Todo el mundo habrá oído hablar de las nefastas consecuencias que tuvo la diabólica decisión de lanzar sendas bombas atómicas sobre Iroshima y Nagashaki al final de la Segunda Guerra Mundial. Y todo el mundo sabrá que las víctimas no sólo murieron fulminadas por el calor y la radiación extrema, sino que varias generaciones sufrieron además terribles enfermedades y mutaciones dolorosas.

Lo que muy pocos quizás sepan es cómo afrontaron tamaña situación los pocos supervivientes que quedaron y que tuvieron que actuar en un estado de caos y descontrol absoluto en un lugar en el que, con la sombra de la muerte siempre presente, afloró lo más perverso del ser humano. El egoísmo, la falta de compasión, las mafias, la corrupción o los trapicheos eran el pan de cada día mientras se quemaban cadáveres con la misma urgencia con la que se buscaba infructuosamente algo de agua o un poco de arroz. Un auténtico holocausto, en definitiva, en el que la amenaza de enfermedades como el síndrome de irradiación aguda, la aparición de la lluvia radiactiva, el agua contaminada, o la muerte de niños por malnutrición, devolvían al hombre a su estado más primitivo en el contexto del horror más absoluto e imaginable.

Pues bien, de eso se ocupa el manga Pies descalzos, de Keiji Nakazawa (1939-2012), considerado por los propios japoneses como la obra maestra absoluta del género y que, por vez primera, ha sido publicado en España íntegramente en cuatro volúmenes. La editorial Mondadori es la encargada de es- te gesto heroico más de treinta años después de que surgiera la primera edición a nivel mundial, algo totalmente incomprensible en un país donde el cómic japonés ha sido muy demandado. En Pies descalzos están todos los géneros posibles. Drama, acción, poesía... Y es que, por poner algún ejemplo, el desfile por la ciudad de las víctimas moribundas y desorientadas, con la piel colgándoles a tiras de los brazos, y con las cuencas de los ojos vacías e incapaces de articular más allá que un gemido, le da mil vueltas a los walking dead y demás productos de zombies al uso.

Sea como fuera, se trata de un buen momento para recordar este título que, sin duda alguna, hay que situarlo en el olimpo del noveno arte. Pies descalzos (titulado Hadashi no Gen en japonés) apareció originalmente por entregas semanales en la revista Shonen Jump y fue publicado posteriormente en 1982 a través de diez volúmenes. Se trata de la vida del propio autor a través de su alter ego, que es un niño de seis años llamado Gen. Nakazawa describe a la condición hu humana como miserable, egoísta y destructiva, pero también con una prodigiosa capacidad de sacrificio y lucha por seguir adelante. El autor huye de maniqueísmos y pone en boca de los personajes muchos de sus pensamientos, ya que aquí el auténtico enemigo no es el ejército yanqui o el emperador, sino la guerra, la que ha llevado al desastre a miles de inocentes. Y es que Pies descalzos trata de la persistencia de los valores cuando hay circunstancias tan brutales que arrasan con ellos y que sólo puede ser posible si la lleva a cabo un niño, que en cierta forma representa el futuro, la conservación y continuidad de la humanidad. Una incursión en el alma humana con una estructura querebasa lo biográfico para dar su propia visión de las cosas. Resulta sintomántico comprobar cómo la violencia lo invade todo de principio al fin. Lejos del sentido del respeto y las buenas formas con la que los japoneses han asombrado al mundo, aquí la agresividad aparece continuamente. Está en el contexto del hogar entre entre alumnos y profesores. O en la calle entre amigos y conocidos.

Japón aparece retratado como una sociedad fanática que cree que su emperador es un dios y su país invencible aunque se enfrente a una potencia mundial. La familia del protagonista, sin embargo, es antibelicista y crítica con los militares que mandan a morir a adolescentes, provocando la animadversión de sus vecinos y autoridades que los humilla y torturan.

Nakazawa da a entender que estas convicciones las adquirió su padre cuando estuvo en Kyoto y se adentró en un círculo de izquierdas que afirmaba continuamente que el sistema imperial era muy peligroso y que había dado lugar a la creación de toda una institución militar que estaba arrastrando al país hacia la hecatombe. Luego, al ser pillado con material subversivo, el progenitor acabará encerrado en la prisión de la prefectura de Hiroshima donde es torturado.

Para acallar las críticas, el hijo mayor de la familia se alista en el ejército, pero se dará cuenta de su error cuando le mandan a una de las unidades de kamikazes y compruebe cómo los oficiales japoneses desprecian sin miramientos sus vidas. Todo esto ocurría en medio de un férreo control militar en un lugar en el que era complicado conseguir un plato de comida ya que el Gobierno destinaba sus escasos recursos a los soldados y dejaba morir de hambre a los civiles.

