«Era nuestra última bala», ha dicho en alguna ocasión Bruce Springsteen sobre Born to run. El músico de Nueva Jersey tenía un contrato por tres álbumes y había publicado ya dos que obtuvieron elogios de la crítica, pero no un gran éxito comercial: Greetings from Asbury Park, N.J. y The wild, the innocent & the E Street shuffle, ambos en 1973. Corría 1974 y al Boss le quedaba solo una oportunidad para demostrar que podía tener un hueco en la industria. Y bien que la aprovechó. El 25 de agosto de 1975 salía a la calle Born to run, la primera obra maestra de Springsteen y uno de los discos más redondos e influyentes de la historia del rock.

Escuchamos ecos de Born to run no solo en los grupos que triunfaron en los 80 (Dire Straits, U2, The Waterboys...), sino también en formaciones actuales, como Arcade Fire, The Killers y The War On Drugs. Born to run es el 18º mejor álbum de la historia, según la lista de 500 que publicó Rolling Stone en 2003, y en 2000 sus ventas acumuladas superaban ya los seis millones de copias solo en EE UU.

Como todos los álbumes magistrales, Born to run es un trabajo mejor que la suma de sus partes. Tenía grandes canciones, que a partir de 1975 se convirtieron en clásicas en el repertorio del Boss, como Thunder road, Tenth Avenue freezeout, Jungleland, Backstreets, She´s the one... Y, sobre todo, el tema que le da título, para cuya grabación se emplearon seis de los 14 meses que duró el proceso, según el propio Springsteen. El tremendo esfuerzo, que dejó por el camino a un productor y a dos miembros de la E Street Band, valió la pena. «Fue el álbum en el que dejé atrás mis definiciones adolescentes de amor y libertad. Fue mi línea divisoria», admitía posteriormente el Boss.

El disco, compuesto en su totalidad al piano, y no a la guitarra, destaca por las introducciones, que establecen un clima emocional para cada canción. Además, la secuenciación de los temas en vinilo responde al esquema de las «cuatro esquinas»: ambas caras se abren con canciones optimistas, dos himnos a la huida: Thunder road (cara A) y Born to run (cara B); y se cierran con temas más introspectivos, que abordan la pérdida y la traición: Backstreets y Jungleland.

El documental Wings for wheels, incluido en la reedición de lujo de 2005 de Born to run, y ganador de un Grammy, relata magistralmente el agotador proceso de grabación del disco. Las canciones se registraban a partir de una pista básica a base de batería, bajo y guitarra acústica. A partir de ahí se iban añadiendo más instrumentos, hasta levantar un auténtico «muro de sonido» al estilo de Phil Spector. A la pista básica de Born to run se fueron añadiendo guitarras eléctricas, piano Fender Rhodes, glockenspiel, saxofón, pandereta, cuerdas, orquestación... Hasta se desecharon sonidos de tranvía y sintetizadores en la mezcla final.

Como reconoció el bajista Garry Tallent, de la E Street Band, «había presión por parte de la c o m p a ñ í a [CBS] para hacer un superventas». «Si no triunfaba, hubiera sido el final de nuestra carrera discográfica», ha dicho otro de los miembros de la banda, el guitarrista Steve Van Zandt. Springsteen estaba frustrado porque no conseguía transmitir a sus músicos ni al productor, Mike Appel, las melodías que escuchaba en su cabeza. Después de terminar la grabación de la monumental Born to run, el Boss sufrió un bloqueo que le impedía terminar más canciones. Además, el pianista David Sancious -que se convirtió en un cotizado músico de sesión- y el batería Ernest Boom Carter dejaron la banda después de tocar en la canción que dio título al disco. Se realizaron audiciones a una treintena de bateristas y a otros tantos pianistas hasta dar con el «poderoso» Max Weinberg y el «profesor» Roy Bittan, desde entonces, y hasta hoy, piezas clave de la E Street Band.

El Boss llamó al productor y crítico musical Jon Landau para que le sacase del atolladero, y el equipo se desplazó de los estudios 914, en las afueras de Nueva York, a los Record Plant en la ciudad.

