«Soñó ser un ángel que volaba durante toda la noche, y fue tan real que llegó a amanecer con agujetas en las alas». El microrelato que da título a Agujetas en las alas y 88 razones para seguir volando, volumen de cuentos breves que firma Dani Rovira, es el mejor ejemplo para hablar de su contenido. El volumen, que llegará a las librerías este jueves, 12 de noviembre, está formado por 89 historias minúsculas en las que el malagueño ha volcado los sentimientos vividos en los últimos tres años. «Es una especie de expulsión de mis emociones», confiesa. Cada cuento está ilustrado por la malagueña Mónica de Rivas, que posee «una sensibilidad maravillosa», asegura. El resultado es un delicioso libro cargado de optimismo que deja al lector suspendido entre reflexiones sobre la vida, el amor y la percepción -no siempre correcta- que tenemos de las cosas.

¿Cuál es el origen de estos relatos breves, algunos ya conocidos por sus seguidores en Twitter?

Prácticamente, casi todos fueron subidos a Twitter en su día. Son historias que me han ido surgiendo a lo largo de los últimos tres años, dependiendo del momento que estaba viviendo. Viene a ser el resumen de mi vida y de mis emociones en estos tres años. Es, como dicen los artistas cuando sacan un disco, [pone voz de artista pedante] mi trabajo más íntimo y personal. No he dicho, voy a sentarme a escribir un libro de microcuentos; me han ido naciendo y los he ido sufriendo, disfrutando, llorando... Y esto es lo que ha salido.

¿Y cómo se ve en su estreno como escritor?

Es una faceta artística que no había experimentado antes. Pero a mí estas cosas me dan muchísimo respeto. Para nada me considero escritor. Este libro es lo que es: una especie de expulsión de mis emociones de la manera que mejor sé hacer y acompañado por unas maravillosas ilustraciones. Soy consciente de mis limitaciones y recursos lingüísticos y literarios, y respeto muchísimo a la gente que publica libros. Es algo muy poco pretencioso. Es como cuando empecé en el cine. Intento hacer las cosas lo mejor que puedo y respeto mucho cada profesión.

En casi todos los cuentos subyace una sensación positiva. ¿Deberíamos mirar a la vida con más optimismo?

La gente me conoce por la comedia y los monólogos. Soy el tipo gracioso, que no te digo que no lo sea, pero también suelo ser soñador. Y la gran mayoría de los cuentos hablan de eso: de la esperanza, de poder ver las cosas desde otro prisma. El otro día leí una cosa que me pareció maravilloso y que venía a decir que todo es relativo; que a las langostas que estaban en el acuario del Titanic les vino de maravilla lo que pasó. Creo que es un trabajo de empatía y de ir un poco más allá. Es una invitación a mirar las cosas desde otro ángulo.

El libro llega una semana antes del estreno de Ocho apellidos catalanes, película sobre la que hay muchísimas expectivas puestas. ¿No es mucha presión?

Pues si soy sincero, y lo digo sin ninguna intención de ir de sobrao, en absoluto. Tengo cero presión. Al igual que tuve cero presión con la primera película. La semana pasada acudimos al visionado de la película y creo que hemos hecho un buen trabajo. La película está muy bien. Es una muy digna secuela. E incluso podría decir que es mejor película que la primera. Ocho apellidos vascos tenía el factor sorpresa y una maravillosa comedia de brocha gorda. Y esta segunda no cuenta con ese factor sorpresa, pero sí posee una comedia de brocha fina que hace que sea bastante diferente. Además, los personajes tienen muchísimos más matices y es mucho más romántica. Lo que ocurrió con la primera nos pilló a todos de sorpresa, no tenemos ningún miedo ni a que triunfe ni a que fracase.

Lo que es innegable es que todo el país está pendiente de lo que ocurre en Cataluña.

Al igual que con la primera había ciertos miedos a que el pueblo vasco pudiera tomarse la película como una ofensa y al final no se lo tomó nadie mal, pues ahora creo que tampoco pasará. Son películas que tratan de los tópicos, pero que no son políticas, ni adoctrinan ni tienen ningún tipo de maldad o provocación. Todo lo contrario: es una película que seguramente terminará quitándole mucho hierro al asunto. Pero sí que es verdad que los productores tienen que estar muy contentos porque el tema catalán está de moda.

Y tras el estreno regresará a Málaga, donde tiene su anual cita solidaria en el Teatro Alameda.

Sí, vamos a hacer diez funciones aglutinadas en la segunda y tercera semana de diciembre. No hemos anunciado nada todavía porque estamos cerrando los horarios. Lo recaudado irá para ayudar a las mismas diez asociaciones que el año pasado, y vamos a sumar una más: la asociación de afectados de médula de Málaga. Iremos con Improviciados y buscaremos una fecha en La Cochera Cabaret para recaudar fondos para la familia de Idaira Osuna. Vamos, esto ya se ha convertido en derecho consuetudinario...

Como se pueden convertir los Goya si sigue sumando galas...

Sí, como Billy Crystal, que hizo cinco años...

¿Le preocupa la duración de la gala?¿Quiere que sea más corta?

Claro que sí. No tengo ningún interés en que sea tan larga. Porque todos los palos al final van para mí. El año pasado estaba, por escaleta, en dos horas y cuarenta minutos. Y al final nos fuimos casi a las cuatro horas. Estamos trabajando en los recortes temporales. Hay que buscar el equilibrio entre dar los 29 premios. Así que hay que dar premios, que sea entretenida, que sea corta, que la gente no se alargue... la duración de los Goya es un problema que me preocupa mucho más que el problema catalán.

¿Qué más proyectos tiene en la cartera?

Después de los Goya arrancamos un proyecto que me hace muchísima ilusión: la película Cien metros, escrita y dirigida por Marcel Barrena. Está inspirada en el caso real de Ramón Arroyo, a quien le diagnosticaron esclerosis múltiple y que lejos de conformarse y quedarse en su casa en la cama, empezó a motivarse y hacer deporte hasta llegar a hacer un Ironman [la prueba más exigente del triatlón].

¿Cómo lleva el éxito? ¿El no poder salir a tomarse un café sin que le asalten por la calle?

Pues lo voy llevando mejor, pero la vida no deja de ser un juego de balance. Si los móviles de este país no tuvieran cámaras de fotos, mi felicidad sería ideal. Perfecta. Pero la sociedad es la que es y uno tiene que adaptarse. Hay que intentar llevarlo con la mayor naturalidad posible, aunque es verdad que te cambia la vida y debes cambiar de hábitos. Supongo que ser famoso hace veinte años era mucho más fácil que hoy, con el tema de las redes sociales y los móviles con cámara. Pero es algo que debes aceptar. No se puede tenerlo todo.