­El toreo no siempre es gloria y triunfo. De hecho, la mayoría de las veces no lo es. De todos los alumnos que acceden a las escuelas taurinas, sólo una ínfima parte logrará debutar con picadores. Ser matador de toros es una quimera, y figura del toreo casi un milagro€ Pero para algunos de los que intentan ser toreros, se convierte en una forma de vida de la que resulta imposible alejarse. Eso es lo que le ocurre al malagueño Manuel Rodríguez, quien alimenta su sueño en capeas y tentaderos por toda España.

Su primer contacto con el mundo del toro llega a través de la televisión, cuando «soñaba con ser como Jesulín de Ubrique o El Cordobés». Al no existir antecedentes taurinos en su familia, a pesar de compartir nombre y apellido con el genial ´Manolete´, tuvo que esperar a que le tocaran dos entradas en un sorteo para poder acudir a La Malagueta por primera vez. «Recuerdo que toreaban Padilla, El Fandi y Ferrera», señala este joven nacido en 1988, y que decidió inscribirse en la recién creada Escuela Taurina de la Diputación.

Tras su periplo formativo, debuta con picadores en 2009 en Checa (Guadalajara), y en 2010 se gana una sustitución en un pueblo de Albacete. Con el cambio de escalafón, las oportunidades escasean, «ya que ¿si no te ponen en Málaga, en tu tierra, donde te van a poner?», se pregunta aún hoy. Por eso toma una determinación al ver que se quedaba fuera de los carteles de la Feria de Agosto de 2011: ponerse en huelga de hambre en la puerta de la Diputación en busca de una oportunidad y que se cumpliesen las promesas que le habían realizado.

La empresa, encabezada por Fernando Puche, terminó por incluirlo en el abono ampliando en dos reses la novillada de La Quinta a la que acudió ataviado con un terno blanco y plata el 11 de agosto. Fue la última vez, de momento, que se ha vestido de luces. «La tarde discurrió sin pena ni gloria, tanto para mi como para mis compañeros», reconociendo que «quizá no estaba lo suficientemente preparado, no era el momento, pero tampoco fue como para estar cinco años después sin torear», se lamenta.

Esa tarde supuso un antes y un después en su vida. «En cierto modo me sentí frustrado, y me di cuenta de que no podía seguir con mi carrera en Málaga». A esto se unió un fuerte golpe que le deparaba la vida, la muerte de su madre, que le hizo sentirse muy vacío. «Fue entonces cuando me di cuenta de que el toro era mi vida, y que si no podía ser vestido de luces, torearía como maletilla en las capeas de los pueblos».

«Lo que siempre he tenido claro es que no voy a pagar por torear, prefiero ir de capa y luego echar el guante», denominación en el argot de pasar el capote al concluir de torear para recibir la ayuda económica del público. «Prefiero cantar en la puerta del metro a tener que producirme el disco», insiste en un símil musical.

Desde su nueva residencia en Jaén, donde conoce el campo bravo trabajando de vaquero en una finca, recorre toda España en busca de una oportunidad de torear. «Este es el otro lado del toreo, la cara B, la de los proscritos», dice Manuel, quien actualmente trabaja como autónomo en la venta de coche y como conductor profesional. «Es la única forma que tengo de pagarme los desplazamientos y tener libertad para ir a donde me oriento de que hay un tentadero o una capea».

Poco a poco, se ha ganado el respeto de los habituales de estos festejos populares. «En las capeas no puedes ponerte allí de primeras porque no te dejan, los privilegios hay que lograrlos con la espada y la muleta». Así, su nombre ya es muy conocido y demandado dentro del circuito: «Yo también tengo mis plazas y mis ferias donde me reclaman y me cuidan las peñas».

Las cosas han cambiado, la vieja imagen del maletilla que recorría los caminos ha evolucionado. «Entre mis compañeros hay abogados, matadores, banderilleros€ es la forma que tenemos de expresar lo que llevamos dentro. Son combates internos que tenemos que ganar, una forma de sentir nuestra vida personal y espiritualmente», relata el novillero, que se queda con la satisfacción de saber que «en un momento determinado haciendo lo que hacemos en los pueblos podemos cortarle las dos orejas a un toro en Madrid». Ahí cambiaría la suerte.

Pero torear de capa no es sencillo. «Se pasa miedo porque son toros de hasta ocho años que son excedente de ganadería por su exceso de trapío». En este caso, no hace falta decirlo, el afeitado no existe. «Esto es verdad, siempre se torea en puntas». La recompensa está en que «si haces las cosas bien, la gente te ayuda, porque son conscientes de que te estás jugando la vida gratis».

Pueblos de Madrid, Guadalajara, Albacete, Cáceres, Jaén, Córdoba, Granada o Salamanca (de donde acaba de regresar de torear en el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo) forman parte del circuito de Manuel Rodríguez, lugares donde echan toros con ciertas posibilidades, aunque a veces «también te encuentras al toro toreado o que no tiene ni un pase, y ahí también hay que dar la cara y justificarse con vergüenza torera». Aunque es consciente de que «la calle te aleja de la plaza», siente que no está dispuesto a prescindir de la libertad que le proporcionan estos festejos. «Allí eres tú solo y el toro, sin todo el sistema cargado de intereses que rodea a las corridas de toros». No obstante, su expectativa es volver a vestirse de luces, «pero mientras no se pueda prefiero jugármela por 20 euros en un pueblo que entrar por el aro de algunos empresarios», sentencia.

«Los sueños no tienen fecha de caducidad, y conozco a personas que con sesenta años se siguen poniendo delante del toro por honor», se sincera el novillero malagueño, quien manifiesta que su idea es «seguir intentándolo, seguir sobreviviendo con la ilusión de tirar para adelante; quiero torear por derecho, que se me respete y honrar a mi profesión. Si no, me seguirán viendo por las capeas buscando un pitón». «Estar cerca de la muerte a veces te llena de vida, y en estos momentos me encuentro muy feliz e ilusionado con ver el nombre de Manuel Rodríguez en los carteles», concluye.

@danielherrerach