­El cliché del artista como ser que muere de frío, hambre e incomprensión se hace carne y tragedia en Pável Filónov. El creador de lo que dio en llamar realismo analítico fue un hombre de tales convicciones que jamás quiso malvender su obra o disgregarla por colecciones privadas o de museos de medio mundo; se mantuvo firme, a pesar de que, literalmente, se muriera de inanición... Durante el asedio nazi de Estalingrado, Filónov falleció. Llevaba días sin comer. Tenía sólo 58 años. Afortunadamente su hermana, Yevdokiya Nikolayevna Glebova, salvó la ingente obra del artista -prohibida en su momento- y se la donó al Museo Estatal Ruso de San Petersburgo. Ayer, más de siete décadas después de aquello, 66 obras de Filónov llegaron a Tabacalera, al hermano menor malagueño de la pinacoteca rusa, para componer la segunda temporal del Museo Ruso, Pável Filónov. Testigo de lo invisible.

Las obras de Pável Filónov se han revalorizado notablemente con el tiempo. Algo que, quizás, al propio artista no le hiciera demasiada ilusión: Filónov creía que el arte verdadero pertenecía al pueblo; de hecho, ésa fue otra de las razones por las que dejó de vender sus lienzos e, incluso, de firmarlos. Ayer llegaron a Málaga sus obras como joyas de valor calculable pero poniendo muchos ceros en la calculadora; la prueba: fíjense en el detalle del contundente armamento que mostraron los custodios de los lienzos. Pero no hace tanto tiempo, era un incómodo desconocido: en 1929 una exposición monográfica del artista aguardó casi un año entero en las salas del Museo Ruso de la entonces Leningrado sin llegar a abrir sus puertas al público. No obstante, la primera exposición monográfica de Filónov tuvo que aguardar hasta la primavera de 1988, momento en que se inauguró en el Museo Ruso. En febrero de 1990 se inauguró una exposición del artista en París, en el Centro Georges Pompidou, a la que siguió otra, ese mismo año, en la Kunsthalle de Düsseldorf. Su tiempo había llegado. Quizás fuera real la leyenda que siempre acompañó a Filónov: al parecer, durante mucho tiempo, habría resultado bastante fácil robar las obras del artista; pero no ocurrió jamás: la leyenda decía que el fantasma de Filonov protegía sus cuadros y que cualquiera que los intentara robar moriría o quedaría paralizado.