El Bardo decía: «Lo que tengo miedo es de tu miedo». Me pasa cuando piso un hospital y no soy yo el que se tiene que poner la bata con el culo al aire sino las las personas que quiero de verdad. La crisis, aparte de dejar a mucha gente sin trabajo, sin casa y sin ingresos, la deja sin salud. El estrés constante de la incertidumbre, el llenar la nevera o afrontar los problemas con las entidades que antes te llamaban para ofrecerte sus servicios ahora martillean para ofrecerte sus abogados. Somatizar todo eso conlleva el tirarse por un balcón o el sufrir en mayor o menor grado una enfermedad.

La idiotez es una enfermedad extraordinaria: no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás. Lo pienso cuando veo por la televisión a esos mediocres defensores de unos gobernantes que maquillan un presente cargado de precariedad en todos los aspectos. Como sucede en nuestra bendita Seguridad Social, que estira recursos con gente joven ilusionada por su trabajo, correteando por los pasillos del Clínico, celadores rifados para llevar a los enfermos en sus destartaladas camillas, salas de espera llenas de hastío, gente con citas que le dan la vuelta al calendario... Héroes diarios que son machacados por los neoliberales que quieren que cada uno se pague sus achaques. Salimos ilesos esta vez de la doble visita familiar que un destino puntilloso quiso coincidir en el calendario. Que no tengáis que pasar un mal trago para daros cuenta de qué es lo que realmente importa: debemos darle la importancia debida a esas cosas que parecen que llevamos de serie, el amor y la vida.

Mientras tanto, los días avanzaban con paso firme y teníamos que reengancharnos al tren. El gran Sergio Orbegozo ha estado poniendo patas arriba el mundo del jazz en Málaga, organizando multitudinarios conciertos por todo el centro de la ciudad, al aire libre, en pubs o donde se le ocurra. Lo nunca visto en un Festival de Jazz que andaba tocado y hundido y que parece resurgir con más fuerza que nunca; no será por falta de músicos y artistas de este sagrado estilo. En una de esas citas hemos tenido la oportunidad de estar presentes un servidor, con el amigo Manuel Moles, teclista y mano derecha de este que suscribe, en la sala Premier. Acompañado por el gran baterista Jose Cantero, nos dimos el gusto de prepararnos algunos temas por los que siempre suspiramos y de merendarnos ese festín de groove que tanto nos gusta. Hemos vuelto a la raíz primigenia de cuando empezamos en esto, cuando íbamos a pasarnos las horas muertas a la tienda de discos, buscando nuevas joyas que escuchar. Los de Grant Green, Jimmy Smith o James Taylor Quartet estaban entre esos cedés que comprábamos con nuestros pequeños ahorros y ahora recuperamos ya con unos cuantos años más para deleitarnos y rendirles un sentido homenaje.

Si por algo tengo esta pasión irremediable por colgarme un instrumento y ponerme delante de un micro es por la capacidad curativa de la música, que te permite soltar el lastre que te aferra a los problemas, preocupaciones y la futilidades de la existencia humana. Espero que mi mala salud de hierro me dé tiempo suficiente para poder transmitir esa alegría al respetable y más si cabe con unos amigos músicos de los que tengo la suerte de poder rodearme. «No basta con escuchar música; además, hay que verla» (Stravinski).

*Álex Meléndez es músico