Apenas tres millones de personas hablan hoy en el mundo el yiddish, la lengua de los judíos askenazíes del centro y el este de Europa, que bebe del alemán, se refuerza con toques hebreos e incorpora elementos eslavos. Pero cuando, en 1917, se publicó Al final de todo, los hablantes de yiddish eran unos 15 millones y David Bergelson (1884-1952) era un joven ucraniano con una prometedora trayectoria.

Preocupado tanto por la psicología de sus personajes como por el papel de la pequeña burguesía judía en las conmociones que agitaban a una Rusia que se precipitaba a la revolución bolchevique, Bergelson compone una novela considerada una cima de la literatura yiddish y que hasta ahora permanecía sin traducir al castellano. Bienvenidos, de la mano de un orfebre del lenguaje, a la historia de Mirel Hurvits, una mujer que busca y no encuentra su camino en un mundo que se tragaron las primeras convulsiones del siglo XX.