En nuestro país, se asumen fácilmente las fórmulas o estereotipos, lo que da lugar a una masiva producción, por un cada vez mayor número de personas dedicadas total o parcialmente a la creación de obras plásticas. Pero no se desarrollan las dinámicas por las cuales se debata sobre criterios, sobre la excelencia o la aportación de una obra determinada. Parece que en nuestro país la conceptualización en las artes sea algo novedoso que nos venga de fuera, como algo ajeno, impostado frente a la verdadera creación y esto no es cierto. No olvidemos el Renacimiento y el Barroco donde el conceptismo dio obras y autores de prestigio e importancia universales, Velázquez, Góngora, Quevedo€ Entonces también hubo una masa ingente de poetas de corte que con las fórmulas aprendidas, pero no con el espíritu de los nuevos movimientos, hizo poemas, canciones€, como rosquillas, dentro de unas dinámicas de corte que no hemos superado y que en la práctica siguen ocultando las verdaderas creaciones, y a los verdaderos artistas. Nuestro país no ha sabido establecer una dinámica de exposición, crítica y proyección del arte contemporáneo a partir de sus artistas. Como sí han hecho la mayoría de países cultos de nuestro alrededor. La exposición y la crítica comprometida es necesaria para seguir investigando en las vías que realmente aporten valores a la creación, al conocimiento, a la cultura. En mi experiencia como crítica y comisaria de exposiciones, compruebo cómo artistas de verdadera valía, y con un fuerte compromiso con su arte, caen en la repetición, en fórmulas, cuando no en el desaliento, porque no encuentran en el contexto expositivo, la crítica real a su obra, porque no encuentran una salida en un coleccionismo casi inexistente, porque las ferias de arte españolas son excesivamente comerciales, no cultivan a un coleccionista que pueda apostar por la investigación. Es más, en los centros de arte municipales, provinciales, estos artistas tienen que competir con esta masa ingente de artistas de circunstancias que no exigen absolutamente nada, ni los costes mínimos del transporte de su obra, ni catálogo, ni los mínimos costes de producción. Artistas que lo ponen todo y además exigen el mismo estatus, y la institución les da el mismo que al artista serio, por una evidente falta de criterio en la selección. Falta de criterio, de información que se sigue apoyando en ese todo vale en el que se ha convertido la cultura en este país, salvo honrosas excepciones, que normalmente no son muy valoradas.

La crítica como necesidad

Pero la exposición de la obra, la crítica, el contraste de opiniones, de conocimientos, es necesaria para el artista, para seguir en la creación. Y la institución política se vale de esta necesidad del artista, de la necesidad de hacer obra, para hacer cultura a coste cero. Esta dinámica crea una gran desigualdad, pues solo pueden exponer los ricos, o con el capital suficiente para invertir en obra y poder comer, vivir... Otra dinámica es la de becas y premios por la que muchos de nuestros artistas más jóvenes han podido desarrollarse hasta una edad determinada. Un espejismo, pues después se encuentran con el vacío más absoluto, la sociedad no tiene la información para leer y asumir su obra, no hay selección, o solo la económica, o la que más votos aporta, es decir, asociaciones de jubilados, aficionados€.

Es necesario establecer una dinámica en la que la crítica se haga con el compromiso real de reflexionar sobre la obra, estableciendo criterios, para que no se convierta en un instrumento más de la adulación y del arribismo en la corte. El objetivo del arte no es hacer obras bonitas o decorativas sino crear juicio crítico. Si somos una sociedad que se nutre básicamente de imágenes, debemos saber analizarlas si no seremos unos analfabetos visuales.