Landau engrasó los engranajes, pero el trabajo seguía siendo extremadamente laborioso. El solo de saxofón de Clarence Clemons en Jungleland fue supervisado nota a nota, durante interminables horas en el estudio, por Springsteen, que empleó dos o tres días solo en buscar su tono de guitarra, probando un montón de amplificadores. Los músicos se quedaban dormidos en el estudio de pura extenuación.

Había, sin embargo, momentos divertidos, como cuando a Steve Van Zandt se le ocurrió el arreglo para los metales de Tenth Avenue freezeout. Tiró las partituras y tarareó a los músicos su idea.

Otro de los aspectos más trabajados del álbum fueron las letras, en las que Springsteen empleó incontables horas y hojas de cuaderno. «Quería quitar todos los clichés hasta hacerlo emocionalmente real -ha explicado el músico de Nueva Jersey-. Estaba tratando con imágenes que rápidamente se convierten en estereotipos». El de las imágenes estereotipadas de la América profunda (antihéroes, coches, autopistas...) ha sido uno de sus sambenitos desde Born to run hasta la actualidad. El Boss no solo estaba acuñando música emblemática, sino también un icono indeleble: su imagen de portada, apoyado en Clarence Clemons, pasaría a ser una de las imágenes más reconocibles de la historia del rock. Según Eric Meola, autor de esa y de cientos de fotografías para el disco, fue el propio Springsteen quien quiso que en la portada aparecieran solamente el saxofonista negro (fallecido en 2011) y él, simbolizando la amistad. La guitarra que portaba, una Fender Esquire con cuerpo de Telecaster, le acompañó durante tres décadas y tenía un sonido especial, según el propio cantante. La instantánea, según Meola, ya destacaba entre las demás cuando echaron el primer vistazo a los contactos. Ha inspirado portadas posteriores, como la del Slowhand de Eric Clapton (1977), y homenajes como el que le hicieron Los Secretos en su último disco, Algo prestado (2015).

Nada más terminar la grabación, la banda ensayó precipitadamente y se metió en la furgoneta para salir de gira. Pero aún no estaba todo hecho. Cuando a Springsteen le dieron la primera impresión de prueba, la escuchó y la tiró a la piscina. «Y si lo borro todo, ¿qué os parece?», exclamó, ante el estupor de los presentes. Afortunadamente para todos, ya era imposible volver a empezar. «No podía hacer nada más, estaba exhausto», confesó después. Más tarde, alguien que también había escuchado el disco le telefoneó:

-¡Eh, Bruce, esto es buenísimo!

-¿De verdad? Vale, ¡publícalo ya! [risas].

Bruce Springsteen apareció en la portada de las revistas Time y Newsweek en la misma semana, lo que le hizo sentirse emocionado y avergonzado a la vez. Ese pudor reapareció en el Hammersmith Odeon de Londres, durante la gira. Para promocionar el disco, CBS había utilizado con gran profusión la famosa frase de Jon Landau en Rolling Stone: «He visto el futuro del rock and roll y se llama Bruce Springsteen». La mítica sala londinense apareció forrada con carteles con ese y otros eslóganes grandilocuentes: «El Hammersmith, por fin preparado para recibir a Bruce Springsteen». Impreso en pósters, chapas, folletos... Era demasiado, y Springsteen lo retiró todo. Parte del público londinense afilaba los cuchillos: «¿Quién es ese americano desconocido que parece que ha inventado el rock?», se preguntaban. Pero la E Street Band dejó a todos con la boca abierta, incluido el actor Michael Palin, de Monty Python, que estaba entre los asistentes y le dedicó una página de su diario. Aquel legendario concierto, celebrado el 18 de noviembre de 1975 -dos días antes de la muerte de Franco-, fue publicado en CD y DVD en 2006.

Born to run no solo cambió la vida de Springsteen, sino que sentó las bases para el resto de su carrera. «Estableció mis aspiraciones -dice el cantante- y representa la comunión con mi banda». Se percibió esa unión casi sacramental cuando el Boss y sus músicos tocaron el álbum íntegro en conciertos señalados de sus últimas giras. Es un disco sobre la amistad que «contiene el mito del rock and roll», como dice la esposa de Springsteen, Patti Scialfa, miembro de la E Street Band desde 1984. Trata, según Jon Landau, de «gente que lucha por ser independiente y busca el significado de la vida». Definitivamente Bruce Springsteen había huido del barrio de Freehold, Nueva Jersey, para conquistar el mundo.