listos y enseguida se aburren y se van a sus mundos imaginarios».

¿Por qué se presentan estos niños a MasterChef Junior? Los motivos son muy dispares: sí, hay algunos que ya desde tan pequeños muestran una gran pasión por el mundo de la cocina; otros, en cambio, sienten más predilección por el mundo televisivo. Todos, eso sí, son auténticos fans del popular talent show culinario.

Comparado con el espíritu tremendamente competitivo presente en la edición de adultos, la versión Junior de MasterChef se caracteriza por un ambiente de comunión y unión entre los distintos participantes, que ya pudo verse ayer en el casting. Para ellos, cocinar es realmente un juego. Lo que no quiere decir que no se lo tomen en serio, porque como dijo Friedrich Nietzsche: «La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño».