La compañía valenciana Bambalina presentó en el teatro Echegaray Quijote, una excelente obra de títeres y actores que narra con elocuencia y humor las aventuras del héroe de La Mancha. Con guión de Jaume Policarpo y dirección de Carles Alfaro, los actores/manipuladores David Durán y el propio Jaume Policarpo le dan vida a los expresivos muñecos de don Quijote y Sancho Panza. Un grupo de velas a derecha e izquierda ubicadas sobre los extremos de una larga mesa vestida de negro es el espacio escénico donde se desarrolla toda la acción, con una gestualidad precisa y coreográfica, enmarcada por esa tenue y lánguida iluminación, que juega con luces y sombras creando un clima mágico e intimista.

La representación se puede considerar muda, porque los intérpretes dialogan y le dan voz a sus personajes con un lenguaje gutural incomprensible, que a veces se nos antoja alemán al oído, o descubrimos alguna breve palabra en español. La musicalización continuada con diferentes ritmos y armonizaciones sostiene la narración, así se suceden las diferentes situaciones del clásico cervantino. Desde la obsesión inicial del personaje por las novelas, enloqueciendo entre pilas de libros antiguos, avanzamos a su encuentro con Sancho, el nombramiento de caballero y las luchas con sus imaginarios dragones. Se denotan grandes dosis de humor, como cuando mantean a Sancho en la venta, con su posterior enfado que hace reír a los espectadores. Los oficiantes vestidos de negro se ocultan o aparecen según corresponda, utilizando diferentes elementos pequeños para recrear las escenas.

El juego de muñecos se desdobla con pequeños títeres actuando con los títeres principales, para contarnos el pasaje del teatrillo ambulante, donde el Quijote se encara con los artistas callejeros por creerse la acción ficticia. Imposible en este punto no hacer referencia a la polémica de estos días, la detención en Madrid de unos artistas titiriteros por exaltación del terrorismo, cosa absolutamente desmedida, manipulada políticamente y mediáticamente, y que como el Quijote en su locura se pretende judicializar una ficción tornándola en realidad, en una evidente confrontación con la libertad de expresión y creación, apelando a extraños parámetros de moralidad y buenas costumbres, como si los guiñoles en la historia del espectáculo no hubieran sido básicamente contestatarios e irreverentes. Por eso mismo es inevitable que estos estupendos creadores se solidaricen con sus compañeros al finalizar la función.