Kenji Nakazawa utiliza el estilo Shônen, muy de la época en que se publicó esta obra, donde los rasgos de humor y distensión se mezclan en sabias dosis con el relato del horror. El trazo, derivado de la tradición japonesa y de la escuela de Osamu Tezuka que recuerdan a Disney, hace que el contraste con lo que se cuenta sea brutal. Pero es un estilo muy sencillo y eficaz para abordar una historia tan terrible. En los momentos previos al lanzamiento de la bomba, el autor narra con todo detalle cómo se ganaban la vida los habitantes de la ciudad, cómo era su cultura, sus creencias religiosas o el odio que existía hacia los extranjeros. Se trata de un Japón a punto de perder la guerra, en el que las proclamas patrióticas chocan con las peleas en la cola del reparto de alimentos y en el que los niños saben distinguir un B29 norteamericano por el reflejo del sol.

El 6 de agosto de 1945, el tristemente célebre avión Enola Gay, lanza la primera bomba de uranio sobre Hiroshima causando más de 120.000 muertes y 360.000 heridos. Aún así los japoneses no se rinden, y tres días después, los norteamericanos repiten un segundo artefacto en Nagasaki con 140.000 muertos. Japón se rinde seis días después. Los supervivientes tendrán que hacer frente a su desgracia con el desentendimiento del gobierno y descubriendo en su propia salud la capacidad mortífera de un arma cuyos efectos son totalmente incapaces de predecir.

Todo esto sazonado de los oportunos datos históricos como la agresión de la URSS aprovechando el estado de debilidad del país, o la llegada de las tropas americanas con McArthur a la cabeza para controlar el gobierno. Y es aquí, precisamente, cuando la obra se desliza puntualmente por la comedia. Y es que los niños japoneses habían sido adoctrinados en la creencia de que el ejército de los Estados Unidos estaba formado, no por soldados, sino por verdaderos monstruos que, prácticamente, se comían vivos a sus enemigos. Uno de ellos le lanza un paquete de chicles al protagonista, un producto desconocido que crea toda una revolución entre los más pequeños.

Posteriormente, el autor muestra cómo, tras la rendición, la población civil, mujeres y niños incluidos, se suicida antes que afrontar la derrota en una sociedad obsesionada con el honor. En medio ocurren todo tipo de pequeñas historias. Gen tiene que cuidar de un artista enfermo por la radiación, despreciado por su propia familia, y que logra crear arte en la situación de desamparo más absoluta. O tiene que vérselas contra los mismísimos yakuzas que utilizan a los niños sin padre para realizar las operaciones suicidas sabiendo que no recibirán represalias.

Pero centrándonos en la biografía del autor, hay que destacar que, creciendo entre la devastación y la pobreza en una Hiroshima postguerra, Nakazawa encontró consuelo en los manga de Osamu Tezuka, mostrando un talento para el dibujo a una edad muy temprana. Pero no fue hasta la muerte de su madre cuando decidió utilizar sus experiencias durante el bombardeo como material de ficción.

El propio autor recuerda que al incinerarla se sorprendería al descubrir que apenas quedaban huesos que quemar: las consecuencias de la radiación habían afectado a la misma médula. Nakazawa primero publicó Golpeados por la lluvia negra en donde reflejaba el mundo del mercado negro en el Hiroshima de la posguerra. Más tarde Yo lo vi, narrando el bombardeo en primera persona. Todo ellos serán el punto de partida de Pies descalzos, que en Japón ha llegado a vender más de siete millones de copias. La obra cuenta con una adaptación cinematográfica al anime en dos partes -en 1983 y 1988- y una miniserie de televisión en imagen real de dos capítulos emitida por Fuji TV en 2007. Un ejemplo de la repercusión que tuvo en la sociedad nipona se resume en que las bibliotecas escolares japonesas tenían copias del manga como material didáctico, y el Gobierno del país llegó a ofrecer copias en inglés a los representantes de los estados que se incorporaban como nuevos firmantes del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.

Aún así, la obra no ha estado exenta de cierta polémica en la medida en que Nakazawa representó, idealizado, su propio punto de vista pacifista y el de su padre. Poco después el dibujante se revelaría como contrario a la participación de tropas japonesas en la ocupación de Irak. Nakazawa murió en 2012 de cáncer de pulmón y en 2013 la prefectura de Matsue ordenó retirar las copias del manga de las bibliotecas escolares, aunque permitiendo a los profesores continuar usándolo como material didáctico bajo su propio criterio, argumentando la imagen desfavorable que se daba de las tropas japonesas. Pero no importa, porque Pies descalzos está entre las grandes obras maestras y tiene entre sus más fervientes admiradores a autores como Robert Crumb y Art Spiegelman que describen en el prólogo lo que supuso para ellos descubrirla y cómo influyó en su estilo. Todo un canto a la vida y un recordatorio de los horrores que el ser humano es capaz de provocar.