El Teatro Alameda nos presentó el espectáculo Vooyeur, una comedia ligera aderezada con los tópicos frecuentes en cuanto a escenas con sexo se refiere. De entrada he de decir que nunca me han gustado las escenas con sexo ni los desnudos teatrales, por más que se ventilen como artísticos. El problema siempre es el mismo, en cuanto sale un cacho de carne al escenario, el espectador se desvincula de su compromiso con la historia y sólo tiene ojos para la piel. Generalmente no sirven si no para entorpecer y romper el ritmo o el hilo narrativo. Pero en este caso, la trama va precisamente de eso, de escenas en las que el sexo y algunas de sus diversas interpretaciones nos reflejan el carácter humano.

La lástima es que no hay mucha historia de la que te puedan sacar. Las diversas partes en que está construido el espectáculo, una primera entre dos hombres que se dejan llevar por la pasión tras descubrir uno de ellos el deseo irrefrenable al que el otro se niega en un principio; los juegos eróticos de un matrimonio en la intimidad de su dormitorio; una parejita que se redescubre desde la más tierna adolescencia pasado el tiempo en la treintena; y otra pareja que decide contratar a un profesional para animar sus noches íntimas. Sólo algunos casos de los muchos que pueden existir en la sexualidad.

El problema es que la concepción del espectáculo, aunque se auto-vende como una exploración a la que el espectador asiste como voyeur (o voyerista según la RAE), casi en un trabajo sociológico, no deja de ser una comedia con chistes antiguos, aunque seguros. Tópicos que consiguen la diversión, pero que no dejan de ser tópicos. Aquí nos encontramos con el clásico «despelote» en el que las señoras enseñan sus pechos, los señores sus calzoncillos y los homosexuales no dejan de ser unos reprimidos graciosos. Pero todo esto se puede hacer incluso con un poquito más de visión de espectáculo, que ciertamente se quedó pobre en la puesta en escena. Los diversos espacios arrejuntados sobre el escenario parecían más un desván lleno de cacharros que una división de escenas, y la iluminación torpemente básica no ayudó mucho. Lo bueno es que los intérpretes sí tienen gancho, saben trabajar el género y llevarse el gato al agua cuando hace falta. Y no había más que oír las risas en algunas filas.

La simpatía -clave fundamental para el estilo de comedia- estaba presente y accesible. El género no muere, pero a veces evoluciona y en otras como en esta: aunque la mona se vista de seda