Acudimos a Casa Sostoa para la representación de La última rave, de Alberto Cortés, junto a un reducido grupo. Tras ser recibidos en el portal, donde ya da comienzo la ficción, y ascender los siete pisos por escalera, nos colocamos junto al resto del personal, expectantes, en una de las estancias que será sólo la primera de las que recorreremos. El comienzo parece indicar que va a ser muy participativo, pero pronto descubrimos que somos testigos pastoreados de la función. Que se celebre una representación fuera de lo que podríamos llamar edificios ortodoxos, no es una novedad; habrá quien piense que viene causado por la crisis económica, pero viene de más lejos, y de una necesidad de buscar alternativas comunicativas. Cortés parece sentirse cómodo en este enfoque. Pero es esa comodidad la que merma su creatividad.

Alberto, no es tu primer espectáculo, no es el segundo ni el quinto, pero la evolución ha sido poco ambiciosa. El talento creativo que tienes es admirable; aquí hay ideas hermosas, ideas originales y potentes, pero el engranaje se diluye ante la falta de coherencia. La narración desaparece en favor de una sucesión de espacios interesantes que no terminan de concretar. El espectador novicio se llevará una experiencia de adrenalina, pero no sabrá sacar una conclusión. ¿Es necesario? Sí. Me lo estás contando en la sinopsis, amigo guerrillero, pero no está en la puesta en escena. Dispersión que se ve también en la falta de aprovechamiento de los actores: han aportado lo que ya saben hacer, sus mejores armas, pero un actor puede ir más allá y más en un territorio tan corto, donde lo teatral, a menos que sea buscado como tal, aleja más que acerca. En La última rave hablas de dinamitar fronteras... Pues dinamítalas de verdad, coge esa idea y llévala hasta su extremo, no te pierdas en el camino regodeándote en poemas cortos de una edición en la que sólo les une el título. Y perdón si parezco enfadado, pero me molesta ver el talento acomodarse por pereza. Hay que superar a l´enfant terrible porque estás en un sector industrial que devora rápido al que no se espabila por mucho espíritu creativo que demuestre.