MedeaTeatro cervantes

Compañía: Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Autor: Vicente Molina Foix, a partir de Eurípides, Séneca y Apolonio de Rodas.

Director: José Carlos Plaza.

Intervienen: Ana Belén, Adolfo Fernández, Consuelo Trujillo, Luis Rallo, Poika Matute, Jorge Torres, Olga Rodríguez, Leticia Etala, Horacio Colomé

El Teatro Cervantes presentó dentro del Festival de Teatro de Málaga Medea una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. No es rigurosamente un texto clásico, ya que se trata de una versión muy versión de textos de varios autores escrita por Molina Foix. Y en principio se supone que si se hace así es para dar una visión propia del personaje o los hechos. Pero lo cierto es que defender a esta mujer que llega a matar a sus hijos sólo por rencor hacia el esposo que la abandona, es lo más simple y la única conclusión que sale del espectáculo. Defender lo indefendible. Y lo cierto también es que la dirección no ha mejorado el asunto. La puesta en escena con tintes clásicos, de ese clasicismo que se supone ortodoxo, no huele sino a antiguo, a añejo y con poco valor para arriesgarse. De hecho hasta la escenografía que, puede que en el escenario de Mérida se vea de otra manera, aquí se queda como un portal de Belén napolitano con proyecciones desencajadas por lo incongruente e innecesario. No está el elenco a la altura tampoco. A ver, no es que no haya buenos profesionales, pero el trabajo es insustancial y muy dispar. ¿Culpa de la dirección? Probablemente sí, aunque el mito diga que cuando no sale bien siempre se le echa la culpa al director. Pero es que los personajes no están lo suficientemente cargados de intención, ni de personalidad. Ana Belén, la protagonista, pues hace un esfuerzo, pero insuficiente o equivocado. Demasiado explicativo todo. Ese trabajo que se centra sobre todo en la perfecta dicción y busca la variedad en las entonaciones no basta si lo que encuentra es un texto recitado lleno de modulaciones diversas sólo para agradar al oído y no aburrir en los parlamentos. O por lo menos un intento de no aburrir. ¿Pero y la vida de los personajes? Ellos también tienen cuerpo y se expresan con todos sus miembros. El resultado demasiado contado, demasiado narrativo, hubiera sido más ameno si un cuentacuentos lo coge y nos lo representa con los mismos instrumentos, pero sin pretensiones. No, no es un acierto que vaya a catapultar a ninguno de los intervinientes a la gloria ni la inmortalidad como si la tiene el mito protagonista. Tan representado, tan versionado y adaptado por los siglos que a veces de manido puede quedarse en un insulso recuerdo de lo que fue. Si Medea levantara la cabeza se iba con sus hijos a donde la dejaran en paz con tantos dimes y diretes, si además lo que algunos cuentan de ella es tan soso como la que nos toca.