­Javier Ojeda, encaramado a una de esas azoteas de siempre, ahora terrazas del casco histórico de Málaga, ultima con un grupo de aterciopeladas voces femeninas lo que será uno de los estribillos más pegadizos de Barrio de la Paz. Actos 2 y 3. Su nuevo disco, como ya anticipó en estas mismas páginas, cerrará la trilogía iniciada en su por ahora última entrega e incluirá colaboraciones de lujo como la del benalmadense adoptivo Chucho Valdés. «Pero hay muchas más. Es una reunión de amigos», relata.

El elenco de voces que marcaron época es extraordinario: José Antonio García (091), Manuel España (La Guardia), Javier Andreu (La Frontera) o Raimundo Amador. A esta lista hay que añadirle, por supuesto, una larga nómina de nombres propios de la música hecha en Málaga. «Tengo la suerte inmensa de estar rodeado de amigos. Todos están aquí por colegueo. Creo que precisamente tenemos mucho que decir los músicos en cuanto a la conciliación. Este disco es un grito de orgullo de los músicos».

La vida depara a veces caprichos tremendamente crueles, como el del padre que ve nacer a un hijo al tiempo que despide para siempre a un progenitor. Para el artista que dio mucho más que registro vocal a cada uno de los éxitos de Danza Invisible, este nuevo lanzamiento será la culminación de un parto de esos que jamás se olvidan. Pero estará marcado asimismo por el fallecimiento del hombre sin el que Ojeda no habría tenido desde pequeño el gusto por lo original.

«Mi padre nunca resultaba indiferente. Hasta jubilado, en las excursiones, llamaba la atención por su ropa de colores chillones», contaba en la intimidad días atrás, todavía emocionado por una pérdida de tal calibre. La primera dedicatoria seguro que irá dirigida a su memoria. No obstante, esta nueva entrega de vivencias tiene mucho de familiar. «El primero temáticamente tenía estampas callejeras, las de un personaje de barrio. Todo era muy cercano, con lo que fue mi experiencia vital desde la infancia. El paso de Ciudad Jardín al Barrio de la Paz, que a mí de pequeño me parecía una subida de estatus brutal», bromea. En la docena de canciones que ya ultima -a finales de mes podrán estar hasta mezcladas-, Javier incluye el relato sobre aquella adolescencia en Torremolinos: «Era un paraíso hedonista, estábamos en el momento justo, en el sitio preciso. Así discurrirá el segundo acto. Y en el tercer, vienen los problemas. Es netamente de denuncia social, sobre lo que significan los especuladores. Es un acto un poco más triste, sobre cómo llegamos a cargarnos un sitio paradisiaco».

No descarta incluir una composición adicional, como regalo al formato CD, del que se considera un tremendo defensor. «Si el disco es digital, ese ente sin formato físico, te pierdes gran parte de lo que ha sido su aventura vital. Porque seguro que en un momento dado se te ocurre mirar en qué tema colabora Chucho Valdés», indica.

Crítica social. No es casual que haya crítica social en esta entrega. De hecho, Javier Ojeda confiesa que la de músico es una de las «últimas profesiones románticas, junto al periodismo». Él mismo ha repetido en más de una ocasión que se considera «periodista frustrado». Al tocar este asunto, no tarda en alzar la bandera de la que siempre se mostró especialmente orgulloso: «Estoy en contra de cualquier nacionalismo. El tema de las fronteras es algo tan estúpido. Todo me parece un cateterío enorme. Yo probaría, por ejemplo, una unión con los portugueses, que tanto tienen que ver con nosotros. Resulta tan atrasado tanto tópico... Que si los catalanes son tacaños; nosotros los andaluces, vagos; los alemanes, dictadores...».

De vuelta a lo que vendrá justo después de la edición de esta culminación a su trilogía vital, Ojeda nos confiesa que puede que finalmente haga lo que tanto odia: «Estar un mes haciendo promoción, al objeto de que el disco tenga una difusión mínima que me permita no llegar a los sitios y que no dejen de pedirme material antiguo». Acerca de los «palos de su nueva obra», en la primera parte hay mucha influencia del punk de finales de los setenta y los primeros ochenta. A diferencia de ese segundo acto, el tercero tiene «algún bolero, una especie de tango y otros temas también mucho más crudos». Y no faltará frescura, porque en el estudio hemos visto grabarse, simultánemente y en directo, voces y coros.