Si tuviera que hacer un inventario de los desastres arquitectónicos que más me han impresionado sin duda el primer lugar lo ocuparía el colapso del puente de San Luis Rey en Perú el 20 de julio de 1714, y el segundo lugar el desplome de la Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre 2001. El primero causó 5 víctimas, el segundo 2.602 muertos y 24 desaparecidos. Pero ésta no es la diferencia primordial entre los dos desastres arquitectónicos separados por 287 años. El colapso del puente de San Luis Rey nunca tuvo lugar, o, mejor, sólo tuvo lugar en la mente del escritor estadounidense Thornton Wilder, que después plasmó en una novela histórica incomparable, El puente de San Luis Rey (1927), la misma que el ex primer ministro británico Tony Blair citó en el funeral por las víctimas del atentado de las Torres Gemelas en Nueva York.

En El puente de San Luis Rey un fraile franciscano es testigo del colapso del «puente más bonito de todo Perú» construido por los incas hacía más de un siglo: «Su mirada cayó sobre el puente, y en aquel instante un chasquido llenó el aire, como cuando la cuerda de un instrumento musical salta en una habitación vacía, y vio partirse el puente y lanzar cinco hormigas gesticulantes al abismo que estaba debajo de él. Otra cualquiera se hubiese dicho con secreta alegría: ¡Si llega a suceder diez minutos más tarde, también yo...! Pero fue otro el pensamiento que visitó al hermano Junípero: ¿Por qué les ha sucedido esto precisamente a estos cinco? Si existe algún plan, sea el que se en el universo, si hay algún patrón preconcebido para la vida humana, seguramente podría descubrirse misteriosamente oculto en esas cinco vidas tan súbitamente segadas».

A raíz de la fractura del puente, el fraile franciscano inicia una investigación para averiguar si «vivimos por accidente y por accidente morimos, o vivimos y morimos según un plan». De haber vivido en la actualidad, le habría sido de gran ayuda el libro Por qué se caen los edificios, de Matthys Levy y Mario Salvadori, publicado por Turner. En él, Levy y Salvadori, con más de ochenta y cinco años a sus espaldas construyendo edificios, cúpulas y puentes, realizan un repaso somero a los fallos estructurales más llamativos de la historia de la arquitectura, empezando por las pirámides de Egipto, pasando por la basílica de Santa Sofía en Estambul o la torre inclinada de Pisa (que nunca ha estado recta, pues empezó a inclinarse ligeramente hacia el norte desde el inicio de su construcción por Bonanno Pisano en 1174), y llegando hasta el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York tras los atentados terroristas de 2001, que consiguieron lo que no había conseguido otro atentado sufrido en 1993 que tenía como objetivo fracturar los cimientos de la Torre Norte para precipitarla sobre la Torre Sur.

Hay muchas clases de derrumbes que no dependen de la mano de Dios y sí de la mano de los hombres. En Por qué se caen los edificios, Levy y Salvadori hablan mucho acerca de estos últimos. Dejando a un lado el desplome en tiempos inmemoriales de la torre de Babel, definido por los autores como «el primer colapso estructural atribuido al Todopoderoso, una excusa que se les niega a los ingenieros de hoy», los fallos estructurales se han dado en todas las épocas y han tenido como único responsable el hombre. Hasta ahora se creía que la pirámide de Meidum, llamada por los árabes la «Falsa pirámide», no había llegado intacta hasta nuestros días debido al robo de bloques para la construcción de otros monumentos y templos. Sin embargo, dos decisiones de diseño: a) la pirámide se inició con una inclinación de 52º en lugar del ángulo más seguro de 43,5º, b) la disposición horizontal de los revestimientos que hacen más fácil su deslizamiento; fueron los responsables de su caída.

De todas las construcciones que desafían la gravedad, las cúpulas son las obras de ingeniería más impresionantes y a la vez más expuestas de todas. Su magnificencia no impide que las diferencias del terreno y los terremotos provoquen su derrumbe en cualquier momento: «La cúpula de Santa Sofía [en Estambul] colapsó parcialmente en los años 553 y 557, y de nuevo en 989 y 1436, siempre a causa de terremotos. Sus arquitectos, Artemio de Tralles e Isiodoro de Mileto, probablemente sabían que una cúpula construida con un material débil a tracción debería ser contrarrestada alrededor de su base. Desafortunadamente, los requisitos de la nueva liturgia cristiana exigían una iglesia en forma de cruz con brazos desiguales, incapaz de proporcionar ese contrarresto uniforme necesario. Los bizantinos no habían tenido tal problema; ellos habían construido sus iglesias hasta entonces con cuatro brazos iguales. La cúpula de Santa Sofía no quedó estabilizada definitivamente hasta 1847-1849 por los arquitectos suizos Gaspar y Giuseppe Fossati, quienes rodearon su base con cadenas de hierro».

Durante parte del tiempo que les llevó escribir Por qué se caen los edificios, Levy y Salvadori (este último murió en junio de 1997) estaban convencidos de que el mayor desastre estructural de Estados Unidos fue el derrumbe en 1981 de dos pasarelas del hotel más moderno y lujoso de Kansas City, el Hyatt Regency, en el que murieron 114 personas. Sin embargo, el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York tras los atentados terroristas de 2001 hizo que Levy (ahora en solitario) añadiera un último capítulo a su ensayo, que tituló Terror desde el cielo. En él, analiza brevemente el colapso de las dos torres del World Trade Center: «Aunque las torres habían sido diseñadas y construidas como edificios estructuralmente eficientes y cumplían con la reglamentación vigente, no podían sobrevivir a un ataque tan horrendo e imprevisible». Según Levy, las torres estaban preparadas para el impacto de los aviones, cuya fuerza de «colisión fue equivalente a menos de la cuarta parte de la capacidad de las torres para resistir la acción del viento. [...] Se puede conjeturar que conforme el avión penetró en la estructura, rasgó y destrozó gran parte del material ignífugo que protegía el acero de los efectos perniciosos del calor. Los pilares metálicos del núcleo se calentaron intensamente; a medida que alcanzaban temperaturas de hasta 6000º C perdieron la mitad de su resistencia y comenzaron a deformarse y a pandear. Los forjados en la zona de impacto también se vinieron abajo, indudablemente, sobrecargando los pilares ya debilitados y llevando al límite su resistencia. [...] Lo que arruinó la estructura fue el fuego». El mismo que arrasará a la humanidad, como escribió James Baldwin en su célebre ensayo: «Dios dio a Noé la señal del arco iris. No más agua. ¡La próxima vez el fuego!»