La liturgia del Circo del Sol se cumple en cada uno de sus espectáculos: nada más pisar el recinto donde tiene lugar la actuación, el espectador es transportado de inmediato al mundo de la fantasía, los sueños y la sorpresa, elementos que manejan a la perfección los discípulos de Guy Laliberté, el creador de esta infinita fábrica de ilusiones. No hace falta siquiera esperar a que se apaguen las luces para observar cómo las caras de niños y adultos se transforman una vez flanqueada la entrada. Los universos que propone el Circo del Sol, siempre mágicos, llenos de colorido y habitados por seres sorprendentes, están creados con ese fin: hacer feliz al público desde el primer minuto. El estadio cubierto Stadthalle de Viena es desde el pasado miércoles el escenario de Varekai, montaje que llegará al Palacio de los Deportes Martín Carpena entre el 21 y el 24 de enero tras pasar por A Coruña, Barcelona y Valencia. Y poco o nada importa el viento helado que recorre las empedradas calles de la capital austriaca; todo se olvida cuando los más de trescientos árboles que forman el mágico bosque que envuelve la historia de este espectáculo, abren sus brazos para recibir a sus nuevos invitados.

La acción de Varekai comienza en el cielo, desde donde se precipita el joven Ícaro, cuyas alas y piernas quedan destrozadas. En la oscuridad del frondoso y misterioso bosque, el maltrecho protagonista encontrará un universo caleidoscópico habitado por criaturas fantásticas, donde comenzará una extraordinaria aventura de superación y de búsqueda de una nueva vida. La palabra Varekai significa «en cualquier lugar» en lengua romaní, la lengua de los gitanos, los eternos nómadas. Esta producción rinde homenaje al espíritu nómada, al alma y al arte de la tradición circense, así como a la infinita pasión de los que buscan la luz. «Es un espectáculo optimista, del que todo el mundo sale feliz», sostiene el director artístico, Michael Smith.

Mitología griega y fantasía cruzan sus caminos en este montaje en el que participan medio centenar de artistas -de 19 nacionalidades distintas- a lo largo de una docena de números. Acrobacias, volteretas imposibles, danza georgiana, humor y equilibrios suspendidos en el aire forman el conjunto de actos en los que se articula Varekai. Entre las bailarinas de Superficie deslizante, número en el que se crea una sorprendente ilusión de patinaje, encontramos a Jessica Heredia, la única española del elenco. Barcelonesa, de padre malagueño, su pasión y dedicación al baile la llevó a superar un multitudinario casting a nivel europeo para acabar formando parte de la gran familia del Circo del Sol. «Creo que es lo más alto a lo que se puede aspirar», comenta orgullosa. Reconoce que «la exigencia es alta» y que la preparación física requiere esfuerzos y sacrificios, aunque confiesa que el maquillaje, para lo que invierte cerca de cuarenta minutos antes de cada función, es «lo que peor» lleva.

El protagonista, Ícaro, lo encarna el joven puertorriqueño Fernando Miró. A sus 28 años, Miró ya había colaborado como bailarín y acróbata con estrellas internacionales como David Bisbal y Taylor Swift antes de aterrizar en la compañía canadiense, donde dice estar cumpliendo un sueño: «Desde que vi Varekai en un reportaje en televisión, siempre quise hacer este personaje, que aúna todas las disciplinas que practico». Pese a ello, reconoce que desarrollar el papel central de la historia implica «muchísima responsabilidad». Ante el siempre exigente público vienés -más de 4.000 personas acudieron a la función del pasado jueves-, Miró desciende desde los treinta metros de altura que tiene la plataforma superior del escenario para protagonizar El vuelo de Ícaro, el número inicial del espectáculo. Entre su caída y su renacer, pasan dos mágicas horas de emociones que sólo son posibles en un lugar: el circo.

La maquinaria escénica funciona como el famoso reloj suizo al que Harry Lime (Orson Welles) hace referencia en El tercer hombre. Y los mínimos detalles suponen la tremenda distancia entre los montajes del Circo del Sol y el resto. «En esta empresa no se escatima en detalles», sostiene Smith, que al igual que reconoce que los pabellones han acabado con la intimidad y cercanía que ofrecen los espectáculos que se representan en carpa, la amplitud de estos espacios les han proporcionado un nuevo público: «El espectáculo además gana en tamaño, ya que nos tienen que ver hasta los de la última fila».

Con la llegada de Varekai serán cinco las visitas del Circo del Sol a Málaga. El idilio entre la empresa de Guy Laliberté y la capital de la Costa del Sol comenzó en 2006 con la presentación de Dralion. Y dos años más tarde, en 2008, se confirmó con Quidam. En ambos casos, la gigantesca carpa (Grand Chapiteau) de la compañía se instaló en el Cortijo de Torres, junto al palacio de Ferias y Congresos. Después llegaría Alegría, en 2011, que tuvo por primera vez como escenario el Martín Carpena, y una nueva versión de Quidam, en 2013, también adaptada al Palacio de los Deportes.