"Picasso no realiza un grabado. Lo vive", escribió su sobrino Javier Vilató, que recordaba nítidamente cómo su tío le llevó al taller Lacourière, en la colina de Montmartre, para que hiciese su primer aguafuerte. Corría el año 1939 y tanto Javier como su hermano J. Fín, ambos hijos de Lola, la hermana mayor del malagueño, habían llegado a París al acabar la Guerra Civil. Las enseñanzas de tito Pablo sirvieron de acicate para que los hermanos vivieran desde entonces entre planchas de cobre, punzones, bruñidores y buriles. Nacía así una saga artística que años más tarde completaría el hijo de Javier, Xavier Vilató.

Estas tres generaciones de grabadores dialogan en la exposición La línea ininterrumpida. Picasso, Fín, Vilató, Xavier, la nueva muestra que ocupa las dos salas expositivas de la Casa Natal. Aunque línea de artistas presentes abarca cinco generaciones, ya que la muestra la inicia el padre de Picasso, José Ruiz Blasco -representado en un retrato firmado por José Ponce Puente en 1896- y concluye con el documental realizado por el joven Numa Vilató.

Entre las 140 obras y objetos -como fotografías y utensilios de grabado- que forman la exposición destaca El zurdo (1899), el primer grabado realizado por Picasso, del que sólo existe un único ejemplar, proveniente de la Colección Sylvia Mazo, y que se expone por primera vez en Málaga. Con 18 años, Picasso cometió de un error de principiante -según la leyenda difundida por su amigo Jaime Sabartés-, ya que el malagueño, al crear al picador que aparece en el aguafuerte, no tuvo en cuenta que debía invertir la figura, puesto que en el papel queda impresa la imagen especular. Al percatarse de su fallo, el malagueño quiso enmendarlo bautizando la obra como El zurdo en lugar de El picador. También se expone el primer grabado de Vilató, Nu au drapé (1939).

Las diferentes técnicas de estampación utilizadas por Picasso, Fín, Vilató y Xavier -desde los primeros años del siglo XX hasta la actualidad- están presentes en esta muestra, que permanecerá instalada hasta el próximo 24 de enero y que también cuenta «la historia de una familia y del cariño que se tenían», señaló la comisaria Marta-Volga de Minteguiaga-Guezala.

«Pablo podía mirar el dibujo de un niño de 12 años como si fuese un Velázquez», destacaba ayer Xavier, el sobrino nieto del genio de la plaza de la Merced, que confesaba que el arte ha estado siempre presente en su vida, «incluso antes de que pudiera percibirlo como tal». También destacó que su tío abuelo nunca se conformaba con los métodos clásicos del grabado sino que los llevó hasta extremos desconocidos. «Se fue renovando hasta el final, en ningún momento pensó que ya tenía el truco, sino que cuando tenía algo lo destruía y volvía a empezar. Y hacía cosas increíbles con las litografías, como trabajar con las piedras casi a martillazos».