­Las calles, a veces, también pueden ser de oro. Cuando Herrán paseaba un martes cualquiera, a las dos de la mañana, litrona en mano por Madrid, pensaba que simplemente le había tachado un día más a su angustiosa existencia. Fue antes de que se cruzara por casualidad en la calle con Daniel Guzmán, que lo convirtió en el protagonista de su debut como director, A cambio de nada. Un Goya más tarde, ya no queda nada de ese adolescente depresivo que llegó a no sentirse cómodo consigo mismo. Quizá, por ello, no duda en señalar que, más que un amigo, a Daniel lo considera «casi como a un padre».

¿Miguel Herrán ha aprendido a base de la experiencia empírica de que el destino existe?

Ya creía en el destino, pero creía que el mío era otro. Pensaba que estaba destinado a morirme antes de los 30 años, por supuesto. Jamás habría soñado con sobrepasar los 30. En el mejor de mis sueños yo me veía en un taller de mecánico. Te estoy hablando en el mejor de los casos, que es si yo me hubiera puesto a estudiar... Pero, vamos, yo iba básicamente para vivir en la calle.

Suena a una versión del Vaquilla resucitado. ¿Cómo era su vida antes de dedicarse a ser actor?

La gente saca muchas conclusiones, y lo entiendo, después de lo que dije [en su discurso de agradecimiento en la gala de los Goya] cada uno se pensará que tuve la vida que tuve, pero yo vengo de una familia con dinero. Por circunstancias, a mi madre al final no le quedó absolutamente nada. Pero, bueno, ella tiene su casa en Madrid, su piso en Chamberí; vamos, una vida normal. Lo que pasa es que yo no me sentía cómodo con mi vida, conmigo mismo, ni con ninguna persona que me rodeaba. Me sentía un mierda, una persona horrible. No tenía ningún amigo que se pudiera considerar un amigo como tal. Esto, ahora, me lo ha cambiado a todos los niveles.

¿A Daniel Guzmán se atrevería entonces a considerarlo un amigo?

A Dani lo considero como a un hermano. Un maestro, un amigo, por supuesto. Casi se podría decir que lo considero casi un padre para mí.

¿Cómo fue ese cruce de caminos que lo cambió todo?

Yo iba por la calle con unos colegas. Era un martes a las dos de la mañana y no había nadie, salvo esos dos señores en la acera del frente charlando. Al rebasarles, nos pegaron un grito: «¡Chavales, venid aquí!». Llegados a un punto, nos dimos cuenta de que era Roberto de Aquí no hay quien viva. Lo típico, le pedimos un autógrafo a Daniel, nos hicimos una fotos... Lo típico. Total, empezamos a charlar y nos preguntó por nuestra edad y tal. Finalmente, nos preguntó si teníamos algo de calle hecha. Yo llevaba una litrona en la mano. Señalé y le dije: «Mira, son las dos de la mañana de un martes y mañana tenemos clase...». Sobraba la pregunta. Nos dijo que nos iba a llamar porque estaba haciendo una película pero, en realidad, lo que nos quedó era la sensación de que iba pedo y nos estaba vacilando. Pero acabé dándole mi número.

¿Qué pasó después? ¿Cásting, pruebas...?

Me acuerdo de que me mandaron a interpretar una pequeña escena, era en una parada de bus. Yo me lo tomé como algo para echarme unas risas. Eran cuatro páginas y no se me quedó nada. Con la cámara en mi nariz y yo sudando sin poder decir nada porque estaba flipando. Dani me pidió que recitara el texto, pero ya le dije yo que tranquilo, que no me sabía nada. Él se me quedó mirando con una expresión como pensando: «Tú eres tonto». Total, que hice el mayor churro en la historia de mi corta carrera de interpretación. Justo antes de irme me acuerdo de que tuve una bronca con mi colega. Cuando Dani me vio cabreado dijo que era justo eso lo que quería. Total, me volvió a llamar, la volví a liar. Me volvió a llamar, la volví a liar... Así hasta cuatro veces. A la quinta que me llamó pensé: «Hostia de verdad va a estar interesado en mí y, a lo mejor, yo me puedo dedicar a esto». A partir de ahí, lo dejé todo. Me encerré en mi casa y estudié como no lo había hecho en la vida.

¿Alguna vez se le había pasado por la cabeza la idea de convertirse en actor?

Nunca me había llamado la atención. Era algo que me parecía, sin más, algo muy lejano. Es más, en las típicas representaciones ésas del colegio, yo solía hacer de piedra o de árbol. No tenía texto ni nada.

¿Qué queda de Málaga en Miguel Herrán?

Mi padre es de Alhaurín de la Torre y yo nací en el Materno. Lo que yo tengo con Málaga es el sentimiento de la tranquilidad... Sé que es dónde nací y siento una pasión enorme por ella. Por muy jodido que me encuentre, en cuanto piso Málaga, todo cambia y estoy tranquilo. Me siento totalmente arropado y sé que es porque es mi ciudad.