El almanaque se ha ido solapando inexorablemente hasta desenterrar un nuevo enero en ciernes. En mayor o menor medida, cada casilla en blanco se ha ido rellenando con apuntes de vida, que es lo que realmente cuenta. Las expectativas que a primeros de enero se tenían, en la mayoría de los casos se han quedado en buenas intenciones; algunas se han materializado de alguna forma un tanto parecida a las expectativas primigenias y otras, se recargan en el tambor para volver a disparar a bocajarro al autoengaño. Para muchos, en enero sonará otra vez ese I got you babe -El día de la marmota-, como cada primero de año, en un bucle perfectamente engrasado de madrugones, facturas, comidas de domingo, hipoteca, seguro del coche, el IBI, el IVA... Hasta llegar al DEP. Otros irán socavando su propio agujero pisando las últimas cabezas que les quedan por enfangar, afiliados al todo vale en una carrera por gustar antes que gustarse, vendiendo motos que en el escenario terminarán atropellándolos.

Los que verdaderamente huyen como el loco del fuego que ha prendido de esa repetición a la cual la sociedad te lleva a punta de pistola - benditos sean los que son feliz en él- volverán a enfundarse el mono, coger el pico y la pala y seguir luchando a contracorriente, cada vez más desgastados, pero con las energías renovadas de no se sabe qué fuerza interior que los alimenta.

Esa tan necesaria y tan maltratada estirpe de creadores e intérpretes buscará con el nuevo año atizar las brasas de sus nuevos proyectos, ingeniárselas para poder financiarlos, tendrán horas de encierro de ensayo, de nuevo/viejo aprendizaje, retomando antiguos retos que con la práctica hoy son factibles y abrazando otros nuevos que parecen tan altos como lo eran los ya alcanzados; con nuevas arrugas en el izquierdo y marcas de sonrisas en el rostro y ahondando el surco del, a veces, tan gratificante llanto, en una lucha sin fin con uno mismo.

Yo, por mi parte, este año he aprendido a frenar, a disfrutar del proceso de las cosas y a darle la importancia precisa a cada situación; a no volver a perder nunca el fin principal de lo que uno hace, que es la necesidad interior de crear y contar, como bálsamo y sobre todo disfrute. Sin duda, el mérito de ese enfoque ha sido del amor y de mi empeño por reenfocarme con todas mis fuerzas. Porque sentirse querido y focalizar ese amor en alguien que te hace crecer de esa manera está por encima del tonto de turno de la discográfica, del mediocre director de banco o de esos problemas que antes parecían un abismo insalvable y que con el verdadero sentimiento entre dos parecen grietas de otro suelo que ya hemos pisado. Escribir al alimón las páginas de un presente y un futuro venidero con el corazón a buen recaudo te hace fortalecer tu posición ante la incertidumbre constante, con la afilada certeza del cariño.

Un año, el que se va, cargado de increíbles momentos en lo profesional y del apuntalamiento en lo personal de esa situación de levantarme por la mañana y no querer cambiarme por nadie. A golpes de correo llegan noticias buenas sobre la edición del disco, que el maestro Candy Caramelo ha dejado sonando como un cañón, y que tan buenas críticas está recibiendo los profesionales que ya han podido escuchar el adelanto. Ahora solo queda el último paso con uno de los próceres patrios del negocio. Ver que tanto esfuerzo y tesón va a llegar a buen puerto hace que la agobiante espera de saber que tienes un buen trabajo esperando en el cajón, para poder sacarlo con una mediana dignidad, es el mejor pago que puedo recibir. El año que se viene en unos días encima dará el pistoletazo de salida a un sueño hecho realidad y que habrá que defender a capa y espada, mientras se piensa en cimentar el siguiente disco. Estamos locos, pero estamos vivos. La capacidad de perseverancia se multiplica con cada migaja arañada a las dudas y a la flaqueza. Bendita música, bendito amor, bendita vida. Feliz año.