Somos todos hombres y mujeres de costumbres demasiado asentadas como para cambiarlas en el ecuador de nuestras vidas. Vemos por inercia los mismos canales y por comodidad sintonizamos en la radio esa emisora que llevamos décadas escuchando con fidelidad bovina. Así que si leemos, sin dudar elegimos una novela/tocho que será televisada o una suerte de ensayo más o menos sesudo que ayudará a que engordemos nuestra cultura enciclopédica y a que nos luzcamos mientras engullimos un canapé de salmón salvaje. El estado de la literatura.

La poesía y el teatro, eso es otro cantar. Todavía el teatro lo solemos sustituir yéndolo a ver en vivo, que siempre da tono y esplendor, aunque aprovechamos la oportunidad para animar a la lectura silenciosa del primer Arrabal, el Beckett nobelizado y el violento y tan moderno Strindberg. De la poesía huimos como de las facturas con iva y ni siquiera nos acercamos a ella atemorizados de que nos podamos convertir en estatuas de sal o cal.

Los tiempos de la lírica. Pero no son tan malos tiempos para la lírica, parece ser que la OMS aconseja en un informe aún no publicado el consumo nada moderado de poesía, de la que se dice que no sólo no mata sino que produce ventajosos beneficios difíciles de calibrar: potencia la memoria, refuerza la imaginación, crea nuevas conexiones neuronales, te hace sentir libre y te aleja de la dependencia del whatsapp. Para muestra recomienda la lectura del poema Deseo de ser piel roja, del loco Panero que tomó el título del también poco cuerdo Kafka. Si encima se ingiere durante su lectura un vaso de preparado de quinoa, miel sobre hojuelas. El estado de la salud mental.

Los libros de poesía que nos mandaban en el instituto los comprábamos en Mónika München mientras las distribuidoras le dejaron que eligiera los libros que ella quería tener en el escaparate de su librería de Puebla Lucía, Fuengirola, cerca de la raya con Mijas. Allí daba cabida a varios idiomas europeos y era complicado encontrar los libros más vendidos que con severo gesto alemán devolvía al repartidor sin darles siquiera una oportunidad en los anaqueles. Los despreciaba. MM siempre estaba sentada en su mesa de trabajo, las gafas puestas, el lápiz preparado, leyendo y subrayando los suplementos culturales y seleccionando lo que traería en el próximo pedido porque conocía sin preguntar las exquisitas tendencias literarias de su público leal y silencioso. Te dejaba que te relajaras en su callada moqueta gris y sus preikeanos sillones mullidos y nos tirábamos media tarde porque el presupuesto daba para un libro de bolsillo y tú te querías llevar cien. Allí descubrimos a Iribarren, a Salvago y a Roger Wolfe.

Los poetas de la experiencia urbana. Los tres son poetas sin complejos, que huyen de llamar baguette a la barra de pan y caldo a lo que conocemos por vino, cogen con las manos los cuernos de la vida, sean estos el dolor que se desprende de las cenizas del amor o las sombras que proyectan la soledad y los paraísos artificiales del alcohol en el que intentaron refugiarse con precario éxito. Bien podríamos señalarlos como la generación del pitillo, escritores entregados a ese mundo de la cajetilla arrugada, la copa medio vacía en la que languidece un whisky de garrafón, el ambiente turbio y las ilusiones perdidas que la vida se encarga de pisotear y machacar y aplastar. El estado del regularestar.

Sus escenarios son barras de bar, estaciones de autobús, parques vacíos y neorrománticos, portales sucios, paradas de metro, esquinas de barrios que ignoran la palabra esplendor, y el interior de sus casas, sus cocinas, sus baños, los espejos, los sillones en los que se sientan a leer o a pensar, las camas que los habitan y soportan. Con frecuencia nos presentan poemas de un raro consuelo escritos en servilletas de papel. A veces se dejan arrastrar por la nostalgia y viajan al mundo del recuerdo infantil de las tardes pardas y la lluvia galopando por los cristales. No, no son tipos que quieran pasar por simpáticos ni están para reír las gracias a nadie. Con lo suyo tienen suficiente, con ese sufrimiento que se destila en sus versos y se intuye en sus títulos. Por sonrisa esbozan una mueca y por saludo un extraño gruñido. De alguna manera llevan con orgullo una suerte de exclusión social y anarquismo de barrio obrero.

Cada uno es poeta a su manera. Iribarren parece que engancha los poemas mientras sirve cafés y tercios en un bar del barrio viejo donostiarra; Wolfe ha compaginado la poesía con sus trabajos de traductor y las escaramuzas en los terrenos de la narrativa; Salvago, vicioso hasta de la virtud, escribe los poemas cuando el cuerpo se los pide y durante treinta años ha ido alimentando las distintas caras/personajes de Jesús Quintero, escribiéndole los guiones. Ahora anda enredado en unas memorias en las que él es el que sale peor parado, para que nadie pueda quejarse ni alzar la voz.

No es éste el lugar ni tampoco nosotros somos nadie para descubrir los tesoros que se esconden en sus poemarios, los habrá de encontrar el que leyere en una lectura sosegada y atenta y con el auxilio de una taza de té. Baste recordar que una buena novela aguanta dos lecturas, una inolvidable, tres, y una excepcional, pongamos que cinco. Las novelas únicas, que quizás se cuenten con los dedos de una mano, pueden estirarse hasta las diez y más que releerlas las revisitamos. En cambio, a un buen disco o a un buen poemario solemos volver una y otra vez porque nos parece que siempre los leoímos por primera vez, nunca nos saciamos de ellos. Descansan en nuestras bibliotecas, pendientes de que cuando los cojamos nos vuelvan a abrir los ojos. No conviene mucho tenerlos cegados.

El acceso a la cultura. Renacimiento es conocida en el mundo literario como una de esas editoriales que lleva apostando por la poesía desde finales de los 70, de la mano del humanista y aventurero Abelardo Linares. Iribarren recoge el conjunto de sus poemas en Seguro que esta historia te suena (1985-2015) y Salvago lo hace en el volumen Variaciones y reincidencias (1977-1997). La relación de Wolfe también ha sido estrecha y fluida a lo largo del tiempo con la casa sevillana, pero es en la editorial Huacanamo donde publicó Noches de blanco papel (1986-2001), que recoge lo que, en palabras del propio poeta, quería conservar por esas fechas. Son muchas y minoritarias las editoriales que se lanzan a esa extraña suerte de publicar poesía, entre las que cuentan con más solera por su larga trayectoria y sus muy cuidadas ediciones encontramos Visor, Pre-Textos, Hiperión, Lumen, DVD Ediciones y la mencionada Renacimiento, entre otras, que suelen tener en sus catálogos distintas colecciones para abarcar los diversos géneros.