Lo malo no es la que la fatalidad llegue; lo malo es normalizarla. Cada día veo en las redes sociales a usuarios que comparten y comentan de forma abrupta cada una de las noticias de medios afines al poder sobre la señora Carmena, el regidor gaditano o la señora Colau; vídeos de Venezuela con gente asaltando supermercados, artículos sobre el Che Guevara como asesino despiadado o recordando las checas soviéticas de hace un siglo.

Mi fiel creencia a pie juntillas de que la etiqueta de país cainita, especializado en leñadores de árboles caídos, oportunistas y estómagos agradecidos, la tengo tan enraizada y cada día se esfuerzan por reforzármela que me retuerce las tripas. Dónde están esos voceros cuando se pasa por el Puente de los Alemanes y ves esas colas esperando un mendrugo de pan que se te cae el alma al suelo, o cuando paseas por el Camino de San Rafael y ves a la gente tirada en el suelo comiéndose un bocadillo tras esperar una cola de más de una hora. Sí, a esa gente que nuestra querida Teresa Porras les manda un aviso diciendo que los pobres molestan a los vecinos. Será por el ruido que le hacen las tripas, señora.

Qué se les pasa por la cabeza cuando escuchan las conversaciones de los púnicos hablando de tríos, incontinencias nasales y gin tonics señoriales a cargo del consumidor, que no tiene ni para irse a la piscina municipal en el verano de Madrid. Dónde están cuando ven a su querido Rodrigo Rato saltar del yate, o a su querida Esperanza Aguirre salir indemne de una fuga, que lo hace su cuñada y tiene trullo seguro.

Cuando se ponen jueces a gusto del presidente, se hacen leyes electorales a medida, se aprueba una ley mordaza de risa, se cobran sueldos de chiste de Carpanta, ruina, ruina y ruina. Cómo se puede estar en misa y repicando, cómo se puede estar parado, arruinado y pasar por alto lo que nos están haciendo como de un equipo de futbol se tratara: los míos, los azules; los tuyos, los rojos. Estamos en este país no para que nos den un sueldo mínimo sino una paguita a la mayoría. Que abran comedores en verano y vayan solo seiscientos niños y se echen la mano a la cabeza y los tachen de populistas, ¡oiga! Seiscientos niños menos que pasan hambre. La triste, tristísima conclusión a la que he llegado es que nos lo tenemos merecido, bien merecido.

Esta actitud está por todas partes, el agua turbia de la mediocridad lo ensucia todo, lo embarra todo, te impregna de su olor... Cómo vamos a pedir un cambio si en el fondo la gente no lo quiere, se asusta, el miedo está en nuestro ADN, cada vez que hemos tenido la oportunidad en España de tener un cambio revolucionario nos hemos quedado con la opción de siempre. Tuvimos la oportunidad de elegir entre las luces de los ilustrados, la cultura y el saber, o la doctrina de la iglesia, y paseando tronos estamos; pasa por la guillotina a los que nos tenían sometidos o bailarle el agua con una democracia que nunca existió plenamente, parcheada y a medida de los poderosos, por eso de dejarlo todo bien atado... Así andamos, que no saben ni dividir por dos la gente de treinta años. Siempre entre la luz y la oscuridad conocida, preferimos las orejas de burro en el rincón pero el pan asegurado. De estos polvos estos lodos y con estos mimbres qué carajo vamos a hacer.

El fiel reflejo de lo que vemos en los políticos casposos y en los catetos con dineros de algunos promotores del ladrillo nos lo podemos cruzar en menor escala en cualquier momento. El mérito propio y el esfuerzo se ven siempre empañados por el brazo echado por el alto, la conviá en un bar y el y de lo mío qué. En unos años, por inercia económica, todo volverá a su cauce: los sueldos por los suelos, pero los bancos dando créditos para que usted tenga un buen móvil, un buen coche y una buena hipoteca a pagar con el sudor de los nietos y todos contentos. Con televisar en abierto el Barcelona-Madrid, un par de corridas de toro y en verano mucha bicicleta subiendo y bajando montes, algunos euros para la caña- tapa, más pobres, mas servilistas y compartiendo vídeos de gatos, frases de Coelho y la muerte de un león en Zimbabue para apaciguar la conciencia de los miles de muertos; del hambre en ese mismo país y la masacre diaria en cacerías para ricos -entre ellos nuestro rey anterior- mejor ni pensarlo, que la vida son dos días y no vamos a pasárnoslo llorando. Feliz verano.