Háganse un favor. No se acerquen al nuevo disco de Tabletom con reticencias. Dejen hablar a sus canciones y mantengan los ojos y los oídos limpios por mucho que la sombra cojeante de Rockberto se pasee una y otra vez, irremediablemente, por los salones de la memoria. Los hermanos Pedro y José Ramírez firman en este Luna de mayo uno de los mejores trabajos de la historia del grupo, ahora rejuvenecido con la entrada de Salva Marina (voz), Jorge Blanco (bajo), Nicolas A. Huguenin (batería) y Manuel Nocete (teclados). Los inspirados poemas de Juan Miguel González, convertidos en letras, y la magnífica producción de Manolo Toro (Puerto Records) completan este regreso de la mítica formación malagueña.

El próximo mes de junio se cumplirá un lustro de la muerte de Roberto González. Y no habrá mejor regalo para el trovador de la Trinidad que este paso adelante de la que fue la banda de su vida. Con la pronta incorporación de Tony Eskorzo, Perico y Pepillo se abrazaron a una tabla de salvación para no caer en la depresión y la tristeza que llegó tras la marcha de su compañero de fatigas. Pero todos sabíamos que se trataba de una solución temporal. Primero porque el nuevo cantante tenía sus propios proyectos y prioridades. Y luego por la distancia: Málaga y Granada están a un paso pero los procesos creativos necesitan del contacto permanente; de ese calor que ahora emana Salva Marina: elegante y respetuoso con la historia del grupo, sí, pero también libre, exquisito y único en su nuevo -y dificilísimo- puesto de frontman de Tabletom.

Luna de mayo suena como nunca ha sonado esta banda. Y sus ocho cortes son redondos, repletos de arreglos de altura y coros de película. Hay muchísimo amor y trabajo puestos en este álbum. Y también muchos nervios, ya que un regreso en falso podría suponer el principio del fin. Ya les adelantamos que no lo es. Hágannos caso. El primer acto de la segunda vida de Tabletom merece ser reconocido como lo que es: un gran álbum. Aquí repasamos cada uno de sus temas. Disfruten del viaje.

Colocando a Lola. Tras una deliciosa introducción instrumental, no excesivamente larga, se disipan las dudas: estamos ante el tempo, el ritmo y la sonoridad de los Tabletom de siempre. Los fraseos de guitarra y flauta de Perico y Pepillo nos confirman lo que ellos mismos ya nos habían indicado antes de la escucha. Todo ha cambiado en la formación, pero no la esencia de su música. Y con la primera frase de Salva Marina, que irremediablemente tendrá que soportar las miradas de los que invocan a Rockberto como el único alma del grupo, llega una confirmación que nada tiene que ver con la nostalgia de tiempos pasados o la memoria y el cariño hacia el desaparecido cantante, y sí con el futuro de la banda. Con su propio estilo, timbre y cadencia, Marina hace que este regreso incluya, esta vez sí, todos los elementos necesarios para que la leyenda de Tabletom continúe creciendo canción a canción. La joven Lola que protagoniza el tema tiene los ojos castaños y es una de las tantas personas que hacen cola a diario en las oficinas del INEM. El texto de Juan Miguel González nos recuerda el maldito paro y las desgracias que arrastra -la denuncia social es una constante en el disco-. El tema, que cabalga majestuoso durante sus primeros cuatro minutos, cambia hacia una rumba latina en su parte final, donde la guitarra de Perico sobresale majestuosa. La canción de apertura de Luna de mayo resulta todo un acierto: una presentación que adelanta todo lo bueno que está por venir.

Asomándome. Con un ritmo más lento y poético, Asomándome fue la composición con la que Tabletom inició las sesiones de grabación de Luna de mayo. El río seco que divide Málaga es el protagonista de la letra, lo que nos trae inmediatamente a la memoria la deliciosa Guadalmedina del álbum 7.000 kilos (2002). El lugar donde Roberto González jugaba de chavea le sirve ahora a Tabletom para asomarse al irremediable paso de la vida, con sus milagros y olvidos. Eva Montiel, Carmen Ramírez y José Marín colorean con sus mágicos coros el desarrollo de la canción, que avanza hacia un cierre funk. Las frases del saxo de Pepillo se encargan de aumentar la temperatura.

Músico indignado. Un sólido riff de guitarra anuncia una canción de alto octanaje. Lo sabemos, no hay mejor ritmo que el del rock para declarar la indignación de un músico que clama por la justicia. La intro se alarga casi durante los dos primeros minutos del tema, cuya estructura es la más convencional del álbum. Rock y psicodelia, con amplios paisajes instrumentales, entrecruzan sus melodías en una composición de fuerza y rabia.

Luna de mayo. Que el álbum de regreso de Tabletom tome el título de esta canción no es casual, ya que se trata de la composición que mejor refleja el tremendo talento que reúne el nuevo equipo. El estado de gloria es compartido por todos los participantes. Desde el texto de Juan Miguel González hasta las distintas progresiones tonales reflejan el estilo tabletoniano. Un excitante tema de más de diez minutos que recorre toda la herencia del rock andaluz, con sus especias árabes, sus virajes jazzísticos, una introducción clásica y un final de armas tomar. Tabletom puro y duro.

Me rebelo contra el mal. A Luna de mayo le sigue una bossa nova que repentinamente se torna en un viaje hacia las poderosas energías del rock. Estamos ante la canción que hace que te levantes de la silla. La rebeldía es una seña de identidad de Tabletom, y aunque ya muy pocos se rebelan -como dice la letra-, este tema significa toda una rebelión llena de intenciones.

San Roberto de Hachís. El homenaje al compañero desaparecido, repartido por otros lugares del disco, es aquí el núcleo de la composición. La propia voz de Roberto González Vázquez -en dos reconocidas y ocurrentes frases suyas- abre y cierra esta canción que vuela por el espíritu libre del mítico cantante, «compadre de los gatos y pariente de las cabras».

Los banqueros. Tras una intro con derecho propio -sobrepasa los 4 minutos-, Los banqueros penetra en la crítica del sistema económico con un riff machacón que viene y va salpicado por otros compases rítmicos más suaves. En el divertido final latino, la guitarra de Lito Fernández añade el contrapunto y la profundidad perfecta. De la unión de las guitarras -todas ellas grabadas con los amplificadores Lica Vintage-, los picados del bajo y la calidez del saxofón emerge una composición exigente dedicada a los elegantes miserables que juegan con los ahorros de la gente.

Homenaje a Doña Concha Mestre Camplá. Y para el cierre guarda Perico una deliciosa composición instrumental. Guitarra clásica y flauta -junto a las castañuelas de Ricardo Ocaña- caminan de la mano en este tema dedicado a la madre de ambos hermanos. Un final que nos lleva a recordar que la maestría musical es otra de las inequívocas señas de Tabletom.