Esperanza SpaldingTeatro Cervantes

Esperanza Spalding es garantía de calidad y de venta masiva de entradas, así que le Teatro Cervantes estaba a rebosar para escuchar su más reciente proyecto, Emily D+Evolution, que es también un alter ego, una versión diferente de sí misma. Se trata de invitarnos a huir de nuestros miedos (el mantra al público: «funk your fear and live your life») y a entregarnos al amor sin condiciones de cuerpos o contratos. Y todo a través de canciones de estructuras pop, de tímbricas R&B pero interpretadas con una actitud punk… ¿Cómo se escucha esto? Habrá que esperar 20 años para dar con el nombre adecuado; de momento no queda otra que hablar de sorpresa, la condición que un servidor exige a la música en directo.

Se trata de un espectáculo sin intermedios que bebe del teatro, la poesía y la danza, todo en pequeñas dosis que aderezan la música de esta extraterrestre que podría haber llegado ayer del planeta Zappa y, tras merendar con las últimas tendencias de los Robert Glasper y compañía, ponerse a componer sin una gota de jazz, a pesar de lo vivido. Se trata de un trabajo delicadísimo de melodías entrelazadas con pequeñas coreografías y juguetes teatrales que distraían del virtuosismo necesario para interpretar esa música. La maestra de ceremonias aguantaba desde los bajos la sección rítmica poderosa y resolvía en la nota última de la voz o del piano de pared que acotaba el escenario para un par de números. Ausencia de solos, con las excepciones de algunas dentelladas del batería Julian Tyson y de un guitarrista hierático pero fiero, el peso recayó en la voz principal en constante juego arabesco con el par de coristas. Un show alejado del «acomódense en sus asientos y disfruten», sino de, más bien, «incomódense y pónganse a pensar, que la vida es en directo y, si queremos conocernos habrá que ponerse a buscar». Y que el esfuerzo se haga jugando, como niños, en el camino del Arte con mayúsculas. Ese que no nos deja hablar a las claras de placer, porque las sensaciones son tan nuevas que habrá que ver qué dice el tiempo. Hacer que siga mereciendo la pena el acto creativo a pesar de que en esos momentos, París estuviera dejando de ser una fiesta.