El pintor coruñés afincado en Málaga Chema Tato falleció ayer a los 63 años. Fue funcionario durante más de dos décadas del Parlamento de Andalucía y combinaba su trabajo administrativo por una devoción por el arte. Vinculado a la escuela neofigurativa malagueña de la década de los 80, Tato prefería considerarse uno más de los postmodernos, en el sentido de ese grupo de talentos que siempre han tenido una magnífica información sobre la Historia del Arte.

En los últimos años los lienzos de Tato vivieron una importante revitalización pública, a partir de una retrospectiva de su obra en el propio Parlamento andaluz, en el 2011, y una colectiva, en el 2015, en el Centro Cultural Provincial, dedicada a la Nueva Figuración Malagueña de los años 80, una escuela que el coruñés epitomizaba a la perfección. Las palabras con que Mariluz Reguero, directora del Centro de Arte Contemporáneo de Vélez-Málaga, resumió certeramente la esencia de este grupo -«una explosión primaveral de color y de vida, con un punto hedonista»-, pueden aplicarse en todos sus adjetivos a la pintura del fallecido artista gallego.

Considerado por los expertos como un pintor de carácter refinado, culto y muy marinero, destaca en el corpus artístico de Chema Tato sus paisajes, vistos desde el clasicismo y el amor por el Mediterráneo así como con un halo de romanticismo sereno y contemplativo.