­Él, actor popular, reconvertido en director, se topa de casualidad por la calle con un joven sin rumbo y con un horizonte incierto. Empieza a hablar de que quiere hacer una película, aunque todavía no adelanta que en realidad se trata de un reflejo de su propia vida. «¿Cuántos años tienes? ¿Sabes montar en moto?». Un pequeño casting improvisado a las dos de la mañana y una llamada al día siguiente. Y se citan para la primera prueba. La experiencia es un choque con la realidad. El joven, ante la cámara, se comporta como lo que es: un inexperto. Tan echado para adelante entre sus amigos, las cosas no salen como esperaba y se diluye entre los nervios y los focos de tanta atención. Nunca antes había sido el protagonista de algo. Pero lo terminó siendo y el pasado sábado, de nuevo. Él, es Daniel Guzmán; el joven, el malagueño Miguel Herrán. En los Goya, vestidos de gala se fundieron en un abrazo entre lágrimas. Miguel había ganado el Goya al Actor Revelación por A cambio de nada; Daniel, el premio al Director Novel por la misma película. El destino le susurraba a los dos: «Estabais predestinados el uno para el otro».

Los antiguos filósofos griegos utilizaban el término kairós para describir este tipo de oportunidades cuasi divinas que amagan con presentarse sólo una vez en la vida. El significado literal es «momento ordenado u oportuno» y ahora, una vez asimilado el baño de emociones que supuso la gala de los Goya para él y toda su familia, Herrán recuerda lo que es ya, a todas luces, el cruce de caminos más oportuno y el kairós más sonado en la historia reciente del cine español: «Yo subía con un par de amigos por una calle al lado de mi casa cuando nos encontramos con él. Comenzamos a comentar entre nosotros: Mira, ese es el de Aquí no hay quien viva... Y de repente nos llamó para que fuéramos a hablar con él y nos empezó a contar que iba a hacer una película. Comenzó a hacernos varias preguntas, qué edad teníamos o si sabíamos montar en moto. Eran las dos de la mañana, yo creía que estaba borracho y nos estaba vacilando. Pero al día siguiente me llamó para hacer una prueba».

Así habla el ahora actor revelación de ese momento único, de la oportunidad que lo cambió todo. Para los sabios griegos ese momento oportuno tenía significados muy dispares y dudaban si se trataba de un regalo o si era algo que también requería de un esfuerzo. Herrán recuerda, en su caso, una mezcla entre ambos porque mucho antes de echar a rodar, lo primero que tuvo que hacer fue encerrarse tres meses con un coach personal y empollar lo que no había empollado en su vida. «Fueron tres meses de preparación con un coach y con Daniel estudiando al personaje», explica sobre los primeros compases que iban a llenar de sentido la vida de este joven malagueño de 19 años.

El mentor. Los griegos, ajenos aún al espectáculo de las crisis económicas y del ruido de las huelgas generales, conservaban todavía el humor y dibujaron al dios Kairós como una divinidad con calva pero que lucía una frondosa coleta en la frente a la que había que agarrarse como si fuera la última oportunidad. Para Herrán, esta coleta la encarna el propio Daniel Guzmán. Este joven con pocas, poquísimas ganas de estudiar, acabó la ESO y ahora está cursando el último curso de la carrera de cine.

Desde que empiezan a trabajar juntos Guzmán y Herrán, enseguida se fraguó una relación intensa entre el actor que encarna el papel de Darío y el director que trasciende más allá de una vinculación laboral normal. «Sufría y me cuestionaba si lo que estaba haciendo era fastidiar la película de Dani», recuerda Herrán. Porque hubo momentos oscuros durante la gestación de A cambio de nada, esas horas en las que él mismo se veía incapaz de asumir tanta responsabilidad. Pero pudo con ello.

Lo que vino después todos lo conocemos: la película se estrenó en el Festival de Málaga.Cine Español, donde se hizo con las Biznagas más importantes; cosechó una serie de críticas positivas... Y el sábado, en eso que llaman la fiesta del cine español, fue la excusa para los momentos más emotivos de la gala. Ahí, sobre el escenario, una persona que hacía unos meses era absolutamente anónima, un joven sin rumbo, pudo dedicarle el Goya al Actor Revelación a su madre y, cómo no, a su mentor o, mejor, su entrenador porque, como un coach encima de su joven púgil, Guzmán y Herrán se ven casi a diario y cuando no, permanecen en contacto permanente a través del teléfono.

«Lo miro, me mira, pero me cuesta mucho creérmelo todavía». Así describe Herrán la todavía extraña relación que guarda con la estatuilla. Preguntado por el Goya le sirve de motivación, se muestra contundente: «Me motiva para seguir y llegar a lo más alto». Y dice que si la madrugada en que se topó con Daniel Guzmán en la calle cambió su vida, ahora siente que le ha cambiado de nuevo.