De entre las casi 140 obras que forman las dos nuevas exposiciones del Museo Ruso de Málaga, la anual Las cuatro estaciones, con 88 piezas, y la temporal La Sota de Diamantes, con medio centenar de trabajos, el cuadro titulado Movimiento de hielos (1987), de Víktor Ivanov, sirve como ningún otro para resumir la línea común que hermana ambas muestras. El óleo del pintor moscovita, de imponentes dimensiones (267 x 360), presenta a un grupo de personas que, de espaldas al espectador, contempla el deshielo de un río, cuyo lecho comienza a crujir y recuperar el movimiento tras el implacable invierno.

La maravilla de la naturaleza y su impacto en la vida cotidiana articula el discurso de Las cuatro estaciones, una exposición en la que recoge «distintos estilos, distintas épocas y distintas emociones del arte ruso», según explicó la directora artística del Museo de San Petersburgo, Evgenia Petrova. Por su parte, La Sota de Diamantes presenta la ruptura estética protagonizada por un grupo de artistas que desembocó en los primeros pasos hacia la vanguardia rusa: un deshielo creativo impulsado por jóvenes creadores que ansiaban actitudes comprometidas frente al arte de salón, cuyo objetivo era puramente decorativo.

«Las cuatro estaciones». El recorrido por la exposición anual, que podrá visitarse hasta enero de 2017 y contiene obras de entre 1792 y 1987, se abre con la estación invernal, sección compuesta por una serie de trabajos en los que la nieve es el elemento protagonista. La dureza de las bajas temperaturas modifica tanto el paisaje como la vida social, aspectos que quedan plasmados con gran detalle en obras como Montañas de hielo en Moscú, de Gerárd de la Barthe; En mitad de una furiosa tormenta, de Nikolái Sverchkov; Escarcha esplendorosa, de Ígor Grabar; Descenso por los toboganes a orillas del Nevá, de John Atkinson, o la escena en el suburbio de Ojta, de Antonia Anúshina.

El bosque cubierto por un manto blanco aparece majestuoso en Invierno, de Iván Shishkin. Pero en Rusia el invierno no es sólo sinónimo de frío -las temperaturas pueden superar los 30 grados bajo cero-, y en los días de sol, la nieve emite destellos y ofrece diferentes tonalidades, permitiendo pasear en trineos tirados por caballos o jugar con bolas de nieve, como hacen los personajes de Borís Kustódiev y Konstantín Yuón.

Al invierno le sigue la primavera, estación del florecimiento, del renacer. En esta sección, en la que se exhibe el anteriormente citado Movimiento de hielos, la nieve también posee un gran protagonismo, algo que posiblemente «no será entendido por el público español», explicó Petrova. «Es el momento en el que se derrite la nieve, aparece la tierra y la hierba, empiezan a trinar los pájaros y surgen las emociones de la nueva vida».

Marzo alegre, de Vladímir Gavrílov, y Manzanos en flor, de Malévich, destacan por su colorido, así como los paisajes de Alekséi Savrásov, Isaak Levitán e Ígor Grabar, que representan una naturaleza cambiante y llena de optimismo.

En el apartado dedicado al verano aparece la lírica paisajística de la mano de artistas como Vasili Polénov, en Estanque cubierto de plantas; Kuindzhi y su Arcoíris. También está presente el realismo social, representado en el gran óleo Vastedad, de Aleksandr Deineka, y el futurismo de Kuprín en Espigones en el Volga. En Baño de los caballos, Plástov presentó en 1938 unos desnudos que habrían sido impensables durante la época de Stalin, según explicó Petrova.

El otoño, que sólo ocupa unas semanas de septiembre y octubre en Rusia, provoca la añoranza del verano en los pintores y ofrece estampas de tonos rojizos y amarillos. Las escenas de caza y paisajes de bosques son los principales elementos en los cuadros de Levitán, Kivshenko, Savrásov o Korovin. La obra Septiembre en el río Mezén, de Popkov, cierra este viaje por las estaciones y el arte ruso con la triste mirada de una familia que regresa en una embarcación tras un día de caza. En sus ojos ya se detecta el frío invierno y el regreso a la dureza de la nieve.

«La Sota de Diamantes». El Museo Ruso también inaugura su nueva exposición temporal, La Sota de Diamantes, centrada en el movimiento artístico de este nombre que surgió como una reacción frente a lo que entonces se llamaban pintores de salón. Mijaíl Lariónov, Natalia Goncharova, Iliá Mashkov, Piotr Konchalovski, Aristarj Lentúlov y Róbert Falk son los artistas que conformaron la primera exposición de los jóvenes artistas agrupados bajo la denominación La Sota de Diamantes, el 10 de diciembre de 1910.

Estos autores se orientaron hacia un arte más popular y emplearon en ocasiones «formas brutales, imposibles en el anterior arte dirigido a la burguesía», según Petrova. Entre las 55 obras destacan un autorretrato y una naturaleza muerta de Malévich, y piezas que dan idea de la ruptura que supuso este movimiento, como Autorretrato y retrato de P.P. Konchalovski y Retrato de chico con camisa pintada, ambas de Mashkov.

Este grupo influiría de forma importante a la vanguardia rusa, y la exposición permite mostrar sus inicios, «cuando aún el arte era figurativo, pero los pintores se iban alejando de los estilos que entonces eran populares en Europa», según matizó la directora artística del Museo de San Petersburgo.

El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y el director general del Museo Ruso de San Petersburgo, Vladimir Gusev, realizaron ayer un recorrido por las nuevas muestras y destacaron su gran interés. De la Torre destacó «la consolidación del Museo Ruso de Málaga» y calificó de «primer orden» su oferta expositiva. Para el alcalde, ambas exposiciones suponen un atractivo «no sólo para la ciudad, Andalucía o España, sino también para Europa».

Por su parte, Gusev definió la cultura como «un puente entre pueblos», señalando que «el alma rusa se puede entender a través de su naturaleza», en referencia a la exposición anual Las cuatro estaciones.