Producciones Teatrales Contemporáneas vuelve al Teatro Cervantes con la comedia Buena Gente para el Festival. La obra de David Lindsay-Abaire, en versión y dirección de David Serrano, ha dejado muy buen sabor de boca a los espectadores que disfrutaron de las peripecias de este grupo de personajes de un barrio extremo. El texto original sitúa la acción en un suburbio americano y sin embargo la versión ha sido capaz de traerla de un modo perfecto al extrarradio de una ciudad española como si hubiese sido escrita a tal fin. Es excelente el trabajo de adaptación de personajes y situaciones comunes, que aunque como dice el refrán «en todas partes cuecen habas», cada sociedad tiene sus peculiaridades y aquí se logra una cercanía esencial para su disfrute.

La historia es la de un grupo de personas de barrio que sufren, no ya sólo la crisis del momento, sino la crisis endémica del amiente en que se criaron y la propia de cada personaje. Salir de ese entorno destructor o quedarse, bien por imposible, bien por negación, y conformarse. La protagonista, una mujer que es despedida de su trabajo por sus sucesivas faltas y retrasos, que además es cesada por el hijo de su mejor amiga, y que tiene una dependiente a su cargo, se enfrenta a la posibilidad de conseguir algo mejor, azuzada por sus comadres, si convence al único de la pandilla que ha logrado triunfar económicamente que la hija deficiente que tiene es suya. La historia parece indicarnos que el resultado no dependerá tanto de ese engaño sino de el clasismo que enfrenta la miseria y el poder.

Una narración muy a lo social de Darío Fo, y que deja momentos entre amargos pero de los que no puedes dejar de reírte porque somos así de crueles ante las desgracias ajenas. La dirección ha logrado un espectáculo con un excelente ritmo en que las escenas se suceden con agilidad y cambian los espacios con limpieza para no dar tregua al espectador, permitiendo un trabajo de composición actoral realmente bonito. El conjunto de intérpretes es magnífico, estando todos a un nivel de estilo coherente en que la comedia se sitúa no ya por la gracieta sino por lo extremo de la situación.

Y hay que destacar, porque no queda más remedio, el buen doblete de Pilar Castro que se transforma de la borde amiga del suburbio madrileño a la pija y adinerada catedrática, sin que ninguno de ambos personajes se contagie del otro y con total naturalidad. Verónica Forqué, siempre estupenda, nos llega al corazón y nos toca la fibra como bien sabe hacer.