­Que la escena de la navaja cercenando el ojo en Un perro andaluz (Luis Buñuel y Salvador Dalí, 1929) siga haciendo que muchos espectadores de hoy en día, más que acostumbrados a la exhibición de atrocidades en los medios masivos, desvíen la mirada es la prueba del triunfo absoluto de ese cine que se empeñó en subvertir los códigos del that´s entertainment del Hollywood incipiente. Para demostrar su vigencia, un siglo después, el Centre Pompidou Málaga abre hoy las puertas de la exposición temporal Cine Dadá, cine surrealista, una panorámica de 14 películas que encapsulan lo mejor de ambos movimientos.

Entre 1921 y 1924, los artistas visuales y fotógrafos dadaístas utilizaron las películas como armas revolucionarias, buscando a un espectador al que incomodar en todo momento y basando su lenguaje en el azar, el fotomontaje y la importancia suprema de los objetos. El Pompidou recuperará, entre otras piezas de la corriente, Anémic Cinèma (1925), de Marcel Duchamp, un buen ejemplo de lo expuesto: una obra hipnótica dispuesta en nueve ilusiones ópticas con textos en líneas espirales de difícil traducción, que epitomiza la gran misión artística del francés: «Poner de nuevo al arte al servicio de la mente». Por no hablar de Le retour à la raison (1923), de Man Ray, cine hecho (casi) sin cámara, como explicó el propio Emmanuel Radnitzky: «Espolvoreaba sal y pimienta sobre algunas películas fotosensibles, como un cocinero prepara un asado; en las otras arrojaba alfileres y chinchetas, para exponerlos enseguida a la luz blanca durante uno o dos segundos [€] A continuación [€] revelaba la película en mis tanques. A la mañana siguiente examinaba la obra [€] La sal, los alfileres y las chinchetas se habían reproducido perfectamente, en blanco sobre fondo negro como en las imágenes de rayos X [€] ¿Cómo quedará todo esto en pantalla? No tenía la menor idea. Añadí al final, para alargar un poco la película, las pocas secuencias que había filmado con la cámara». Así se las gastaba el gran autor de Emak Bakia, otro emblema del cine experimental que recuperará hasta el 19 de junio el Centre Pompidou Málaga.

El surrealismo es otro tipo de bestia cultural, aunque comparta con el dadaísmo mucho de sus empeños -fundamentalmente, la necesidad de provocar-. La aplicación a la imagen en movimiento de los preceptos de la filosofía artística ideada por Andre Breton -quien realizó notables contribuciones al dadaísmo, de ahí que muchos cortos de sus correligionarios sean considerados dadaístas o surrealistas indistintamente- tiene mucho más que ver con la exploración de lo onírico y el humor atroz. El cortejo fúnebre y la bailarina que se transforma en hombre barbudo de Entreacto (1924), de René Clair, una de las películas seleccionadas por la temporal del Pompidou, son un buen compendio de estas cualidades. Como también, en una arista diferente, más vinculada al futurismo, lo resultan las aún potentes imágenes de Ballet Mécanique (1924), de Fernand Léger y Dudley Murphy, poblada por máquinas humanizadas y humanos mecanizados, con una banda sonora que puntúa excepcionalmente este ensayo sobre el movimiento, la repetición y la cotidianidad.

Cine dadá, cine surrealista incluye piezas de autores fundamentales como Hans Richter, Viking Eggeling (su única película, Diagonal Symphony, es un estupendo diálogo de imágenes kandinskyanas) y, muy especialmente, Germaine Dulac, de quien se ofrece La Coquille et le clergyman (1927): para muchos, esta media hora sobre las alucinaciones y pulsiones sexuales de un cura sentó los auténticos cimientos del surrealismo fílmico, antes que Un perro andaluz.

Ojalá la temporal del Pompidou sirva para que recuperemos otros ojos, otra mirada hacia un cine atrevido que nunca debió quedar atrapado en las peligrosas redes del academicismo. Como dejó escrito en su autobiografía René Clair: «Hoy, cuando Entreacto se proyecta en los cine clubs y en las filmotecas, con la deferencia debida a las antigüedades, uno se ve tentado a rendir homenaje a aquellos que antaño lo silban. El esnobismo convierte al arte en algo diferente de lo que es. Ahora todo el mundo acepta cualquier cosa. Y no hay nada más penoso que un público domesticado».