Isabel Romero se halla desde hace muchos años inmersa en la intrahistoria cultural de Málaga, esta que se construye día a día en charlas de café, en lecturas poéticas realizadas en espacios concebidos para un más allá de sus funciones mostrencas, como bien puede ser una vinoteca, o en instituciones que ceden sus salas para que florezcan por unos instantes los múltiples arpegios que componen las identidades culturales de nuestra ciudad. Isabel es una agitadora del estanque en que se convierten los cenáculos literarios cuando no disponen de personas como ella. Las urbes que definimos como espacios de cultura son esas poblaciones en que se produce una implicación colectiva y constante, más que explosiones momentáneas de figuras muy destacadas que tras su paso sólo dejan folletos con su nombre sobre el deambular del viento.

Isabel Romero es una poeta que activa la máquina de la cultura a través de un doble eje, el de su ilusión como organizadora de confluencias literarias y, sobre todo, como escritora de ya larga trayectoria. Desde su inicial Frente a la noche (1985), tras Perfiles blancos (1989), Cristal de ausencias (1991), Áspera niebla (2000) y Sobre el tapiz (2012), llega ahora a los escaparates Metáfora de invierno (Torremozas, Madrid) un poemario que firma la madurez poética de su autora no sólo en esa soltura, que el lector percibe, para la creación y percepción de la imagen, sino en la contención de un sentimiento de melancolía que trasciende todo el poemario y con el que es fácil identificarse. Poemas breves con un pase muy largo si quisiéramos acudir a metáforas taurinas, técnica que logra un texto ágil de lectura rápida que, sin embargo, lega un tañido de campana en el aire que provoca un vuelo del lector hacia su propia memoria para descubrir en ella las huellas que la voz poética nos propone que sigamos, a través de una especie de inquisición interior que arranca en la adolescencia, y recorre una madurez intermedia, de nuevo, hacia la propia adolescencia.

La sensación final de lectura es la de un poema único que ha sido distribuido en varias páginas. Su presentación se fragmenta en los cuatro países que rodean España, esto es, Francia, Italia, Marruecos, Portugal, de modo que el conocimiento de sí, proviene desde la visión de más allá del espejo. Cada una de estas partes se perciben, en realidad, como cuatro estados que evitan identificarse con otras tantas edades o épocas de la voz que narra los poemas. Funcionan como el orden de una noche frente al álbum, como los mazos de postales y fotos arrojadas sobre el tapete a la busca de una clave que ilumine toda una existencia, en este caso, cifrada en un invierno que casi se alojó permanente en el albergue de la retina. El poemario consigue una solidez de imagen gracias a la recurrencia a los laberintos, al óxido, a la niebla persistente, a la humedad que habita las calles. En breves páginas hemos caminado tras el hilo de una voz que se cuestiona: «¿Dónde quedará / albergado el tibio / fulgor de esta fidelidad, de esta adolescente caligrafía?» para llegar a la conclusión de que «...detrás de la puerta / el reloj de su adolescencia / conserva aún los días y los años».

Isabel Romero ha conseguido que este libro de poemas, tan calculado, emocione desde una visión con la que es fácil que el lector se identifique a pesar de las referencias culturales y geográficas, apenas excusas para hurgar al fondo de los retratos, tras los primeros planos engañosos, hasta que se alcance ese equilibrio desde el que se acuña la sensación ya perpetua, la capturada por los alfileres de la luz, de los sonidos y de los murmullos del ánimo. La sensación que abre la puerta al conocimiento y que construye la poesía.