Ahora que se cumple la mágica cifra de treinta y tres años de la aparición del mejor cómic sobre samuráis que se ha realizado fuera de Japón, es evidente que la obra en cuestión ha alcanzado una categoría que no ha podido ser aún superada. Y eso a pesar de que este subgénero, del llamado cómic histórico, ha sido tratado numerosas veces en Occidente por la fascinación que despierta esa casta de guerreros que dominó el país del Sol naciente durante siglos.

Para quienes no lo hayan adivinado me estoy refiriendo a Kogaratsu, una serie que apareció por vez primera en el número 2.338 de la revista belga Spirou de febrero de 1983, del trabajo conjunto del guionista Serge Bossmans y el dibujante Marc Degroide. La historia narra las aventuras de un samurái errante, denominado ronin, en un periodo muy largo en la guerra civil japonesa, el Sengoku -literalmente «periodo de los estados en guerra»-, que comenzó en 1467 y acabó en 1615, con la llegada del periodo Edo. que se publicaron once álbumes, de los cuales solo los cinco primeros -El puente de ninguna parte, El loto sangriento, El tesoro de los Etas, La primavera descuartizada y El lomo del tigre- aparecieron en España y que ahora han sido publicados en un integral de lujo por la editorial Ponent Mon.

Lo primero que sorprende al leer la obra es la minuciosa reconstrucción del antiguo Japón, las vestimentas, las armas blancas y de fuego, los espacios interiores, las edificaciones, las embarcaciones, etc. Todos han sido tratados con una exactitud pasmosa, lo cual, junto a los numerosos términos en lengua nipona, demuestra que este cómic es resultado de un arduo trabajo de investigación. Como ejemplo, destacaría el instante en el que el protagonista se disfraza de komuso, un monje mendicante de la secta Fuke del budismo zen, con la popular canasta de paja en la cabeza y la shakuhachi, flauta japonesa. Este hecho lo coloca en una categoría mucho más elevada que numerosos mangas en lo que a fidelidad se refiere, pero si a esto añadimos la calidad de un dibujo, claro, luminoso y detallista que atrapa desde el principio la atención del lector, entonces el resultado es espectacular.

Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos por que la historia fuera lo más fidedigna, el hecho de haber sido creado por unos occidentales inevitablemente añade algo de nuestra cultura. Es evidente que cuando el protagonista adopta una identidad secreta, la de un vengador enmascarado denominado Loto de Sangre, dedicado a combatir la ilegítima autoridad de un usurpador del poder, se añade al guión un elemento clásico de las historias de aventuras de este lado del planeta, porque este arquetípico enfrentamiento entre el héroe y un villano recuerda ineludiblemente al Zorro, la identidad secreta de don Diego de la Vega, y su enemigo al villano Enrique Sánchez Monasterio. La historia alcanza proporciones épicas, llegando a su cenit en el último álbum, junto al dibujo, que asimismo progresa hasta alcanzar a su madurez en unas viñetas que finalmente no buscan mostrar con total minuciosidad los detalles de los palacios o la indumentaria de los personajes como sucedía en un principio.

El resultado es que el trazo de Degrodie gana longitud y seguridad según avanza la obra, y del mismo modo el color también evoluciona hasta lograr atmósferas más perfectas como la del asedio a un castillo que tiene lugar al final de El lomo del tigre. Una historia en la que se reconstruye en Japón antiguo sin concesiones a lo pintoresco.