Pero esta sociedad acrítica, que en algunos momentos incluso ridiculiza aquello que es incapaz de analizar por desconocimiento, es fruto de nuestra historia. La dictadura se cortó con los avances en educación plástica anteriores, con la imposición de una política cultural demoledora y absurda, valorando la práctica del arte sin ningún tratamiento conceptual, solo la técnica y ante todo el virtuosismo. Y parece que estamos volviendo a estos gustos caciquiles que lo simplifican todo. Las programaciones culturales de los ayuntamientos las definen los políticos, que parece que con el cargo, por ciencia infusa, les viene todo el conocimiento. Si en la dictadura, las conquistas del arte del siglo XX, hasta casi pasados los setenta, no tuvieron presencia en nuestras salas de arte, cerradas las fronteras y las academias a la investigación, en la actualidad recibimos exposiciones de artistas del exterior, y nuestros artistas marchan al extranjero, pero sigue sin desarrollarse el contexto apropiado para la investigación y el análisis crítico. La cultura en España no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, está fuera de los circuitos internacionales y sus artistas no aparecen en las listas mundiales. El arte ha llevado desde los años sesenta en Europa y en América una dinámica de cambio y de concepción que no solo incluía al artista como productor, también al teórico involucrado en definir las nuevas prácticas artísticas, su concepción€. Críticos y teóricos que aportaban otra reflexión filosófica, social€, a las nuevas prácticas artísticas. Pero también los artistas desarrollaron sus propias reflexiones teóricas, derivando de ello los diferentes discursos del arte contemporáneo.

Protección al arte contemporáneo

Si repasamos ligeramente la historia artística de países que han generado los grandes movimientos artísticos, comprobamos que su política cultural los ha potenciado, con el apoyo económico a productores, editoriales y críticos, coleccionistas€. Sin este apoyo es imposible entender el surgimiento del expresionismo abstracto en EE UU, pero también la aceptación de las nuevas propuestas a partir del Pop. En Alemania, Inglaterra, Francia, la protección al arte contemporáneo ha sido una de las claves para que sus artistas progresen, cultivando a su público en el contraste necesario para comprender la complejidad de nuestro tiempo.

En España a pesar de que la creación del Reina Sofía y del IVAM han sido claves para ver y analizar lo que había pasado en el mundo. A pesar de la proliferación de museos y centros de arte, y de facultades de Bellas Artes, por toda la geografía española, el apoyo institucional, económico e intelectual, salvo honrosas excepciones, a la cultura artistica, plástica, del país, ha sido casi nula. Se desconoce lo que se está generando en los estudios de los artistas, y la selección de lo expuesto no se analiza, de ahí que esta selección nunca pueda competir con autoridad, con criterios propios, en el circuito internacional. Recibimos a artistas y comisarios del extranjero, pero no exportamos a nuestros artistas. Prácticamente todos los países han innovado en sus estructuras, teniendo en cuenta la visión internacional y la proyección de sus artistas. Por eso no es extraño que en el Reina Sofía aparezcan artistas japoneses, europeos, americanos, en clara diferencia con la proyección de los artistas españoles fuera de nuestro territorio.

Las políticas culturales en España generan la desigualdad entre artistas, y el distanciamiento entre el arte contemporáneo y el público, por la falta de información. Los teóricos españoles, salvo excepciones, no han profundizado en el fenómeno del arte contemporáneo. De todo esto deriva la falta de profesionalización en las galerías, incapaces, después de más de cuarenta años de mercado libre, de crear un coleccionismo fiel. La ley de Mecenazgo, tan cacareada por los nuevos políticos, ni está ni se la espera. Si en la época de bonanza no se llegó a potenciar el arte contemporáneo, en la época actual se prevé muy difícil. Pero no podemos volver a caer en el error de considerar la cultura como algo superfluo. Con mayor cultura hubiera habido menos desahucios o estos no hubieran tenido lugar, porque la gente con mayor espíritu critico, con mayor autonomía intelectual, hubiera exigido otras condiciones a sus bancos y otra protección a sus gobiernos. Despreciar la cultura crea desigualdad social y analfabetismo. Y si no hay dinero para cultura, no hay independencia, no hay libertad.