'Lluvia constante', de Producciones Teatrales Contemporáneas con Roberto Álamo y Sergio Peris-Mencheta, puso de pie al público en el Teatro Cervantes. De pie y no para irse, para quedarse a aplaudir el resultado de un trabajo más que excelente de los dos actores. Pongamos por delante que en Málaga los espectadores acostumbramos a aplaudir de pie a todo, pero esta vez era una sincera ovación de admiración. Y sí merecida, porque el trabajo actoral es el gran peso de un espectáculo que aunque se publicita como un texto que pasará a los anales de la historia de la literatura teatral futura, no alcanza tanto merecimiento. En sí, el texto no desvela nada. Cumple lealmente con un desarrollo en que los personajes se someten a un proceso evolutivo del que se irán desgranando particularidades desde un primer esbozo general hasta alcanzar un grado diferente del propuesto en el inicio. Es decir, que los personajes -dos policías estadounidenses de los suburbios, corruptos y ciertamente degenerados- nunca acaban como empezaron; una premisa importante en un buen libreto. Demasiado pronto te das cuenta de que habrá una inversión en los personajes y el que empezó tal acabará como empezó cual. No, no es el principal valor, aunque sea bueno. Ciertamente la sorpresa no es su fuerte y tal vez por eso se haga dilatado en el tiempo. Lo que sí merece la pena, y mucho, son las otras dos patas del montaje, la dirección y la interpretación; sin quitar mérito a los aspectos técnicos. Pero todo reside en esa inteligente labor de dirección, que ha utilizado todos los puntos favorables de la narración para conseguir la amenidad suficiente para interesar al espectador donde brilla la función. La diversidad de planos y tiempos, cómo los ha conjugado y superpuesto, eso sí es un buen trabajo. Y, obviamente, el trabajo de dirección actoral. Darle corazón a un tipo brutal, conferirle la necesaria verosimilitud, aceptar que sus opiniones tienen que ser defendidas como verdades, sin por el contrario ofrecer un punto de vista que resulte sarcástico o crítico, asumir sus juicios como propios, resulta un ejercicio de interpretación muy complicado y que no todos los actores saben acometer. Aquí la heroicidad no es la del personaje, es la del actor que asume un trabajo tan intrínseco como desagradecido, porque al final esa labor se simplifica y a ojos de muchos lo que han visto no es sino a un actor que confunden con el personaje. La gran mentira del escenario.