Lo primero que uno recuerda de la inauguración del Museo Carmen Thyssen, hace hoy justamente un lustro, es aquella sensación de que la nueva pinacoteca llegaba con premura, sin tener todos los cabos administrativos atados, sin estar completamente terminada, y con una clara intención electoral tras el acto de abrir sus puertas tan a prisa y corriendo. Todo eso es hoy una letanía que ha quedado sepultada gracias a una más que interesante oferta expositiva y a las buenas prácticas del centro a la hora de crear lazos con su entorno más directo. Desde su apertura, el Palacio de Villalón nos ha mostrado la profundidad de Romero de Torres, los paisajes de Brueghel, Van Gogh, Monet o Gauguin; las estampas veraniegas de Sorolla, Fortuny o Hopper; la modernidad de Picasso, Matisse o Miró, y los pasos de Toulouse-Lautrec, Magritte, Malévich o Chagall por el universo del cartel, entre otras muchas joyas.

El camino hasta consolidarse como lo que hoy es por derecho propio, uno de los museos más relevantes de Andalucía, no ha sido fácil. Pero lo que no se puede discutir es que el Thyssen de Málaga es uno de nuestros grandes valores culturales. Una marca de prestigio que ya sabíamos que iba a funcionar y que así lo ha hecho. A diario paso por delante de su entrada y no puedo sino alegrarme al verla siempre llena de turistas y escolares ansiosos por recorrer sus salas y perderse en la mirada de Julia o esperar a que algo divertido suceda a la Salida del baile de máscaras, dos obras maestras de tantas que posee su colección permanente. Su exquisita labor pedagógica, así como su importante agenda de actividades, han sabido construir los puentes necesarios con los ciudadanos para que éstos sientan como suyo el museo, algo de lo que no todos los centros municipales dedicados al arte pueden presumir. En estos cinco años, el Museo Carmen Thyssen de Málaga se ha convertido en un valor en alza, por lo que también hay que felicitarse.

Durante 2015, un total de 168.473 personas visitaron el centro de calle Compañía, un incremento del 12% respecto al ejercicio anterior. Y aunque las cifras de público nunca han alcanzado aquella optimista previsión lanzada el año de su apertura y que apuntaba a que serían entre 200.000 y 250.000 las visitas anuales al Palacio de Villalón, debemos reconocer a sus responsables los esfuerzos invertidos para que se produzca este aumento de público. Las aperturas del Centre Pompidou y la Colección del Museo Ruso han servido de espolón en la inquietud cultural de la ciudad y el Thyssen, al igual que el Museo Picasso, ha sabido aprovecharlo. Estamos en racha en este sentido y en el contagio de sensaciones optimistas toda la ciudad sale ganando.

Y hasta aquí las felicitaciones, que no son pocas. Ahora llega el turno de señalar lo que no está bien en el Thyssen, institución bicéfala en la que se libra a diario una lucha de poderes que impide el normal y sano desarrollo de sus actividades y la consecución de sus objetivos. Esta guerra tiene dos capitanes, por un lado la directora artística del centro, Lourdes Moreno, y por el otro el gerente, Javier Ferrer.

Moreno pide que todos los recursos del museo se empleen únicamente en mejores exposiciones, para no verse así obligada a presentar muestras tan flojas como la de Anglada-Camarasa o tener que tragarse a la amiguísima Mercedes Lasarte. Ferrer, por su parte, cree que la mejor difusión del Thyssen es llenar la calle de pegatinas rosas. Y entre tanto tira y afloja olvidaron que San Miguel aportaba un millón de euros de patrocinio, que ya se ha perdido. Uno y otro niegan esta situación, desarrollando una política de comunicación errática -los problemas no desaparecen con no mentarlos- y propia de un crío de... ¡cinco años!

Perdón, por un momento pensé que el Museo Carmen Thyssen era algo mayor. ¡Felicidades!