ReikiavikTeatro Cervantes

Compañía: Entrecajas Producciones Teatrales.

Autor y director: Juan Mayorga.

Intervienen: César Sarachu, Daniel Albaladejo, Elena Rayos.

eikiavik, la capital de Islandia, donde no se pone el sol en verano ni de día ni de noche, aislada por los hielos y rodeada de geiseres, da nombre a la obra de Juan Mayorga que Entrecajas Producciones ha presentado en el Cervantes. Un paisaje sobrecogedor para el que no haya nacido allí. Como para que te de algo a la cabeza. Pues allí, en 1972, se celebró el Campeonato Mundial de Ajedrez. En plena guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Y para colmo protagonizada por dos ajedrecistas de índole muy peculiar: el americano Bobby Fischer y el soviético Boris Spasski. Dos personajes excéntricos, pero de los que se lleva la palma el estadounidense; tipo taciturno, ultrarreligioso, y con todos los conflictos mentales suficientes para ser un antisocial extremo.

De trasfondo en la obra está implícito el tema de el enfrentamiento entre las potencias y la provocación interior de cada personaje ante un reto que cada cual asume desde un punto diferente. Y a pesar de esto, no son estos personajes los que nos narran esta historia, si no dos individuos que se conocieron un buen día y que se dedican a repetir teatralizando en un parque, junto a una mesa de ajedrez, la vida de los anteriores. Cada cual asume una personalidad y la ponen en escena ante algún viandante captado por curioso. Lo cierto es que parece que sus vidas no tuvieran otro sentido que buscar esa identificación con el ídolo y lograr la respuesta a lo que pasó entre los otros en ese extraño campeonato, como si esta resolución fuera lo único que diera sentido a sus existencias. Triste mirarse tanto en los demás.

Un argumento que resulta cuanto menos interesante. Tal vez excedido en terminología especializada ajedrecística, pero obviamente imprescindible si hablamos de campeones del tema. Y sin embargo ese camino por el que transcurre no sería nada sin la emoción que desprenden los dos iluminados personajes al narrar la historia.

Vemos cómo sus personalidades afloran y se encuentran en lo común. Vemos cómo el hombre busca respuestas; unas veces dando por sentado lo que ya está escrito y otras veces por la duda. Y para eso está el tercer personaje, el jovencito que pasaba por ahí y al que tratan de captar impresionándolo. Un trabajo de dramaturgia complejo, y un trabajo de dirección claro y resuelto. Un juego para los actores que permite demostrar destrezas que entran y salen de la realidad a la ficción y sin cuyo apoyo -probablemente- la puesta en escena resultaría algo menos digerible.